OPINIÓN

El estilo de las mujeres: elementos para el debate sobre la figura de la “primera dama”

"La explicación de los diseñadores que la aconsejaron en su elección es que su intención era irrumpir en el debate público para mandar un mensaje".

Isabel Cristina Jaramillo
14 de febrero de 2019

Temprano esta mañana recibí una llamada pidiéndome defender a la “primera dama” en la controversia sobre el vestido que eligió usar en la visita al presidente estadounidense Donald Trump. Debo confesar que ni me había enterado y me sorprendió lo que encontré en los medios. El padre Alberto Linero diciendo que dejaran en paz a la pobre mujer que en este país pasan cosas muy graves como para dedicarle tiempo a esto. Una reconocida académica diciendo que lo único que nos faltaba era tenernos que aguantar ahora a la primera dama disfrazada de payaso. Los diseñadores del vestido, Francisco Leal y Karen Dacarett, explicaban de la manera más clara y contundente la política de esta elección: la señora quería afirmar su personalidad moderna y audaz, llamar la atención, ser tendencia. ¿Será que el padre Linero es el único feminista en Colombia?

Es verdad que en un país en el que las mujeres aprenden que ser bonitas es lo único que les va a garantizar éxito, porque el éxito es quedar bien casadas, es difícil frenar el impulso a defender a las mujeres que aspiran a otros tipos de éxito -ser senadoras, magistradas o presidentas- cuando las critican por no ser suficientemente bonitas o no estar suficientemente arregladas. Insistimos en que el color de las medias o la altura del vestido no es lo importante y que mencionar eso es quitarles a las mujeres el reconocimiento por los méritos desplegados. Me recuerda perfectamente el comentario que hizo Carlos Gaviria Díaz cuando le preguntaron por las calidades de Samuel Moreno en una entrevista. Dijo: no sé casi nada de él; tiene buen gusto en las corbatas. A todos nos quedó claro que Gaviría no iba a apoyar a Moreno.

El caso de la “primera dama” es bien distinto. La Corte Constitucional en su sentencia C-089A de 1994, declaró inconstitucional la figura del “Despacho de la Primera Dama” creada por el decreto Ley 1680 de 1990. El artículo 6 de esta ley establecía que habría unos funcionarios públicos que asistirían a la primera dama en lo que ella “estimara pertinente hacer”. La Corte Constitucional, con ponencia de Vladimiro Naranjo, explicó que:

“[…] resulta claro que la Primera Dama ni reviste tal carácter de servidor público, ni hace parte del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República. […] las anteriores consideraciones no son óbice para que la primera dama [sic] de la Nación pueda continuar cumpliendo todas aquellas actividades que normalmente le corresponde en su calidad de cónyuge del Presidente de la República, como son las de colaborar con él en el desempeño de tareas protocolarias, o tener iniciativa en materia de asistencia social, en labores de beneficencia pública, o en actividades análogas, tal como ha sido, por lo demás, una noble tradición en Colombia desde hace largos años, sin que para ello hubiera sido necesario crear una dependencia de orden administrativo, con todo lo que ello implica en cuanto a recursos financieros, materiales  y humanos dentro de la Presidencia de la República.”

Es decir, la Corte aclaró que el papel de la primera dama es principalmente protocolario y que no tiene el carácter de servidor público. Es en este rol protocolario precisamente que aparece en los medios y, como figura pública, se somete a la crítica. Y es en este rol protocolario que necesita definir una identidad que, a la vez, transmita algún mensaje importante para el trabajo que hace su cónyuge. Michelle Obama y Hilary Clinton, por ejemplo, representaron el papel del matrimonio de compañía, en la que el proyecto de la Presidencia es un proyecto conjunto que se construye por largo tiempo. La imagen que proyectaban era sobria y de apoyo a sus esposos. Completamente alineados con el programa de gobierno y claros en cuanto a las limitaciones constitucionales que se les imponían. Laura Bush, por su parte, se dedicó a mostrar que la suya era una pareja tradicional: la bibliotecóloga bonachona se dedicó a enseñar a los niños y a dirigir programas de nutrición como si todo lo que hubiera sido en la vida fuera ama de casa. Melania Trump, incluso en las fotos en las que aparece con nuestra querida “primera dama”, resalta su escultural cuerpo y nos recuerda que el presidente puede ser un machista como cualquier vecino de barrio.

La explicación de los diseñadores que la aconsejaron en su elección es que su intención era irrumpir en el debate público para mandar un mensaje. Precisamente frente a esta afirmación e intención política podemos orientar la crítica. Personalmente me parece interesante que su mensaje sea el de alguien moderno y audaz; creo que no se concilia del todo con el mensaje de su esposo que, a pesar de sus giros tecnocráticos, no hace sino repetir la tradición y encuentra sus votos entre la población más conservadora del país. Incluidos los que dicen que hay que prohibir la educación sexual porque ella reproduce la “ideología de género”. También creo que para una persona tan joven, enfatizar lo moderno y audaz no hace sino ahondar en lo que le falta: experiencia. Y ciertamente hay algo en el vestido que no cuadra. No es una buena “interpretación” de lo “moderno y audaz”: es acartonado y como que no la deja ni moverse.

Como mujer, sin embargo, apoyaré a la “primera dama” si es que su intención de modernizar la institución es seria. Se me ponen de punta los pelos cuando leo a la Corte Constitucional decir que la tradición de las primeras damas es la “asistencia social” y la “beneficencia pública”, como si esa hubiera sido alguna vez una buena idea. Creo que la doctora María Juliana Ruiz tiene muchas herramientas para lograr lo que se proponga: una formación impecable y una hoja de vida impresionante. El vestido es solamente un primer paso y no salió tan bien. Pero que esto no la amilane en su intento. Estaremos atentas para apoyarla cuando sea necesario.