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El "caminante por la paz", después de 46 días llegó a Bogotá. Foto: Guillermo Torres

Histórico

Medio millón de personas se volcó a las calles para aplaudir al profesor Moncayo en su llegada a Bogotá

El presidente Álvaro Uribe dialogará con Gustavo Moncayo, un humilde maestro que atravesó a pie medio país “hasta la casa del primer mandatario” para pedirle que se ponga de acuerdo con las Farc y liberen a su hijo, secuestrado hace casi diez años.

César Paredes
2 de agosto de 2007

“Apoteósico”. Es difícil buscar otro calificativo para describir el recibimiento que le brindó Bogotá al profesor Gustavo Moncayo. Ancianos, estudiantes de colegios, líderes sociales, artistas, trabajadores, transeúntes, seres anónimos. Todos, uno a uno, se fueron sumando a una multitud que alcanzó dimensiones inimaginables.

El profesor Moncayo concluyó así la primera fase de su épica travesía. Ahora iniciará otra seguramente más difícil: convencer al presidente Álvaro Uribe Vélez para que se ponga de acuerdo con las Farc y liberen a su hijo Pablo Emilio, secuestrado hace diez años.

La marcha partió a las 10:20 de la mañana de este miércoles histórico. Salió de la Iglesia de Soacha, en dirección a Bogotá. A la orilla de la autopista Sur, desde muy temprano llegaron los estudiantes y policías encargados de la seguridad. Cuando el profesor Moncayo pasaba le gritaban “vivas” y arengas a favor del intercambio humanitario. En un principio, caminaban junto a él unas tres mil personas.

Mientras el día avanzaba se iba congregando seres humildes a la vera del camino para manifestarle su apoyo a este nombre. Hay quienes calculan que cerca de medio millón de personas salieron a verlo. Algunos se animaban y se sumaban a la marcha como Blanca Mery Espitia, una mujer que abandonó sus labores cotidianas y se metió de lleno a la marcha. ¿Por qué? “Porque todo lo que se hace de corazón hay que apoyarlo”, dijo ella.

Estudiantes de colegios distritales esperaban a la orilla y ondeaban banderas blancas y del tricolor nacional. Distintas asociaciones acompañaron la marcha como el caso de las Madres de la Candelaria, que llegaron de Medellín desde la noche anterior. Los nuevos caminantes sacaron sus pancartas que tenían estampadas las fotos de los cientos de secuestrados que reclama el país. Entre tanto se escuchaban pitos, bocinas de carros y megáfonos que no pararon de gritar “Acuerdo humanitario, ya”.

Desde las ventanas de los edificios y puentes de la autopista la gente movía sus manos con el deseo de saludar al profesor. Sin embargo, no era fácil acercarse, pues parte de la comitiva de los 31 caminantes que venían con él desde Sandoná, unidos de manos, hacían una valla humana para que nadie se acercara. Lo propio hacía la policía que con un lazo detenía la muchedumbre ávida de un toque o un saludo.

El profesor de estudios sociales caminaba con determinación, a tal punto, que cuando sentía que no iba a llegar a tiempo miraba su reloj y aceleraba el paso. Alrededor, caminaba su hija Yuri Tatiana, la única que esta desde su partida con él, y otros nueve familiares. Su esposa María Stella había llegado la noche anterior con más familiares para unirse a la marcha. Su cuñado Emiliano Cabrera reconoció admirado que jamás imaginó que así sería el recibimiento: “Es que ahora el ‘profe’ es una figura nacional, con un gran poder de convocatoria”, dijo. En una de las paradas se acercó un joven de cabello largo y profirió las palabras: “Yo estuve secuestrado”. Y lo abrazó. Hubo aplausos y vítores.

De la misma manera, un joven de tez negra no se despegaba del grupo. Llevaba en la mano una fotografía de Martin Luther King. José María Sánchez, dijo que se llamaba. En representación del Movimiento por las Negritudes Cimarrón, caminaba al ritmo del profesor. Se veía convencido de estar unido a una causa esperanzadora: “Esta es una causa de toda Colombia y hay que recordar que Colombia es pluriétnica”, dijo. Respecto de la foto evocó al líder del movimiento que buscó la reivindicación de la raza negra en EE.UU. y lo comparó con “El caminante por la paz”: “hay que caminar como King lo hizo y como el maestro lo está haciendo”, dijo.

A su paso, el profesor Moncayo recorrió la Autopista Sur. En el Sena de la calle 30 lo esperaba un grupo de más de 100 personas que se vistió de camisetas verdes: la “colonia sandoneña”. Allí se detuvo unos instantes para recibirlos y prosiguió hacia el oriente, en dirección a los cerros. Y luego hacia su meta: La Plaza de Bolívar.

Moncayo lleva nueve años luchando por la libertad de Pablo Emilio, su hijo que fue secuestrado por las Farc. El joven había sido trasladado a un batallón de Patascoy. Cuando le faltaban seis días para cumplir con el tiempo de permanencia, la base fue atacada por la guerrilla. En la toma, murieron 10 soldados y fueron secuestrados otros 18, entre los cuáles él fue llevado. A los 4 meses se supo que estaba vivo debido a la primera prueba de supervivencia. Desde entonces, su padre emprendió la búsqueda de su liberación, en la que el acuerdo humanitario se convirtió en su bandera.

Luego de 46 días de marcha el profesor llegó a la Plaza de Bolívar. Faltaban unos minutos para las cuatro. Allí había mandado instalar carpas con la intención de quedarse frente al Congreso y simbólicamente pedir que sea escuchado su llamado: “Acuerdo humanitario, ya”.

Después de un recorrido de cerca de mil kilómetros, con la huella del sol en la piel, cadenas en las manos, con 55 años y un ánimo inquebrantable, llegó a donde lo esperaba una multitud que se desbordaba por las calles adyacentes. Algunos gritaban “adelante profesor”.

Ya en la plaza, encima de una tarima, recordó por todo lo que ha pasado: sus quebrantos de salud, la solidaridad de las personas de los pueblos y ciudades, la compañía constante de su hija, entre otras cosas. Mientras tanto, sus seguidores los escuchaban emocionados.
 
Enérgico y directo, el profesor no escatimó en lanzar duros cuestionamientos al gobierno y a las Farc. "Ambos son negligentes para liberar a los secuestrados", dijo. Y señaló que el gobierno es "el más abusador de los derechos humanos" y que las Farc son "enemigos del pueblo".

Además, dijo que la situación de barbarie que vive el país es responsabilidad de todos. Algunos por sus acciones. Otros por la indiferencia. Con la solidaridad mostrada ahora hacia este humilde parece que muchos dejaron a un lado esa indiferencia y llegó la hora de buscar la reconciliación entre todos para construir un país donde no existan secuestrados, ni padres que pasan una década sin poder ver a su hijo en libertad.