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Zidane: amar al agresor, Por Jorge Giraldo R.

"En el mundo occidental no basta ver que no se ha agredido, hay que demostrar que no se dijo y, quizás, que no se pensó nada indebido, deshonroso o insultante al agresor", dice Jorge Giraldo.

Jorge Giraldo Ramírez*
13 de julio de 2006

Todos los días tenemos en Occidente un ejemplo de la veneración de nuestra cultura por la violencia y, especialmente, de la patológica tendencia a admirar y justificar a los violentos, así como a sindicar y olvidar a las víctimas. La argumentación la han ofrecido varios pensadores contemporáneos, entre ellos Peter Schneider en un texto que publicó, fragmentadamente, Editorial Norma y que se titula “La fragilidad de la certeza”.

Pero no siempre tenemos el caso de un héroe contemporáneo, expuesto a las miradas de varios cientos de millones de personas en una agresión física anormal, incluso en un deporte físico como el fútbol. Todos lo vimos. Al menos todas las personas normales. Un golpe terrible que derribó a un hombre de 80 kilos; un golpe con la cabeza que son arteros y tiene por definición la intención de dañar; un golpe que no fue a la cara simplemente porque el agredido mide 10 centímetros más.

Las reacciones son absurdas. La primera, y mundial, es la de buscar una explicación, siempre antesala de una justificación, al acto. ¿Qué pasó? La víctima, Marco Materazzi, ha sido puesta en la situación de tener que explicar el acto. Respondió lo obvio: “todo el mundo lo vio”. Por supuesto, pero en el mundo occidental no basta ver que no se ha agredido, hay que demostrar que no se dijo y, quizás, que no se pensó nada indebido, deshonroso o insultante al agresor. Quien ha ido al banquillo no ha sido Zidane, el agresor, sino Materazzi, la víctima. Hay allí una petición de principio inaceptable y es que se propone que, eventualmente, una palabra puede ser respondida con un golpe. Esta lógica propone que una frase pueda justificar un disparo, un libro una condena a muerte, un discurso ideológico cualquiera un genocidio. Bueno, en Colombia nos hemos matado por malas miradas o por parecernos a quien no debíamos parecernos.

A esta reacción le sigue una puesta en situación. ¿Qué hubieras hecho vos si te hubieran dicho esto? Han surgido ya decenas de hipótesis: le habló de la madre, de la hermana, del islamismo, le dijo “pie negro”, denigró de Argelia o de los quesos franceses. ¿Qué frase ameritaría semejante golpe al pecho de un colega de profesión y compañero de juego? Nuestros vecinos han mostrado acá su enanismo espiritual, si alguien habla mal de mi novia lo golpeo, si de mi madre lo mato, si de mi país lo incinero.

Luego los periodistas deportivos acreditados (y dale con la prensa) han votado por Zidane como mejor jugador de la Copa Mundo. Algunos periodistas, mexicanos y de Espn, han mostrado su indignación, hay que reconocerlo, pero a la mayoría no les importó. Pareciera que este tipo de comportamientos no tuvieran que ver con decisiones exclusivamente deportivas. No importan los antecedentes: no era la primera vez que Zidane agredía con la cabeza a un contrario, ni que se hacía expulsar por agresiones fuera de contexto. ¿Acaso no hay una ética en el deporte? Si en algún lugar hay reglas firmes de comportamiento es en el juego y en el deporte. Incluso en Colombia, hoy el juego es una de las pocas actividades en las que la palabra sigue siendo sagrada. Ni hablar de lo que ha significado siempre el espíritu deportivo. Nadie puede negar que Zinedine Zidane ha sido uno de los más talentosos futbolistas de esta época y, quizás, de la historia, por sus propios méritos y no por su origen social, pero sus gambetas no disculpan su conducta; debieran agravarla.

Tenemos un antecedente cercano en la glorificación de Maradona. Jugó cuatro mundiales: en el primero fue expulsado por una patada aleve contra un jugador brasilero, en el segundo marcó un gol decisivo con la mano (lo que está prohibido en los reglamentos, aunque a muchos les hizo gracia), en el cuarto fue sancionado por dopaje. Nuestros aficionados de corta memoria y más corta ética, nuestros periodistas irreflexivos, lo han convertido en un héroe, a quien fue un perverso deportista, aunque haya sido buen futbolista.

¿Qué pueden el padre de familia, el maestro, el juez, el sacerdote, ante el poder vociferante de los locutores deportivos (que ni periodistas son las más de las veces)?


* Profesor Universidad Eafit