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"Yo no fui indultado"

Alejandro Mamián, uno de los cuatro guerrilleros del M-19 que no fueron indultados por el Gobierno en 1990 por cometer crímenes atroces cuenta su historia.

Carlos Cortés Castillo
10 de octubre de 2004

Sobre un tablero de ajedrez vacío Alejandro Mamián recuerda su historia. No es para él un campo de batalla desierto, no fue una guerra que terminó y la paz que llegó de un momento a otro. Las piezas no están guardadas en cajas, como si los problemas hubieran terminado con el último apretón de manos.

Alejandro tiene 44 años, el pelo negro espeso y la piel morena, templada, sin arrugas. Lleva una sudadera azul y unos tenis blancos, que sumados a la gomina brillante en su cabeza le dan el aspecto de estar siempre recién bañado. A veces parece más joven, cuando habla de estos últimos años y de la lucha por su familia; y a veces se ve más viejo y agotado, cuando describe el tiempo en la guerrilla y su paso por la cárcel.

Repasa el tablero con las manos y dice: "éste no es un juego de guerra sino de paz. Al rival no le deberían decir así, ni contrincante, ni enemigo. Es en realidad el compañero de juego. Juntos aprenden de sus errores, juntos asumen las consecuencias de sus decisiones".

Nació en Florencia, Caquetá, donde estudió hasta cuarto de primaria para después dedicarse a cultivar y trabajar la tierra. A los 16 años entró a la Infantería de Granada, Meta. "Era un campesino y lo sigo siendo", afirma, a pesar de no parecerlo. Sin embargo, en sus palabras aún quedan dejos de cortesía de labriego. "No he vuelto a hablar de todo esto, me perdonará el desorden con el que se lo cuento".

Antes de prestar servicio militar había sido seducido por el M-19, que con un discurso popular y romántico lo puso a soñar con un país diferente. El 'Eme' - como a veces le dice - tenía un imán, un halo irresistible. Pero no se volvió infiltrado ni mantuvo contacto con la guerrilla cuando entró al Ejército. Hizo las cosas sin pensarlo y por inercia, que parece ser lo único que explica su arrojo. Estuvo 20 meses como soldado, aprendió de táctica militar, de manejo de armas y de combate en campo abierto. Se enfrentó varias veces con columnas de las Farc que operaban entre el Huila y el Meta.

"Nunca sentía miedo en ese tiempo, y en cambio hoy en día ni siquiera me gusta caminar de noche por el barrio, o ir a fiestas. Evito cualquier cosa que pueda desembocar en una confrontación", dice con una leve sonrisa. Habla despacio y sin sobresaltos, y cuando está de acuerdo con una pregunta interrumpe con un "perfecto", y continúa.

En el Ejército Alejandro se dio cuenta de que el ideal de las guerrillas de tomarse el poder era imposible. A pesar de su debilidad, de su corrupción y de su desorden, el Estado era un enemigo imbatible. Pero aun así, apenas terminó su servicio se vinculó de lleno con el 'Eme'. Comenzó en un comando rural donde enseñaba los postulados del grupo y después trabajó en las escuelas militares donde se aprendía el manejo de armas.

Al comenzar 1982 fue enviado con alias 'Jairo' a recoger unas armas en una población del Huila. En ese tiempo muchas de las actividades del 'Eme' eran clandestinas, y sus integrantes aparecían y desaparecían, como fantasmas. No obstante, en la zona había una disputa territorial con unos grupos de autodefensas campesinas, y en los días anteriores uno de sus miembros y un jefe de comando de la región del M-19, hermano de 'Jairo', habían sido asesinados. "Algunos de los campesinos se quedaron haciendo inteligencia cerca a la casa de la víctima de nuestro grupo. Cuando nosotros llegamos al pueblo doblamos la esquina de una quinta y nos encontramos de frente con uno de ellos. Era realmente un muchacho, que del susto sacó un cuchillo, y 'Jairo' sin mediar palabra le pegó un tiro y lo mató. Después nos enteramos de que nos habían denunciado por una venganza familiar, pero para mí fue algo que hacía parte de nuestras labores en la guerrilla".

Salieron de allí y se encaminaron hacia Palestina, otra población de ese departamento. Semanas después, cerca de ese lugar, el Ejército dio de baja a Edgar Rincón, responsable de un comando del M-19 de 12 hombres. Todos tuvieron que dispersarse y Alejandro, 'Jairo' y dos guerrilleros más cambiaron su ruta a La Plata, donde fueron capturados casualmente por la Policía mientras atravesaban la plaza del pueblo a las cuatro de la madrugada. Llevaban dos carabinas y dos revólveres.

Estuvieron presos un mes. Les informaron que el Gobierno había decretado una amnistía y que quedaban libres. Ni a Alejandro ni a 'Jairo' les dijeron nada sobre el incidente del campesino asesinado meses atrás. "Pensé que era mentira lo de la amnistía y qué más bien el Ejército se había robado las armas, y pensé también que estábamos limpios por el otro asunto".

El tiempo pasó y Alejandro ascendió en la organización, no de manera fácil, pero sí rápida. Estuvo en la emboscada de La Sonora y en la toma de Paujil; en la de Florencia y en la de Candela; estuvo en Corinto, Cauca, en los diálogos de 1984 y asistió en Yarumales a la IX conferencia del M-19. De allí salieron en tres bloques grandes, uno de los cuales ejecutó las tomas de Toribío y Belalcázar, en las cuales él también estuvo. "Naturalmente que en los combates hay bajas", responde con sutileza cuando habla sobre muertes en las acciones en las que él participó. A los 24 años llegó a ser segundo al mando del pelotón, que en ocasiones podía llegar a ser de 180 hombres.

Por esa época comenzó lo que parecía un simple pasatiempo: "veía a los compañeros jugar ajedrez y no entendía, pero con el tiempo aprendí y comencé a ganar partidas, hasta el punto de quedar campeón de un torneo que se organizó entre los combatientes", recuerda sin darle importancia a ese hecho.

Sobre una repisa metálica en su casa al sur de Bogotá, con la plancha de cemento y el ladrillo a la vista, reposan más de 20 libros de ajedrez sobre todos los temas: las aperturas abiertas, combinaciones y estratagemas, el ajedrez pedagógico y el experimental, el juego medio y los finales. En el ajedrez las piezas responden a la voluntad del jugador, los errores se pagan con capturas, con debilidades posicionales y claro, con derrotas. Un problema puede solucionarse rápido o puede tomar tiempo, y entonces hay que pensar con paciencia. El ajedrez es infinito, y en el juego medio aparece la creatividad única de cada jugador. También es atemporal, siempre es posible repasar las fallas, devolver la partida en cámara lenta. Alejandro saca las fotos de sus partidas simultáneas en el barrio, donde acomodaban las mesas plásticas en la mitad de la calle para que él jugara con sus vecinos.

El 6 de noviembre de 1985, cuando el M-19 se tomó el Palacio de Justicia, el comando del que hacía parte Alejandro preparaba una toma a Silvia, Cauca. Estuvo enlistado para viajar a Bogotá, pero tardó más de la cuenta en regresar del Palmar, Valle, y fue reasignado para la acción en el pueblo. Como la toma en Bogotá, la de Silvia terminó muy mal. Antes de llegar al pueblo el Ejército los emboscó, y en el desorden el pelotón se deshizo y sufrió muchas bajas. Alejandro buscó refugio en el monte, y con los soldados tras sus talones se camufló en el lodo durante horas mientras la Policía escarbaba el terreno. A pesar de la sangre fría que entonces corría por sus venas, reconoció por primera vez los síntomas del miedo.

De la toma del Palacio tiene pocos recuerdos: "la explicación que nos dieron era que querían enjuiciar al presidente Betancur por el incumplimiento de los acuerdos. Decían que los comandantes querían mostrarle al mundo que Colombia sí tenía un conflicto armado interno.".

En los años anteriores a la desmovilización hizo parte del comando Héores de Yarumal, al mando de Carlos Erazo y conformó una fuerza mixta con guerrilleros del Ecuador y Perú, del Tupac Amaru. El objetivo trazado era fortalecer el Batallón de las Américas, pero el trabajo de Alejandro terminaba en el campo de batalla. "Yo era un soldado, y en la vida pública desaparecía. Cuando se habló de la desmovilización vi que se abría un espacio de paz para que el 'Eme' hiciera política, pero sobre todo, para que nosotros tuviéramos libertad".

En 1989 conció a Luz Deny y le prometió que en cuanto saliera de la guerrilla se iría a vivir con ella. El Congreso expidió la Ley 77 de 1989 que indultaba al M-19, y todos comenzaron a hacer los papeles de la reinserción. Allí Alejandro convirtió en anécdotas casi una década de batalla; describió las tomas y los ataques, su actividad al principio en las escuelas militares y después en los comandos; el Batallón de las Américas y la fuerza mixta, y claro, el lejano episodio de 1982. Cerca de 900 militantes del M-19 fueron indultados y obtuvieron su libertad, libertad plena y duradera.

El indulto que le prometieron a Alejandro duró apenas un año. En el poco tiempo que estuvo libre trató de organizar una familia con Luz Dely, nació su primera hija y aprendió a fabricar productos de aseo en la Universidad Obrera de Cali. El 24 de abril de 1991, al pedir en el DAS su pasado judicial para un empleo, fue detenido cuando le encontraron la cuenta pendiente por homicidio.

"Le aposté a la reinserción", dice Alejandro, "y pensé que lo del indulto era en serio". De nada sirvió hablarle al juez del proceso de paz y de su condición de ex guerrillero. El día oficial de la desmovilización en Santo Domingo, Cauca - 9 de marzo de 1990 - , fue la última vez que vio juntos a todos los del M-19, a los comandantes, a los jefes, a los compañeros. Los más importantes ahora estaban dedicados a la política, y los demás - que era la gran mayoría - intentaban reinventar sus vidas. De manera que no hubo a quién hacerle el reclamo.

Seis años atrás - en 1984 - un juez lo había condenado a 18 años de cárcel como coautor del homicidio cometido en Huila en 1982. Fue procesado como reo ausente y excluido del indulto porque ese delito se consideraba "homicidio fuera de combate". Dice que nadie le explicó su caso, ni le explicó tampoco por qué cuando estuvo detenido un mes en Neiva no le informaron del proceso que ya se adelantaba en su contra. "Nosotros operábamos de forma encubierta en esa época. El campesino de esa autodefensa no murió en un enfrentamiento regular de fuerzas porque no éramos un ejército totalmente constituido. Pero sin duda fue una acción relacionada con las actividades del M-19". Pagó él solo por el crimen porque 'Jairo', que fue quien disparó y en consecuencia fue condenado como autor, nunca apareció.

Sin proceso en marcha, sin haber sido un guerrillero importante y sin estar metido en la política las opciones eran pocas. Fue a parar a la Penitenciaría Nacional de Picaleña en Ibagué, donde Luz Dely lo visitó sagradamente una vez al mes -al principio sola y después acompañada por Lina - hasta el día de su salida.

"Pasé humillaciones y estuve muy deprimido. Imagínese uno morir en una cárcel de esas, de una manera vil por no entregarle a algún vicioso lo que uno no tiene", dice mientras baja la voz un poco. Laura, su segunda hija, de cuatro años, no sabe esa parte de su pasado. "Cuando hablamos de eso delante de ella siempre decimos, 'el tiempo que estuve de vacaciones en Tolima'".

No tuvo tiempo para pensar en su felicidad y en la esperada libertad, buscó trabajo en la cárcel como panadero para mandarle dinero a su esposa. Validó hasta cuarto de bachillerato y siguió jugando ajedrez. Desde la cárcel, encargaba libros de Medellín y Bogotá para estudiar. Fue campeón de la cárcel de Picaleña siete veces. "Un año perdí el título contra un profesor, pero lo recuperé al siguiente", y también ganó el único torneo nacional de cárceles que disputó. "Esa vez llevaron a los presos que competían a nuestra cárcel", recuerda.

Salió de la cárcel la semana que Lina cumplió ocho años. No podían regresar a Cali porque algunos residuos del comando 'Jaime Bateman Cayón' los amenzaron. Rechazó ofertas de las Farc y de los paramilitares para vincularse con ellos y se trasladó a Bogotá.

Al comienzo supervisó unas obras civiles, pero pronto dejó eso y fundó, con el apoyo de la alcaldía local de Usme y el Pnud, la Escuela Pedagógica de Ajedrez de Convivencia Pacífica y Resolución de Conflictos. "Tuvimos noventa alumnos. El ajedrez no sólo los aleja del vicio, de la calle, sino que también desarrolla su capacidad de análisis, de enfrentamiento respetuoso y tolerante, los obliga a asumir su responsabilidad. Es un enfrentamiento de creatividades donde no se admiten las trampas, donde no se puede agredir al otro ".

Le transmitió la pasión por ese deporte a Lina, "un poco tarde", dice, "porque en la cárcel no había cómo. Pero a Laurita si le estoy enseñando desde ya." A pesar de comenzar casi a los diez años, Lina tiene la casa llena de trofeos: varias copas como campeona de su localidad, y en los torneos de la liga de Bogotá y el Idrd subcampeona de 2003; campeona femenina sub-16 y tercer puesto sub-13, ambos en el 2004. Participó en el panamericano y estuvo en Cartagena compitiendo. La falta de dinero los ha obligado a aplazar más competencias.

La escuela estaba proyectada para diez localidades en el 2010, pero se cerró por falta de apoyo. Desde entonces Alejandro ha cambiado varias veces de trabajo: administró un albergue, al cual llegó casualmente por necesidad y del que salió por el ambiente de tensión que se vive con los reinsertados; hace poco trabajó por un corto período en el Minsiterio de Desarrollo y Medio Ambiente. Su contrato terminó y quedó sin empleo, pero mientras estuvo ganó el torneo de ajedrez de la Función Pública. Ese trofeo todavía falta se lo deben.

Alejandro habla con ímpetu de sus hijas y su esposa. Dice que nunca ha sido feliz, y que su felicidad es la de su familia. Lamenta los años que no estuvo con Lina y Luz Deny, el tiempo que perdió en la guerrilla, no haber tenido una carrera y contar con escasos recursos económicos. Pero no vacila un segundo al concluir que la paz fue el mejor camino. "Me sorprende que la gente piense que deberían revocar el indulto del 'Eme'. El indulto fue bueno para todos, aun para mí, que estuve ocho años en la cárcel. Se trató de buscar un camino de paz, que es lo que yo vivo ahora. No sé porque pueden preferir un camino de guerra".

Tiene autoridad para referirse al tema. Hizo parte de un proceso que benefició a su grupo, pero no lo incluyó. Pagó por sus errores, buscó opciones y encontró salidas. Para él, irónicamente su indulto sí funcionó. Su pasado se ve oscuro y su futuro claro. Pero sabe que las cosas no son sólo buenas o malas, nada es blanco o negro. Ni la paz ni la guerra. Ni siquiera el ajedrez.