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¿Y dónde están los payasos?

Olga Lucía Lozano<br>Editora de Conexión Colombia

7 de agosto de 2005

¿Hay algo más anacrónico que hacer una fiesta? Si. De hecho creo que es mil veces peor hacerla en honor de la Bogotá presente con carnavales obligatorios, sindicalistas de cuello negro y un gabinete distrital dedicado al humor flojo. De todas maneras esa es la tarea y así, con el mismo tono resignado que se nota en los rostros de los meseros de corbatín que nutren a los comensales de las fiestas de 15, habrá que acometer la labor como si tuviéramos mucho que celebrar.

El primer paso, y tratando de recordar los consejos de la revista Buenhogar, será entonces definir el tipo de celebración que se acomoda más a esta Bogotá versión 2005. No dudo que por los antecedentes de esta Administración Distrital habría que inclinarse por la típica y mamerta reunión de chimenea con guitarrista y poeta a bordo. Eso sí, con un amplio repertorio musical, conservado en casetes a la vieja usanza, que incluya tonadas de Silvio Rodríguez, una que otra melodía de Mercedes Sosa, varias muestras de la producción de Pablo Milanes y la infaltable Café y petróleo de Ana y Jaime. Finalmente, Lucho y su combo se parecen mucho a las composiciones de música social o protesta (nombre horrible, pero acuñado por algún creativo de disquera): hablan mucho de pobreza e injusticia, hacen visibles las problemáticas sociales, pero contribuyen poco a solucionar alguno de los temas.

Claro que viendo la cosa desde otro lado no estaría mal parodiar uno de esos sagrados recintos salseros, convertidos en clubes sociales por obra y gracia de la desaparecida "Hora Zanahoria". A fin de cuentas esos son los puntos de encuentro favoritos de varios intelectuales trasnochados que, sin tener en cuenta el paso del tiempo y los cambios de las últimas décadas, mantienen discursos aprendidos para criticar al sistema y acusan a todo aquel que piense distinto de neoliberal despiadado o tecnócrata maligno. Como si se tratara de una noche en Quiebra Canto, Café Libro o cualquiera de estos locales podría entonces planear una reunión para "adultos contemporáneos" con aire de bacanes y pretensiones de ideólogos.

Bueno, pero siendo coherente con las tendencias actuales, lo mejor es abortar las ideas anteriores (al menos de manera parcial) e inventar un carnaval. Un evento masivo en el que se mezclen elementos de las dos propuestas anteriores y varias manifestaciones populares. Como quien dice: un poco de todo, pero sin profundizar en nada. Algo así como el carnaval de la diversidad (ya el nombre está oficializado), pero en este caso diversidad se referiría a no especializarse en nada, aunque pareciera que controlamos y sabemos todo.

Este último modelo tiene varias ventajas: eliminamos las recomendaciones tipo Discovery Home que a mis ojos son complicadísimas. Adiós meseros (así no tenemos que contratar cuanto recomendado aparezca), adiós al tema de la comida (ya nos podemos saltar el trillado e ineficiente "Bogotá sin Hambre"), abogamos por la inclusión al hacer un convite masivo (aunque para eso no necesitemos abandonar la indiferencia) y para financiar la cosa podemos alquilar parte del espacio público a quienes quieran vender alguna cosita durante la fiesta. Lo importante es mantener la idea de espontaneidad, hacer claro que este es un plan de 6 de agosto pero sin planeación, como ocurre todo últimamente.

Con este esquema nos quitamos además de encima el tema de hacer alguna lista de invitados. Que vaya quién quiera, sin importar siquiera si sabe a qué va. Y para tener un gancho llamativo hacemos una segunda media maratón cuyo punto de llegada sea el ágape capitalino. Así nadie tiene que ir en carro y el tema de las pésimas condiciones de la malla vial pasa inadvertido.

Resuelto todo lo anterior solo nos queda por definir quienes asumen alguna labor en la celebración. Sobra decir que Lucho, gracias a esa capacidad innata de convertir ante los medios cualquier asunto grave en un chiste flojo, no tiene competencia en el papel de animador oficial. Labor en que las 20 nuevas alcaldesas locales y Martha Senn (que hace poco se enfrascó en un ir y venir de ironías poco inteligentes con una lectora de El Tiempo, dejando claro que alguna vez fue mejor cantante que humorista) lo pueden ayudar como recreacionistas.

El resto del gabinete que se dedique a negociar, utilizando su experiencia con el Consejo, a repetir los eslogans de Lucho y a ver qué estrategia se utiliza para que los más de seis millones de asistentes permanentes no desaparezcan en medio de los índices de inseguridad. Al menos ya tienen un problema resuelto, las familias de los muertos no asisten a fiestas, por tanto nadie hablará del incremento de las cifras de homicidios y asesinatos violentos que suben sin parar en los últimos días.

Así las cosas, cuándo alguien pregunte: ¿Y dónde están los payasos? Basta con decir que andan por todos lados.