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| Foto: Archivo SEMANA

FUERA DE SERIE

Colombia: muchos escándalos y pocas Olivias

Semana.com le pidió a un grupo de figuras públicas que hicieran un resumen del 2016 siguiendo el guión de una de sus series favoritas. Así lo hizo Rodrigo Pardo con Scandal.

30 de diciembre de 2016

Olivia Pope no podría ser colombiana, aunque si lo fuera tendría muchos clientes. La fascinante protagonista de Scandal  se jacta de poder resolver casi todo y de desenredar cualquier entuerto a cambio de dinero. Usa el término “fix” (arreglar), con el cual justifica la utilización de todos los medios posibles para superar las crisis de quienes pelean y ejercen el poder sin escrúpulos. De esos hay muchos en Colombia: Antanas Mockus centró su campaña presidencial de 2010 contra el “todo vale”, que es precisamente lo que hace la firma Olivia Pope y asociados, en la calle K de Washington, para sacar de líos a los grandes actores de la política.

No habría una Olivia colombiana, no porque aquí la puja por el poder sea más pura que en Washington -de hecho, Mockus fue derrotado con su discurso contra el ejercicio de la política sin escrúpulos- sino porque el camino para una mujer afrodescendiente aquí es aún más empinado que en Estados Unidos. Varios de los ensayos críticos que se han hecho sobre las cinco temporadas de Scandal que han salido al aire (la sexta comienza en enero de 2017, coincidiendo con la posesión de Donald Trump) resaltan el factor racial: la cautivante Olivia es afro. Y aunque en los sucesos sobre los intríngulis del poder no se hace referencia al tema racial -los comentaristas consideran que Scandal es una serie post-racial- algunos afirman que la ascendente carrera de Pope, por su piel, es todavía más factible en la ficción que en la realidad.

Olivia refleja además una costumbre muy estadounidense. La de ex funcionarios que salen de los despachos oficiales a montar oficinas de asesoría en las que venden, por grandes sumas de dinero, los conocimientos que adquirieron durante el ejercicio de lo público. En Colombia esa práctica está prohibida: la inhabilidad de los empleados del estado para trabajar en el mismo sector en el que se desempeñaron en el gobierno originalmente era por un año, y luego se extendió a dos. En Washington, experiencia y contactos constituyen una frecuente fórmula para el lucrativo ejercicio del lobby, que está aceptado y regulado por la ley, a diferencia de Colombia.

Olivia Pope había trabajado en el despacho de prensa de la Casa Blanca y luego puso su propia oficina. Se volvió indispensable para el hombre más poderoso del mundo –en todos los aspectos- y participa en procesos inimaginables de crisis que suelen tener todos los elementos necesarios para mantener cautivo al televidente: el poder en todas sus formas, el manejo de la información y la inteligencia, las pasiones de los seres humanos. Por fuera del gobierno, Olivia mantuvo los contactos y el manejo de los grandes temas de seguridad (y también conservó el carné con el que puede ingresar a la Casa Blanca). Y, por supuesto, conservó su protagonismo indispensable en los grandes y pequeños asuntos que enredan la cotidianidad de cualquier pareja –incluso la presidencial- y de cualquier equipo –incluso el de la Casa Blanca-. En temas de alta política, tanto como en los normales episodios de cama, Olivia Pope suele salir avante. Lo arregla todo, o al menos lo intenta.

Su talento seductor es una de las claves del éxito en su función de “fixer” con los personajes del círculo íntimo del poder washingtoniano. Pero también los televidentes quedan deslumbrados con ella. Es un personaje tan sólido y atractivo, que se logra echar al hombro la serie, pues todas las historias relevantes giran en torno a ella. No hay uno más de su nivel. Ni uno: Sacnadal es Olivia, y punto. A pesar de su frialdad peligrosa y de su ambición descomunal, ella encanta por su belleza y por otros atributos que le concedió la creadora –Shonda Rhimes, también la de Grey’s Anatomy-: una exquisita fascinación por los vestidos elegantes, y un gusto contagioso por el buen vino tinto. Hay almacenes y tiendas que han hecho promociones especiales sobre las prendas que usa Olivia, con saldos comerciales positivos. También con los copas altas y voluminosas en las que se toma un vino cuando llega a su casa de Georgetown con la cabeza dando vuelta en busca de alguna fórmula para arreglar algún lío bien grande, o para superar una pena de amor (que son, tal vez, los problemas que más le cuesta “arreglar”).

El entorno de las escenas, los temas que inspiraron al guionista, todo, es muy propio de Washington. Por eso decía que no es fácil encontrar una versión colombiana de Olivia. Hay líos grandes, como la pelea entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe que ni siquiera pudo arreglar Francisco en el Vaticano, (y la traducción al inglés de papa es, precisamente, Pope). Y no sé quien salvó a Nicolás Maduro, en este 2016 que termina, del mandato revocatorio que en las mentes de todo el mundo lo iba a sacar del poder.

Que no conozcamos personajes como Olivia Pope en nuestros países no significa que aquí la política sea mejor que en Washington. Significa que las series de televisión son mejores allá.