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No todo es religión en el Tibet

A 15.899 kilómetros de Bogotá, el montañoso Tíbet despierta. Mientras el Dalai Lama llega a Bogotá en su gira por Suramérica, muchos en su tierra natal se enfrentan a la preocupación que los ronda desde hace mucho tiempo: ¿Quién después del Dalai Lama?

Sara Guevara
8 de mayo de 2006

Para más de seis millones de tibetanos étnicos el asunto no es solo religioso, como lo percibimos en Occidente. La política es un factor clave y el Dalai Lama se ha convertido en el eje de la lucha del Tíbet por su autonomía, luego de la invasión China de 1949.

Pero no fue sino hasta 1959, cuando el líder político y religioso escapó milagrosamente hacia la India con más de 80.000 seguidores, luego de que el ejército chino aplastara sin contemplaciones la Revuelta Nacional del Tíbet, que protestaba contra la opresión y la represión cultural de la época. Desde entonces, Dharamsala, India, se conoce como la “Pequeña Lhasa”, sede del gobierno tibetano en exilio.

Han pasado entonces más de 40 años de lucha sin que Pekín haya dado su brazo a torcer y la ocupación continúa. Muchos tibetanos ven con temor el día en que falte su líder político y religioso, y creen con certeza que con él se esfumarán las posibilidades de autonomía. Los optimistas, aunque ven con preocupación la ausencia de su máximo jerarca, están convencidos de que las generaciones venideras seguirán intentándolo porque el Dalai los ha preparado para su muerte.

Los analistas de la política internacional observan con detalle y a la expectativa cualquier señal que indique un deterioro en la salud del Dalai Lama, de 71 años. Existe la sensación de que China se apropiará de las inexploradas e importantes riquezas minerales tibetanas, provocando un nuevo foco de inestabilidad justo en la frontera con la India. No en vano Pekín ha invitado a miles de chinos étnicos, que superan ya a los nativos tibetanos, a mudarse a la montañosa región.

Otra de las razones para dudar de una transición pacífica fue el nombramiento por parte de Pekín en 1995, de su propio undécimo Panchen Lama –el segundo en importancia en el budismo tibetano-. Su elección se convirtió en un reto a la autoridad religiosa del actual Dalai Lama, que ya había escogido a otro candidato. El niño, entonces de 6 años, desapareció junto con su familia y es considerado por el Gobierno del Tibet en el exilio y otras organizaciones internacionales como el prisionero político más joven del mundo.

La actitud de Pekín no deja de ser considerada como una jugada maestra sobre su poder en el futuro Tíbet. Tradicionalmente el Panchen y el Dalai Lama han jugado un importantísimo papel en el reconocimiento de sus respectivos sucesores. China dice que el próximo Dalai Lama será elegido bajo su supervisión y es improbable que acepte a otro que venga fuera de sus fronteras.

Ante el turbio panorama, los jóvenes tibetanos aún tienen esperanza pero también están dispuestos a ir hasta las últimas consecuencias. Aunque admiten que China ha decido relajar en algo su política hacia el Tibet y estimular contactos al más alto nivel, no están dispuestos a esperar una eternidad. Para ellos su país está desapareciendo y su cultura se ha visto seriamente afectada por valores importados de quienes los ocupan.

El Dalai Lama ha sido claro en su mensaje. Quiere la autonomía para su región aún formando parte de la China y hay quienes aseguran que puede estar a punto de lograrlo. Lo difícil de predecir es si Pekín aprovechará la histórica oportunidad, aún en vida del Dalai Lama, o si esperará a su muerte para tomar el absoluto control de una región en la que muchos sueñan ya no con la autonomía, sino con una absoluta independencia.