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Un réquiem por Arauca

La música popular contemporánea colombiana demuestra que el folclor no es una obstinada fachada comercial sino un provechoso hervidero de posibilidades musicales.

Luis Daniel Vega*
9 de enero de 2005

Aunque los acontecimientos acaecidos en Puerto San Salvador y la vereda de Flor Amarillo (Tame) transporten nuestras voces a un profundo silencio de tristeza, es cierto que algo, todavía humanamente posible, sea digno de mencionar con emoción y asombro al hacer el balance final del año pasado. Y es que la "música popular contemporánea colombiana" (por no encerrar el fenómeno bajo el término fusión) además de regalarnos más de quince producciones discográficas, también nos demostró, en un gesto de espontánea resistencia pasiva, cómo es posible cantarle a un país, no con un concierto de infames balas, sino con más armas que una voz. Guardando el luto pertinente pero también abrigándonos en la conmoción vital que es la música, esperamos que las siguientes palabras sean un réquiem de esperanza interpretado, tal vez sin un ápice de premeditación, por hombres colombianos que celebramos constantemente la vida. Asimilando juiciosa y respetuosamente las sonoridades de la música tradicional, la "música popular contemporánea colombiana" ha sabido comunicar a través de lenguajes netamente urbanos como el rock, el jazz, el funk, el rap y la electrónica (por mencionar algunos de los géneros más persistentes) un sonido particular y único que expresa nítidamente lo que sucede cuando el folclor no es una obstinada fachada comercial sino un provechoso hervidero de posibilidades musicales. Haciendo uso de novedosos formatos acústicos, Guafa Trío, Mandrágora y Lucía Pulido nos presentaron tres cálidas grabaciones. Entre Montaña y Sabana, tercera producción de Guafa Trío, los aires del joropo, el bambuco y los pasillos fueron descifrados audazmente bajo las fórmulas de la improvisación jazzística. Cercano en formato y armonías, 2004 también trajo consigo a Mandrágora, proyecto del guitarrista Camilo Giraldo Ángel que con Ensueños y Raíces nos recordó el entrañable sonido de la agrupación Zoe. Con tiple, contrabajo y la voz de Victoria Sur, Mandrágora se aproximó al llamado world music con la intención de equiparar una riquísima tradición "...en función de un nuevo sonido popular y sofisticado al mismo tiempo". No obstante alejada del sonido estrictamente colombiano, la cantante Lucía Pulido, radicada desde hace más de 10 años en Nueva York, se interesó por géneros que ya pueden ser asimilados a la tradición musical de nuestra patria; hablamos de los boleros, las rancheras y en general la bien conocida música de despecho. Acompañada por un trío de cámara, la cantante le apostó a una reivindicación bienintencionada del ambiente propio de las cantinas dejando en claro que no era un giro de corte intelectual, al contrario, el dramatismo y el sentido nostálgico del sentir bohemio latinoamericano se vio enriquecido en el sentido de que la crítica purista pudiera acceder a tan paganas instancias de la música popular. Desde ya esperamos su próxima aparición en la escena discográfica con un bello proyecto, también de corte popular junto al saxofonista Antonio Arnedo y el guitarrista argentino Fernando Tarrés. Por el lado del rock, el funk y el rap, el folclor se abrió paso con Jarana Tambó, Cielomama y Cabuya, este último proveniente de Bucaramanga. Si bien fue lanzado al mercado a finales de 2003, Candela con Candelaria, grabación debut de Jarana Tambó, se dio a conocer en las emisoras especializadas a principios de enero del año pasado con un sonido fuerte donde el rock fue la base para transmitir cumbias y otros ritmos de la zona Atlántica. Un tanto más eclécticos musicalmente y alimentados por el ambiente festivo de los géneros mencionados anteriormente (incluyendo champeta, vallenato y salsa), Cielomama y Cabuya hermanaron porros, currulaos, fandangos y chirimías en atmósferas urbanas de mordaz sentido del humor e irreverencia alrededor de la grave situación social colombiana. Bajo éstos términos, donde las líricas denunciaron inteligentemente y sin rodeos todas nuestras violencias, cabe reseñar al pianista y compositor bogotano César López que con su grabación La Resistencia dedicó música y poesía a "...los miles de colombianos y colombianas que se han resistido activa y pacíficamente (...) para defender su familia, su tierra y su cultura en medio de la demencia de esta guerra absurda". Pasando a los terrenos del jazz, cuatro voces sosegaron la espera con que aguardamos los venideros artificios de Antonio Arnedo, Juan Sebastián Monsalve y Manuel Borda. Hablamos de Claudia Gómez, Polaroid, Pacho Dávila y Asdrúbal. En la diáspora, como Lucía Pulido, la antioqueña Claudia Gómez presentó Majagua un fértil paisaje sonoro donde se reunieron versiones de temas como "Ríete Gabriel", "La Piragua", "La Gata Golosa" , "Oí Lando", "Los Sabores del Porro" y "Joropeando", entre otras. También desde Medellín, Polaroid presentó en "Jungle Bop" una propuesta donde lo electrónico, en especial el drum ´n´ bass encontró un feliz sentido folclórico tal cual años atrás nos lo mostraron Sidestepper y Planeta Rica. Pero si por Medellín la experimentación y puesta en escena del folclor fue enriquecida por la electrónica, en Bogotá Pacho Dávila, al igual que Asdrúbal incursionaron en los difíciles terrenos del free jazz. Navegando la amplitud del jazz contemporáneo, Pacho Dávila hereda un camino abierto por Arnedo desde Travesías (1996), su primera grabación. En Canto Mestizo, el saxofonista caleño juega con rítmicas que van desde la extraña y aparente simplicidad de la marimba de chonta hasta el hipnótico sitar acompañado de guasás, cununos, violonchelos, redoblantes y voces de raperos que comunican un sentido bien auténtico del jazz colombiano. Por último, en lo que a jazz se refiere, el septeto Asdrúbal lanzó a principios de diciembre La Revuelta, experiencia de música improvisada que bajo estrictos cánones académicos lleva la música de banda y chirimía al borde del delirio a través de la desmesura armónica del free jazz. Por si fuera poco, y aunque en medio de más de 30 millones de habitantes las grabaciones referidas se queden cortas para expresar la incalculable riqueza musical colombiana, el fructuoso 2004 se vio favorecido por grabaciones de folclor puro. Hablamos de Tradición Negra en la Gaita del gaitero Jesús María Sayas Silgado y Esto si es Verdás del marimbero Jose Torres "Gualajo". Además de mostrar un patrimonio vivo de nuestras tradiciones más ancestrales, estas afortunadas muestras discográficas tienen la virtud de haber sido producidas por Urián Sarmiento, Juan David Castaño y Alejandro Forero, músicos jóvenes e inquietos que no satisfechos con su incursión en varios de los proyectos aquí citados, dan una muestra de humildad al entregar todo su talento al servicio de maestros legendarios. Y si como decían los abuelos "al que quiera más que le piquen caña" pues más caña hay para endulzar los oídos. Durante el año que se fue en Bogotá fueron lanzados dos colectivos musicales cuyo único propósito es incentivar la consolidación de las "músicas populares contemporáneas colombianas". Hacemos mención entonces del Colectivo Colombia y La Distritofónica. El primero de ellos guiado por Antonio Arnedo que convocó en una sugestiva llamada creativa a diferentes agrupaciones como Curupira, Guafa Trío, Palos y Cuerdas, Puerto Candelaria, Polaroid, Hugo Candelario y Delta Trío. En segunda instancia, La Distritofónica (bajo la batuta perspicaz de Alejandro Forero, Jorge Sepúlveda, Javier Morales, Juan David Castaño e Iván Zapata ) le apuesta a un proyecto donde las agrupaciones y compositores que se dan cita en él (Asdrúbal, Tumbacatre, Súbito Chigüiro, El Sexteto La Constelación de Colombia, Tamal, Eblis Alvarez y Ricardo Gallo). *Coordinador de la franja de Sonidos Contemporáneos y Música del Mundo en la emisora Javeriana Estéreo. Colabora con la revista Rolling Stone y es coeditor del magazín literario virtual "Vuelta de Tuerca".