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| Foto: Daniel Reina

Respondiendo desde Ciudad Bolívar

¿Cómo resolvió un ex militante de las Farc el dilema de escoger entre su familia o la revolución? Esta es su historia.

21 de agosto de 2007

La pregunta más difícil a la que se ha enfrentado Ricardo Ramírez vino de una de sus hijas: “¿Qué prefieres, la revolución o a mí?”. Aunque él en ese momento probó una respuesta inmediata con la que intentó explicarle que su amor por ella no reñía con sus ideas políticas, desde entonces ha procurado que sus propias acciones sean la mejor respuesta.

Ricardo procede de un hogar estrato 3 de Fusagasugá, allí fue criado por su mamá y una abuela. A pesar de que su papá nunca estuvo presente, tuvo una niñez tranquila sin mayores sobresaltos. Ya mayor se trasladó a Bogotá para estudiar administración de empresas, carrera de la cual es egresado. Durante su época de universitario tuvo los primeros contactos con guerrilleros milicianos. Desde hacía mucho ese discurso le llamaba la atención y se identificaba con este.

Cuando en 1995 recibió la invitación para ser parte de las FARC, aceptó complacido. Hizo como todos los principiantes el curso básico de instrucción militar, sin embargo, su trayectoria por la guerrilla se limitó al trabajo urbano. Básicamente tareas de indagación para contribuir al cumplimiento de la llamada ‘Ley 02’ de la guerrilla, que señala que las personas con un patrimonio superior al millón de dólares están obligadas a aportar económicamente al sostenimiento de este aparato armado y criminal.

En 1998 esta guerrilla obtuvo el despeje del Caguán y Ricardo recibió instrucciones de trasladarse a la zona, aprovechar las condiciones de distensión y trabajar de tiempo completo en la formación política de los guerrilleros rasos que allí estaban. Enseñó economía política. Cumpliendo esa tarea recorrió sin preocupación con otros instructores los 42.000 kilómetros despejados, pero luego, cuando regresó a Bogotá tras el rompimiento del proceso, su vulnerabilidad aumentó. Varios de sus ‘camaradas’ fueron detenidos y la estructura urbana en la que se movía fue seriamente diezmada. Entonces tuvo que vivir escondido en un cuartucho cuatro meses. Aguardó confinado allí el auxilio de la guerrilla, pero la ayuda nunca llegó. Entonces empezó a valorar seriamente la posibilidad de entrar al proyecto de reinserción. Hizo varios acercamientos tímidos hasta que dio el paso definitivo en marzo de 2003.

Cuando se desmovilizó, toda su familia supo que era guerrillero. Hasta entonces había conservado el secreto ocultándolo con diversas cuartadas de empleos temporales. “Estuve en la revolución convencido de que trabajaba por el pueblo y hoy continúo, desde acá, trabajando por el pueblo”, dice. Ahora cumple sus labores como gestor de paz en Ciudad Bolívar, quizá la localidad más convulsionada de Bogotá. Allí coordina el proceso de resocialización de quienes como él decidieron dejar las armas.

Su hija es una universitaria que lo ha visto en un par de ocasiones por televisión mostrando su trabajo. Eso la hace sentirse orgullosa, confiesa con cierto rubor. Ricardo de vez en cuando la lleva a Ciudad Bolívar para vea directamente el trabajo comunitario y tenga esta preocupación presente en su propia profesión. Es su manera de responder a la difícil pregunta.