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Ian McEwan

Sábado

Marta Ruiz
18 de abril de 2007

¿Son la guerra y la política asuntos a los que se les pueden dar la espalda? Los pequeños rituales cotidianos de una buena parte de las clases medias urbanas harían pensar que efectivamente la vida privada y la pública transcurren por senderos paralelos, sin tocarse. Pero un buen día, al despertarse, la vida feliz de las ciudades ya no lo parece tanto. Las historias lejanas de la guerra se meten en la cama, en la cocina, en los baños. Y lo que ocurre en Bagdad, de repente toca, sutilmente, al bibliotecario, al abogado, al tendero. La injusticia, el abuso de poder, el dolor toca y transforma todo. Eso puede decirse que es Sábado, la novela de Ian McEwan. Una historia sobre la imposibilidad de construir una burbuja para conservar dentro de ella la felicidad doméstica.

Henry Perowne es un exitoso neurocirujano, con una familia casi perfecta. Tiene una relación estable y apasionada con su esposa Rosalind, dos hijos que están saliendo de la adolescencia, uno músico y la otra poeta. El sábado 15 de febrero de 2003, en la madrugada, Perowne ve desde su ventana un avión en llamas, imagen que le evoca de inmediato el atentado a las Torres Gemelas, y le recuerda que su mundo ya no es tan seguro como antes. En la mañana Londres es un caos, miles de manifestantes se están concentrando para protestar contra la inminente invasión a Irak. El tráfico está atascado y en medio de la confusión el médico golpea levemente el auto de unos jóvenes delincuentes, que están a punto de molerlo a golpes. Es cuando el médico reconoce en los movimientos de Baxter, el muchacho que lidera la banda, una enfermedad neurológica degenerativa, prácticamente incurable. Le ofrece su ayuda, lo que al menos le sirve para salirse del problema en el que está. Al encuentro con Baxter se suman un mal juego de squash y un emotivo encuentro con su madre, quien ya ha perdido la memoria. El extenuante día terminará con una cena familiar, a la que asistirá su suegro, un temperamental escritor que se niega a envejecer. Pero los cabos sueltos de este sábado se unirán esa noche. Perowne vacila en su posición frente al gobierno británico. Cambia de opinión con frecuencia sobre la validez o no de invadir a Irak. No tiene claro si debe desconfiar del “otro”, el musulmán, el árabe. No obstante, cuando tiene frente a sí al otro verdadero, a Baxter, cuando es agredido por él, su reacción es pacifista, sin vacilaciones. No hay odio. Hay comprensión.

Con la profundidad que caracteriza a McEwan, Sábado termina siendo una reflexión sobre la conciencia individual en tiempos de guerra. Sobre la tensión que hay entre la dicha cotidiana y las tragedias globales. Una historia sobre individuos, con vidas ordinarias, tocados por hechos extraordinarios. Sábado es una novela sencilla, sin pretensiones, de personajes fáciles, con un argumento sin sorpresas. No tiene la complejidad de Expiación, la obra cumbre del autor. Pero es sin duda una novela reflexiva y profunda.