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Informe especial

Martirio indio

La violencia contra los indígenas amenaza de muerte las minorías de todo el país. SEMANA.COM preparó un especial sobre el tema.

Jorge Giraldo Ramírez*
3 de abril de 2005

A principios de los años 70 doce indios cuibas fueron asesinados en Vichada. Medio país quedó atónito al escuchar las declaraciones de uno de los sindicados que dijo que no sabía que matar indios era un delito. Todo indica que un grupo de blancos decidió desaburrirse en el Llano en programa de cacería. Así de simple.

En esa década el problema indio empezó a emerger de la oscuridad a la que había sido sometido bajo el manto republicano de una nacionalidad homogénea y del liberalismo radical que pretendía meter al país a la fuerza en el principio de que los hombres tienen que ser libres e iguales: para que los indios fueran libres se les quitó la tierra y para que fueran iguales se les trató como campesinos sin más. No sobra decir que este fue uno de los más antiguos y sólidos acuerdos entre la izquierda y la derecha criollas.

Desde entonces Colombia ha dado un salto adelante verdaderamente ejemplar. Un salto propiciado por el vigor del movimiento indígena aupado por una extraña logia de apóstoles blancos como Alonso Tobón, Carlos Salazar o Chucho Ramírez que parecieran pagar con su amor a la causa aborigen los pecados de nuestros ancestros europeos. Sepultados en los libros de historia y confundidos con los nombres que les pusimos en gracia a la difusión de la historia de Henao y Arrubla en el bachillerato premoderno, los indios resucitaron mediante la Constitución de 1991.

En 15 años la situación mejoró más que en los 500 que había de por medio entre Colón y la presidencia tripartita de la constituyente. Internacionalmente, se dice que tenemos la mejor legislación étnica de América y, para no ir muy lejos, el reconocimiento efectivo de la diversidad cultural del país es mayor que en países como Guatemala o Paraguay. Y no hablo de leyes muertas: hay tierra, gobierno autónomo, recreación de decenas de lenguas medios muertas que hoy incluso gozan del privilegio de escribirse.

Pero -siempre hay peros- Colombia tiene su lado oscuro. No me refiero al eufemismo de las fuerzas oscuras, sino a las plagas malandras, a ese que George Lucas popularizara como dark side en su muy evidente versión futurista de 'El Señor de los Anillos' (léase en 'La Guerra de las Galaxias'). El país civilizado conducido desde el Estado se convirtió a un multiculturalismo que aún no aprenden en Europa (los alemanes, por ejemplo) mientras unas minorías activas siguen con las prácticas de la Colonia.

Las prácticas son horrorosas y por más literatura que se le ponga al dolor humano, la muerte sigue siendo el horror máximo. Dicen los que cuentan que en 2003 fueron asesinados 105 indígenas y en este año hemos visto una agresión espeluznante contra los pueblos de la Sierra Nevada y algunos del macizo colombiano. Un relator de Naciones Unidas asegura que hay 12 pueblos, es decir, 12 razas, 12 etnias, en peligro de extinción en Colombia.

Y las minorías activas son básicamente dos: las autodefensas y las Farc.

Las autodefensas son las legítimas herederas del gamonalismo que usó todos sus poderes, incluso los legales, para expropiar al pobre del campo y con mayor gusto al indio. Saben que matar indios es delito y pecado pero no les importa. Y todo indica que han matado más desde que están oficialmente en cese de hostilidades.

Las Farc han hecho una mezcla rara del espíritu depredador del colono con la pedagogía estalinista del Gulag. La autoproclamación popular de Marulanda y su secretariado no ha impedido que desde hace más de dos décadas mantengan una agresión permanente contra comunidades y líderes.

Autodefensas y Farc, tan distintos como dos gotas de agua, son el lastre que amarra a Colombia al siglo XIX y frente a los indios mantienen un viejo vicio blanco: matarlos. En los Llanos existía el verbo "guahibiar", es decir matar, guahibos. La analfabeta tropa de estos grupos gusta aún de conjugar este verbo y lo amplían a koguis, emberas, senúes y demás.

Y el camino de la muerte no es sólo el cadalso expedito. El reclutamiento de indígenas -por convicción, coacción o engaño- no deja de llevar al mismo destino, así sea por un camino más largo. La peor mácula de la seguridad democrática ha sido su impotencia para proteger a los indios. Claro que están lejos, pero no tanto como los plantíos de coca o las torres de energía como para que no se pueda hacer algo.

El famoso repliegue de los guerreros ilegítimos los ha llevado a los lugares más recónditos del país y lastimosamente allí está buena parte del alma de la patria. Si fuéramos más rigurosos, allí está la "matria". Se esconden en nuestros parques naturales y usan de escudo a nuestras comunidades indígenas. Y allá hay más patria que en el Capitolio.

* Investigador asociado del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.