Nostalgia en Bogotá

El agite y el tráfico de un barrio plagado de oficinas, universidades de mediopelo y funerarias exaltan el deterioro y los abusos contra su arquitectura y esconden los pequeños rincones que aún mantienen la gracia de un pasado mucho más amable. Un pasado que renace los domingos por la tarde, cuando la calma vuelve a sus calles, los autos desaparecen de los andenes y los antejardines mutilados que vuelven zonas de parqueo. El silencio y la luz del sol de la tarde que golpea en los cerros del Cable y del Parque Nacional envuelven sus casas, parques y calles de una extraña melancolía difícil de transmitir a través de las palabras y de las fotografías. Son tres horas a la semana -que se vuelven seis o siete cuando se atraviesa algún festivo- en las que Teusaquillo y La Magdalena, así como sus vecinos Armenia, Las Américas, La Soledad, Santa Teresita y Palermo, reviven una época remota de ciudad austera, callada y triste en la que una simple fachada de ladrillo y un sietecuero florecido les bastaban a los ricos de los años 40 para sentir que vivían en Londres.