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Una tradición latinoamericana: ¿Diplomacia para escritores?

Con el nombramiento de Santiago Gamboa ante la Unesco en París, se abre la pregunta sobre si los escritores deben trabajar para un gobierno. Las voces están encontradas: ¿se puede conservar la independencia intelectual?

Nicolás Ordóñez Carrillo*
13 de enero de 2006

El pasado 25 de noviembre fue nombrado el escritor Santiago Gamboa como segundo secretario de la comisión colombiana en París ante la Unesco. Un par de semanas antes, el escritor bogotano padecía, digámoslo así, cierta incertidumbre al respecto de su nombramiento, debido a que la firma del decreto parecía dilatarse en razón de algunos asuntos políticos. Meses atrás, sería García Márquez quien lo sugiriera ante la Cancillería de Colombia para ejercer dicho cargo.

No obstante, Héctor Abad recuerda haber escuchado años atrás al mismo García Márquez proclamar a los cuatro vientos que él primero estaría muerto antes que aceptar un cargo público. ¿Por qué entonces proponer a otros escritores? Tras la seguidilla de nombramientos de autores pertenecientes al movimiento literario del "crack" mexicano, como Jorge Volpi, las políticas de asuntos exteriores a lo largo y ancho de Latinoamérica han dado un vuelco, ya no radical, sino sobre el mismo eje propuesto en décadas anteriores. Una vez más los representantes de la literatura de este continente ocupan tan anhelados cargos.

Latinoamérica reúne en su haber histórico una cantidad nada despreciable de casos. Entre los más reconocidos podrían citarse los de Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Octavio Paz, León de Greiff, Carlos Fuentes, o el recién galardonado con el Premio Cervantes, Sergio Pitol. Tan es así que hay exponentes de toda índole, incluso dignatarios cuyas labores sirvieron para salvar vidas, caso de Neruda en 1939, desde el consulado en París, cuando logró que asilaran en Chile a tres mil españoles sobrevivientes de la Guerra Civil, enviándolos en el viejo barco de carga Winnipeg, que tan sólo contaba con doce puestos para pasajeros; toda suerte de exponentes, entre los cuales también afloran lamentables casos como el de David Sánchez Juliao, quien tuvo la casa por cárcel tras haber malversado fondos estatales en la India, mientras ejercía el cargo de embajador.

Ante la pregunta de si los escritores deben o no ejercer cargos diplomáticos, se desprende una cuestión quizá más ambiciosa, y es el hecho de que en muchos de los países donde se ejerce esta práctica, no existe una política que apoye a quienes han estudiado diplomacia. José Antonio de Ory, consejero cultural de la embajada de España en Colombia, opina frente a este tema: "Ustedes llaman diplomático al que ejerce. Esto sólo ocurre en América Latina, donde en muchos países no existen carreras diplomáticas serias. Entonces normalmente envían escritores que no tienen nada que ver con cargos diplomáticos; gente bisoña". El escritor español Juan José Millás parece confirmar las sospechas del consejero cultural. Desde Barcelona, el autor de novelas como La trilogía de  la soledad, afirma: "Es algo que no pertenece a nuestra costumbre, es un asunto muy latinoamericano.

Supongo que si en Europa esto empezara a suceder sería una forma en que el poder político compraría al intelectual". Por la misma línea, comenta Antonio Caballero desde Madrid: "Yo no creo que un escritor sea la persona más preparada para hacer el servicio diplomático, eso es una profesión específica. Sin duda fue útil para los países en tiempos pasados aplicar estas políticas para que sus escritores conocieran el mundo, pero ya existen otras maneras para que los escritores viajen. Yo conocí el mundo cuando a mi padre lo nombraron diplomático. Ahora mismo resulta útil para los gobiernos, pero es por razones muy distintas: pactan con escritores que les quedan debiendo algo".

Visto así, consulados, embajadas o agregadurías culturales pasan a ser comodines de los gobiernos, aptos para ser usados a su antojo. Entonces, a primera vista se pensaría que no existe ninguna diferencia entre el nombramiento de un escritor y el de otra persona cualquiera. Pero ese, precisamente, es el meollo del asunto: un escritor, veedor de la realidad que lo circunda, ¿no estaría renunciando a lo más preciado de su oficio, la libertad de pensamiento y crítica, al aceptar representar a un gobierno en otros países? "

Cuando se acepta un nombramiento diplomático -explican los viceministros de Relaciones Exteriores Alejandro Borda y Camilo Reyes- se entiende que la persona va a representar al Gobierno y al país. En su fuero interno, un diplomático no tiene que estar de acuerdo necesariamente con todo lo que dice o hace un gobierno pero debe, sí, ejecutar su política exterior".

Frente a estos lineamientos, es evidente cierta discrepancia entre escritores: mientras Germán Espinosa, antes cónsul de Colombia en Nairobi y consejero de la embajada colombiana en Belgrado, piensa que "no se compromete en absoluto la independencia de pensamiento al ejercer un cargo diplomático", Héctor Abad asevera que le parece "dañino para el escritor y para el país. Dañino para el escritor, como en el caso de Plinio Apuleyo Mendoza, actual embajador en Portugal, a quien la diplomacia le acabó la carrera de escritor". "Si es a presión -aclara Álvaro Mutis- y esas obligaciones interfieren en el trabajo de su obra, seguramente se verá comprometida su libertad crítica, pero si el escritor se esmera, estoy seguro de que puede hacer su obra independientemente". "Depende a qué se dedica el escritor -agrega Antonio Caballero-. Si es novelista o poeta no creo que le afecte, pero si es ensayista y piensa y opina sobre el mundo, claro que lo afecta en su libre razonamiento. A Octavio paz  como poeta no le afectaba, pero como ensayista no podía opinar sobre el pri. A él le sirvió conocer la India, pero su libertad estaba coartada".

Por otro lado, explica Gamboa su propia visión sobre el asunto: "El diplomático es un funcionario público cuyo deber es ejecutar la política exterior del país, sirviéndole al Estado, y las riendas de ese Estado las tiene el Gobierno. Pero en tanto que ciudadano de un país democrático, y en la intimidad de su conciencia, es libre de elegir las ideas políticas que le plazcan".

No obstante, ha habido casos muy sonados en el historial colombiano de escritores en la diplomacia, que no sólo se han contentado con entablar diálogos con la "intimidad de su conciencia". En la época en que León de Greiff fue secretario de la embajada en Estocolmo, Colombia no tenía relaciones con China comunista, pero el poeta recibía invitaciones y asistía a todas las recepciones que este país ofrecía en Estocolmo. Así fue como un día lo llamó el embajador y le dijo: "maestro De Greiff, usted está yendo a las recepciones de China comunista, y debo recordarle que usted no puede asistir porque Colombia no tiene relaciones con ese país", a lo que León de Greiff respondió: "puede que Colombia no tenga relaciones con China comunista, pero León de Greiff sí tiene relaciones con China comunista y va a seguir asistiendo".

"Un escritor -continúa Gamboa-, en quien es lícito suponer un conocimiento y un interés especial por el mundo de las artes y la cultura, debería ser apto para desempeñar cualquier cargo relativo a temas culturales, ya que es el terreno en el que se mueve. Pero esto, claro, dependerá de cada caso, pues habrá escritores más hábiles que otros para las cosas prácticas de la vida. No debe juzgarse al escritor únicamente bajo el estereotipo del bohemio y nefelibata, incapaz de trabajar en asuntos humanos que no despierten el interés de las musas. Cabe recordar que Stendhal fue cónsul de Napoleón en Civitavecchia, Goethe fue representante de la corte de Weimar, y si miramos hacia la cultura china veremos poetas que fueron héroes militares, grandes generales e incluso "timoneles", como Mao, que dirigió el país más grande del mundo alternando discursos doctrinarios con metáforas y rimas".

Por su parte, Joe Broderick, escritor con doble nacionalidad, irlandesa y australiana, afincado en Colombia hace más de treinta años, pone sobre la mesa un tema que quizá explique por qué algunos escritores deponen su libertad de expresión frente a la posibilidad de un cargo diplomático: "Es una maravilla lo del sueldo fijo, yo debería ser cónsul de Australia en Colombia para no tener que venderme haciendo traducciones, pero si de ello dependiera comprometerme con alguna causa política, me lo pensaría más de dos veces. La absoluta independencia es básica". "Todo puesto -comenta Daniel Samper Pizano- en especial si es un puesto público,  limita de alguna manera la libertad, lo que no creo es que condicione una novela. Eso sí, creo que el servicio exterior ha sido refugio de algunos escritores que por no poder subsistir acaban protegiéndose en la diplomacia".

Subsistencia, pasión por derribar fronteras, o simple vanidad, como asegura Germán Espinosa, son apenas algunas de las razones por las que escritores aceptan ejercer cargos diplomáticos. Está claro que en algunos casos gana el país y gana el escritor. En otros, pierden ambos. ¿Estará Colombia instaurando un nuevo "boom" de escritores que representan intereses en el extranjero? De ser así, sólo queda esperar que nuestros escritores tengan la valentía y el temple que tuvo Octavio Paz para declinar a sus cargos, si es que los persiguen en otras latitudes, trágicas noches de masacre, como lo fue aquella del 2 de octubre de 1968 en la plaza de Tlatelolco en Ciudad de México en la que cientos de estudiantes fueron masacrados a sangre y fuego por las autoridades mexicanas.

*Documentalista. Realizó una tesis de maestría en Literatura sobre León de Greiff en Barcelona.