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Sed de gobierno

La parálisis del acueducto de Quibdó volvió a sacar a flote el malestar ciudadano por la corrupción que mantiene postrado al Chocó. Crónica de Carlos Alberto Giraldo, corresponsal de SEMANA.

Carlos Alberto Giraldo*
16 de enero de 2005

Aunque terminaron más de dos meses de paro de los operarios del acueducto y el agua volvió a correr por la estrecha y vieja tubería que riega el centro de la ciudad, el jueves nadie hizo fiesta en Quibdó. Todo amaneció igual: la mercadería callejera de verduras y pescados bullía envuelta en la humedad y el calor, sobre la arena, los charcos y los huecos de la avenida La Alameda, corazón del comercio local. Tanta calma era la confirmación de que casi nadie había extrañado el agua del acueducto. "¿Que no hubo agua durante dos meses, que estábamos en emergencia por el paro del acueducto? ¿Cuándo? Si es que aquí nunca ha habido acueducto. ¿Cómo vamos a sufrir por un servicio que nunca hemos tenido?", preguntó una señora que abría su tienda de abarrotes. Aunque las autoridades dicen que la red cubre a 40.000 de los 150.000 habitantes de la capital del departamento de Chocó, cada vez son menos porque el sistema está en desuso. La mayoría no quiere utilizar, ni mucho menos pagar, un servicio limitado y de mala calidad. Cuando la red funciona sin contratiempos, la gente de Quibdó goza de tres horas de agua al día en sus canillas: entre las 6:30 y las 7:30 de la mañana, entre las 12:30 y la 1:30 de la tarde y entre las 6:30 y las 7:30 de la noche. Pero además el líquido tiene un uso muy restringido, en general para el aseo de los pisos, debido a que no es potable porque su fuente y su tratamiento no son los indicados para el consumo humano. "Con decirle que hay que hervir el agua para lavar la trapeadora", bromeó uno de los comerciantes antioqueños de La Alameda. Sardinas en lata En el sitio donde se encuentra la bocatoma del acueducto de Quibdó, sobre el río Cabí, una anciana pescaba sardinas el miércoles 12 de enero con una caña. La línea de su nailon se hundía en un remolino de agua turbia, pantalones viejos, envases plásticos de aceite para motocicletas y una que otra lata de verduras oxidada. "Hay que aprovechar la corriente ahora, porque cuando el río se seca esto huele a mil demonios y toda la basura se junta en los tubos del acueducto". La figura de la anciana pescando sardinas permitía entender la frase del comerciante paisa y la queja de una maestra del barrio Huapango que culpó al agua que consume de haberle pegado un hongo aterrador en las piernas. Antes de llegar a la bocatoma del acueducto, el río Cabí pasa por más de 12 barrios ribereños donde la gente arroja basuras, vierte las aguas negras y estriega su ropa y enseres en las orillas. Incluso, el río le hace el favor de surtir las mangueras y de arrastrar la mugre al lavadero de automóviles y camiones más frecuentado de la ciudad. Pero el agua del acueducto no sólo carece de limpieza; también, de gravedad. El sitio donde se extrae no tiene pendientes y hay que empujar el chorro con electrobombas por una red de tubería que no tiene el diámetro adecuado. Un aparato conocido y de primera necesidad en Quibdó, tanto o más que las licuadoras y las estufas, es la electrobomba de medio caballo de potencia. Permite impulsar el agua de los pozos subterráneos que toda buena casa debe tener, pero también sirve para competir con los vecinos por el agua del acueducto. "Si usted no tiene con qué jalar, está seco", dijo el dueño de una heladería. En Quibdó, como en casi todos los municipios chocoanos, regados por decenas de ríos y por los aguaceros que caen al menos tres veces a la semana, el acueducto es un espejismo. Casi todas las instituciones (los hospitales, los bancos, la universidad, la cárcel) de la capital chocoana tienen sus propios sistemas de abastecimiento y tratamiento de agua. En el acueducto municipal no tienen plata ni para comprar el sulfato de aluminio, uno de los materiales de purificación. Según un comerciante encargado de suministrarlo, "compran por bulticos, cuando deberían ser toneladas". El carrotanque de la Policía es uno de los automotores más conocidos de la ciudad. En los barrios de la periferia la gente recoge los 50.000 pesos que vale una carga y aguarda paciente su llegada. El viejo Mercedes se transforma en una vaca metálica: abre la llave de su manguera principal y todos se pegan con baldes y poncheras. Nadie quiere perder una gota. De los hilillos de agua que brotan por los rotos de los costados se surten incluso los niños con pocillos y ollas. Cuando no hay plata, la gente de los barrios populares baja a bañarse y a llenar las canecas con el agua turbia del río Atrato. La ruñidera La falta de acueducto en Quibdó durante más de dos meses despertó la sed de los chocoanos por que se resuelva la principal causa de sus necesidades básicas insatisfechas: la corrupción. El acueducto es apenas una de las tantas obras inconclusas e inservibles de la ciudad. A la lista se suman los silos donde alguna vez se pretendió almacenar el arroz de la región, hoy oxidados y refugio de familias desplazadas. El estadio de fútbol, con su portón enmalezado y sus graderías cayéndose a pedazos. Un coliseo de boxeo, que permanece solo, porque la liga local y los jóvenes no tienen recursos. Una persona que conoce por dentro el mundo de la corrupción chocoana le explicó a SEMANA que las investigaciones no prosperan porque hay una depurada cadena (familiares, amigos y copartidarios entre sí) que frenan los organismos de control y se desaparecen mutuamente las pruebas de los malos manejos de los recursos públicos. "Aquí la coima en los contratos y los suministros no es del 10 por ciento o del 20 por ciento, aquí al presupuesto le sacan el 80 por ciento y el 90 por ciento. Así no hay plata del municipio, la gobernación o la nación que alcance. Por eso no hay obras sino miseria", dijo un religioso. Según un líder local, en el barrio de la Zona Minera, al que los lugareños llaman irónicamente el barrio del Estado, hay casos que llaman la atención del más desprevenido. "Con salarios de dos y tres millones de pesos, usted difícilmente explica que pueda construirse casas de 800, 900 y 1.000 millones de pesos. ¿Dónde están las investigaciones por posible peculado y enriquecimiento ilícito? No las hay o no sirven". La imagen y la realidad de la corrupción en Chocó son la razón principal que la gente encuentra al atraso de la región. En las calles más de 20 personas consultadas por SEMANA, de todas las clases y actividades sociales, encontraron en el desgobierno el mal responsable de conflictos como el del acueducto. Un artesano y vendedor de sombreros resumió lo que los chocoanos esperan para que el agua no vuelva a escasear, pero sobre todo para que los dineros públicos no se evaporen: "Que el presidente Álvaro Uribe nos ayude a acabar con esta sinvergüenzada". A los corruptos, remató entre risas, hay que echarlos al agua, pero no a la del acueducto sino a la del Atrato. * Corresponsal de SEMANA