Home

On Line

Artículo

No hay designios divinos

El talante del próximo gobierno de Uribe, dependerá de la firmeza con que las instituciones de la democracia le hagan balance y contrapeso. , 79156

María Teresa Ronderos
30 de mayo de 2006

En el discurso de victoria, el presidente Álvaro Uribe celebró el pluralismo democrático, “que se expresen todas las tendencias del pensamiento, para que con el aporte de cada una, vayamos construyendo un mejor nivel de verdad relativa”. Y luego habló del sueño de “una democracia moderna, con Seguridad Democrática, con libertades, con cohesión social, con transparencia, con respeto a todas las instituciones que confluyen a la formación del Estado”.

Era un talante bastante distinto al del Uribe de unas semanas atrás, cuando atacó a sus críticos con la vieja retórica de la Guerra Fría: “Pretenden adelantar un comunismo del nuevo tipo, dijo ante militares, que desconceptúan todo lo que no les guste, señalándolo de neoliberal...(.) y que no le importa el crecimiento sino la demagogia de la distribución".

¿Cuál de los dos Uribes tendremos en los próximos cuatro años? ¿El generoso, amplio de pensamiento que está convencido de que la verdad se construye en el debate pluralista? ¿O el intolerante, que desconfía de cualquier crítica a su “verdad”, como un ataque a la democracia?

Creo que la respuesta no está escrita en ningún designio divino. El talante del Uribe 2006-2010 dependerá en gran parte de cómo actuemos los colombianos. Y por colombianos, no hablo de un genérico inexistente. Hablo de las instituciones democráticas por excelencia: el Congreso, las Cortes, la prensa en sentido amplio, las organizaciones sociales y los partidos políticos de oposición.
Empecemos por estos últimos. De esta elección salió una izquierda unida y con una hinchada enorme. Además del caudal de 2,6 millones de votos, el Polo tiene una bancada de diez miembros en el Congreso y Alcalde de Bogotá. Si logra mantenerse a la altura del momento histórico, para usar el lenguaje de esa colectividad, y sigue unida, haciendo control político desde el Legislativo, formando cuadros y liderazgos regionales, va a constituirse en un contrapeso importante al poder presidencial. Y de eso se trata la democracia: de balances y contrapesos.

El Partido Liberal, bastante maltrecho después de la caída estruendosa de su Quijote, Horacio Serpa, puede ceder a la tentación de pasarse al bando ganador y decretarse uribista. Pero afortunadamente para la democracia, según lo dijo su director César Gaviria, buscará recomponerse desde la oposición. Tendrá que mirarse críticamente hacia adentro. Deberá recuperar su propuesta de sociedad (que la perdió por allá a mediados del siglo XX) y ser más que una vieja maquinaria electoral. El país va a necesitar a sus líderes más frescos para vigilar que el gobierno sea mejor de lo que ha sido, por ejemplo, en la construcción de igualdad social, en la protección del medio ambiente o en el manejo de las relaciones internacionales.
Pero no sólo liberales y Polo deben hacer su papel de oposición fuerte y sensata en el Congreso. También los partidos uribistas tienen la opción de contribuir o no a la democracia, según actúen en el próximo cuatrienio. Pueden dedicarse a la rapiña de puestos y bloquear la gobernabilidad del Presidente que dicen apoyar. O pueden ejercer una democracia responsable, dejar a un lado los egos de cada uno de sus caciques, y darle el espacio a Uribe para que libere a la política colombiana del clientelismo y la contratitis.

Si su fervor por Uribe es más que simple oportunismo, harán el esfuerzo de no pedir ni un puesto. (Esto último, entiendo, suena idealista, pero quién quita que esta vez logren estar a la altura del momento).

Es tarea de las Cortes y los organismos de control, seguir poniendo límites, como hasta ahora lo han hecho, para frenar todas las malas ideas que se le ocurran al Ejecutivo, como acabar con la tutela, imponer la censura, aplicar atajos para ganar la guerra sin el respeto a los derechos humanos o hacer referendos sesgados. El Fiscal y los jueces tienen además la titánica labor de poner en marcha la Ley de Justicia y Paz. Las posibilidades reales de paz duradera dependen en gran parte de que se imparta verdadera justicia en ese terreno, y no valgan los tratos por debajo de la mesa, si es que los hay. También los medios de comunicación, las organizaciones civiles y la gente en general, (como ya muchos lo han venido haciendo) debemos contribuir a vigilar y respaldar ese proceso para que primen los derechos de las víctimas.

La tarea del periodismo en democracia es la misma de siempre: entender que ser timorato frente al gobierno es tan dañino como atacar sin sustento.

¡Ah! Un último grupo falta. El de los uribistas fanáticos, corte Alqueda, que creen que cualquier crítica es antipatriótica, y antidemocrática (al cual el mismo Presidente les estaba dando bastante gasolina en sus discursos de campaña). Esos necesitan unas clases de democracia para dummies porque democracia es crítica, disenso, controles, balances y contrapesos.

Con la democracia operando, ni a Uribe se le subirá el poder a la cabeza, ni lo tentarán siquiera los demonios de quedarse indefinidamente en la silla de Nariño. Ahora bien, si su popularidad y su estilo, a la vez tan controlador y tan descontrolado, no encuentra sino aduladores; y el clientelismo voraz lo acorrala, entonces quizás si puede que el Presidente, con una fuerte inclinación a sentirse el salvador, muerda la dulce manzana de los atajos para buscar la eficacia por fuera de la institucionalidad democrática.

Más peligroso –y más probable en Colombia– es, sin embargo, que las huestes non sanctas que se sienten también triunfadoras con la reelección de Uribe, encuentren un país entre atemorizado e indiferente y una justicia coja. Y entonces más que Fujimoris tendremos a los viejos Montesinos de siempre que sembraron la guerra sucia en el país por tantos años.

La oposición necesitará mantener el coraje de denunciar los abusos (como lo han hecho con las desapariciones forzadas en Antioquia o la represión desmedida a la protesta pacífica de los indígenas en el Cauca).

En política no hay letra sagrada. Los gobiernos y los grupos de poder llegan hasta donde la ciudadanía y sus instituciones les permiten. Y eso lo demostró con creces la elección del domingo porque los colombianos le dieron todo el respaldo a un gobierno que consideran bueno, pero le pusieron suficiente fuerza a una oposición para que lo controle.