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Este es uno de los mil volantes tamaño carta en el que está la foto de su hijo, su nombre completo, su estatura, dos teléfonos celulares y dos fijos para que la persona que lo haya visto llame a doña María Casilda y le dé alguna información sobre su paradero.

Desaparecidos

¿...Y dónde está Leonardo Quinto Mosquera?

Leonardo Quinto Mosquera tiene 9 años y está desaparecido desde casi dos meses cuando salió de su casa, en el centro de Bogotá. Él hace parte de los casi 8.000 desaparecidos que hay en Colombia. SEMANA.COM acompañó a su madre en la búsqueda del pequeño, a propósito del nuevo Plan de Búsqueda de Desaparecidos.

Andrea Peña
27 de febrero de 2007

El partido de fútbol que Brasil y Perú disputaban en Paraguay los mantuvo frente al único televisor de la habitación. Esa noche del 9 de enero, la familia Quinto Mosquera comió arroz con lentejas mientras vieron cómo el equipo auriverde ganaba el partido del Suramericano sub-20. Arrellanados en un viejo sofá roto estaban Leonardo, de 9 años, y su hermanita Angélica, de 4. Junto a ellos sus padres: María Casilda y Leo. Hasta ese día vivían tranquilos en una humilde habitación del centro de Bogotá aunque si bien no era el sueño que habían cultivado cuando hace unos años emigraron de Condoto, Chocó, en busca del paraíso.

La tranquilidad nocturna se vio interrumpida a las 9 de la noche. Fue en ese momento que María Casilda se dio cuenta de que su hijo mayor había cogido 20 mil pesos sin permiso dizque con la intención de comprar una pistola de balines. “Mira Leonardo, yo no quiero tener hijos ladrones. Vas a tener un problema conmigo si no devuelves la plata. Vamos pues, que quiero ver esa plata cuando regrese de la tienda”, recuerda Casilda que le dijo con ese inconfundible tono de mujer del Pacífico.

Ella, que junto con su esposo trabajaba como prensadora en una empresa de reciclaje, sabe mejor que nadie que la honradez no se negocia y que la plata se consigue más fácil que la confianza. Por eso le habló en tono fuerte a su hijo y salió a la tienda a comprar una panela. No cerró la puerta. Bajó unas empinadas escaleras a las afueras de la casa en donde vive ubicada en el barrio El Triunfo, en la calle primera con carrera primera, allá arriba donde las direcciones en Bogotá hay que buscarlas con brújula y guía turístico.

De regreso tomó nuevamente las escaleras y se dio cuenta que la puerta estaba más abierta de lo que la había dejado. Cuando entró a buscar la habitación alquilada en la que se acomodaba con su familia, estaban su esposo y su hija, pero no encontró a Leonardo. Lo buscó por toda la casa, pero no estaba. Entonces salió y se fue por esas calles oscuras y peligrosas a gritar su nombre, pero lo único que encontró fue el eco de su voz y un frío que penetraba hasta los huesos.

Esa noche media cuadra se alborotó por la desaparición de Leonardo. Los rumores sobre bandas criminales que se roban a los niños para sacrificarlos o llevarlos consigo asustaron a los Quinto, pues contaban que algunos niños del barrio Girardot y Egipto desaparecieron así. Su familia, desde luego, no durmió esa noche. Al día siguiente, Leo tuvo que trabajar, pero Casilda decidió permanecer en la casa, esperándolo.

Pasaron las horas y como el niño no regresaba ella renunció a su trabajo, vendió la cama para tener dinero para los buses y decidió salir a buscarlo por toda la ciudad.

Fue al CAI de su barrio y al de Los Mártires, pero allá le dijeron que esperara un tiempito, que su niño debía estar por ahí, jugando con algún ‘parche’. “El hambre lo regresa doña”, le oyó decir a un agente. “Debe estar ‘sinvergüenciando’ por ahí. Esta noche o mañana le llega”, agregó otro.

Sin embargo, el corazón de María Casilda le decía que su hijo no era de andar en ‘parches’ ni de ser un sinvergüenza callejero. Está bien. Sí. Tal vez había querido huir de la cantaleta de su madre, y ella, sin serlo, se sentía culpable de que Leonardo se hubiera volado. Sin embargo, prefirió quedarse con las palabras del Policía y pensar que el hambre traería a Leonardo a la casa.

Las horas pasaban lentas, inclementes, pero el niño no volvía. Además, los antecedentes no señalaban que él fuera un niño callejero. Al contrario. Su profesora del colegio, Sandra León, dice que es uno de los niños más obedientes de la clase. Es silencioso, juguetón y disciplinado con las clases. “Trabajo con un proyecto para salvar a los niños que están en el umbral de la delincuencia, y créame que Leonardo no está cerca de ser un niño de la calle”, sostiene Sandra.

Buscando con lupa

Pasó el tiempo y llegó el 13 de enero y por ningún lado aparecía Leonardo. Habían ido a todos los hospitales de la zona y a todas las estaciones de Policía, pero nada. Finalmente, decidieron ir a Medicina Legal, el lugar a donde nadie quiere encontrar un familiar.

Llegaron y una trabajadora social los recibió. “¿Nombre?, ¿edad?, ¿tiene tatuajes?, ¿señales particulares en su cuerpo?, ¿cómo son sus dientes?, ¿trajo una foto?, ¿cómo estaba vestido el último día que lo vio?”, Fueron algunas de las preguntas que una amable trabajadora social luego de confirmar, por fortuna, que el cadáver de su niño no estaba en la lista de identificados de la morgue. Cuando la especialista cruzó los datos con las características de los cadáveres N.N., tampoco encontró el cuerpo de un menor de raza negra, de mediana estatura, con una dentadura perfecta.

Lo que la mamá de Leonardo no sabía es que, gracias al nuevo Plan de Búsqueda de Personas Desaparecidas, la ausencia de su hijo ya está oficialmente reportada en todo el país. Para lograrlo, doña María Casilda tuvo que denunciar el caso ante el Cuerpo Técnico de Investigación de Cundinamarca, que a su vez le asignó un investigador para su caso. Este especialista, quien debe evaluar las condiciones de la desaparición, compulsó copias con los datos y la foto del pequeño para todas las regionales y a organismos como el Bienestar Familiar y la Defensoría del Pueblo.

“Yo creo que Leonardo está bien. Por lo general niños como él, que en un arranque de euforia se escapan de sus casas, se enganchan con otros niños de su edad y piden en la calle, o se van a otras ciudades y se acostumbran a resistir las adversidades de la calle. Leonardo se ve un niño muy avispado, y su carita conmueve mucho”, dice Martha Páez, la profesional que desde entonces ha venido siguiendo el caso de este pequeño.

En circunstancias como las actuales, donde el paramilitarismo y la desaparición ruedan juntas por el imaginario colectivo, se cree que el tema sólo tiene que ver con violencia, masacres y fosas comunes recónditas. Pero también hay desaparecidos como Leonardo, de quien hoy todavía no se tienen pistas; o varios hombres y mujeres que quieren desaparecer por problemas maritales o de dinero; o porque quieren esfumarse de este mundo y prefieren desaparecer y comenzar una nueva vida con otra identidad.

Aunque ninguna entidad del país tiene cifras oficiales sobre el número de desaparecidos que hay en Colombia, la revista Hechos del Callejón reveló el año pasado que se reportaron cerca de 7.800 desaparecidos entre 1998 y el 2005, según cálculos de la Fiscalía y Asfaddes (Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos). Además, se cree que en los últimos 15 años, han desaparecido 3.200 integrantes de movimientos políticos. Por su lado, la Procuraduría General tiene en su haber casi 800 desaparecidos en el mismo período, mientras que Medicina Legal cuenta con unos 1.000 entre 2005 y 2006.

Aunque estas entidades hacen ingentes esfuerzos por llevar los datos exactos de tan doloroso drama lo cierto es que estas cifras están un poco lejos de ser ciertas. ¿Por qué? Muchos desaparecidos aparecen reportados hasta dos veces, mientras que otros que ya aparecieron no han sido notificados oficialmente de su “regreso a la existencia”. Sin embargo, con el nuevo Plan de Búsqueda y el Sirdec (Sistema de Información Red de Desaparecidos y Cadáveres), se espera modernizar todo el sistema de búsqueda, sobre todo si se trata de encontrar la verdad en el marco de la ley de Justicia y Paz, luego de que ex jefes ‘paras’, como Salvatore Mancuso, confesaran que escondieron decenas de cuerpos sin vida en fincas de tierras enormes que son difíciles de explorar.

Hoy, con el nuevo software y la cooperación de organismos como el Ministerio de Defensa, el DAS, la Fiscalía, la Policía Judicial y varias ONG que tiene que ver con el tema se pretende integrar todas las bases de datos posibles para saber, finalmente, quién está desaparecido y quién no.

Los días pasan y pasan

A María Casilda poco le interesa saber le tecnología que ahora se está utilizando para encontrar a su hijo. Lo único que le importa es encontrar a Leonardo como sea. Por esa razón, hace un mes, con parte de los 80 mil pesos que dieron por su cama, mandó imprimir mil volantes tamaño carta en el que la foto de su hijo, su nombre completo, su estatura, dos teléfonos celulares y dos fijos para que la persona que lo haya visto la llame y le dé alguna información.

Durante todo este mes, María Casilda no ha hecho otra cosa que mezclar Maizena y agua en un tarro plástico para pegar con engrudo los carteles. No le dejaron pegar carteles en el Terminal de Transportes, pero hojitas como la de la foto hay en Soacha, Suba, Chapinero, el centro y el sur de la ciudad. Después del almuerzo ella se arregla con lo que puede, coge un bus hacia su destino final y se devuelve caminando y pensando minuciosamente cuál será el mejor lugar para que se vea la foto de Leonardo.

Hace unos meses el Ministerio del Interior le dio 500 volantes. Hoy debe pagar fotocopias a 50 pesos. El jueves pasado pegó 62 hojas de estas en la calle, pero el viernes ya sólo le quedaban 50. Esta semana deberá conseguir al menos 20 mil pesos para copiar 400 hojas más. Para ella vale la pena el esfuerzo que hace por su hijo. Su corazón le dice que está bien. Ella, que no es una mujer acostumbrada a manifestar sus sentimientos y es tímida al confesar su amor, se queda pensando cuando le preguntan qué va a hacer cuando regrese su Leonardo. “¿Que qué voy a hacer? ¡Nada! Abrazarlo y decirle que lo quiero mucho”.

Sin embargo, pasan los días, lentos, muy lentos. Y Leonardo no aparece. Lo cierto es que no puede ser que se haya esfumado de la faz de la tierra. En algún lado tiene que estar. Esa es la certeza del corazón de Maria Casilda y de las personas que integran el del nuevo Plan de Búsqueda de Desaparecidos. Su historia es similar a la de 8.000 familias que hoy esperan que con este sistema se disipe el dolor de una de las tragedias más graves que sufre el país pero que por lo silenciosa pasa invisible. Tan invisible como la figura de doña Maria Casilda cuando va solitaria con sus fotos de Leonardo que va pegando en cada poste, entre la inmensa jungla de cemento.