OPINIÓN

Uribe y la guerra perpetua

Lo que se define en las próximas elecciones no es sólo la presidencia de la república sino el rumbo del país.

Marta Ruiz
18 de mayo de 2014

O nos encaminamos a darle un cierre definitivo al conflicto de manera civilizada, como proponen varios de los candidatos, o nos quedamos anclados en la barbarie de la guerra, tal como propone Uribe, a través de su candidato Oscar Iván Zuluaga.

El viernes pasado ocurrieron dos hechos muy esperanzadores. Por un lado gobierno y Farc cerraron el punto de la agenda sobre narcotráfico con un compromiso de las guerrillas de romper cualquier vínculo con esta actividad, y del gobierno de por fin tratar a los cultivadores de coca como verdaderos ciudadanos. Santos dijo en una alocución algo en lo que tiene razón: nunca se había llegado tan lejos, nunca habíamos contemplado tan de cerca la posibilidad de acabar con la guerra y construir la paz.

Un segundo hecho histórico es que las Farc y el Eln anunciaron un cese del fuego. Lo hicieron de manera conjunta, lo que significa que hay posibilidades de que las dos guerrillas puedan actuar unidas para el fin del conflicto.

En La Habana quedan por tratar tres temas. El de víctimas, sobre el que ya hay por lo menos en la idea compartida de crear una comisión de la verdad. Y los otros dos son: la dejación de armas y el cese definitivo del fuego; y la implementación de los acuerdos. Estamos realmente cerca de ponerle fin a una guerra que lleva 60 años, ha costado más de 200.000 muertos, y tiene a medio país en la barbarie.

Pero esa esperanza hoy está en juego. Un sector político encabezado por Álvaro Uribe Vélez se opone a esa paz. Parece insólito, pero tiene lógica: Uribe es el que más pierde con la paz y a su vez el que más gana con la guerra.

Uribe pierde con la paz, porque el sector rural tendrá que cambiar y él representa el estatus quo vigente. Uribe representa a la vieja clase terrateniente, a los ganaderos, al rico campechano que trata con condescendencia y, en el fondo, con desprecio, al campesino. Lo quiere de soldado, de jornalero, pero no de propietario. Que los campesinos tengan más acceso a la tierra, y mejores condiciones para producir, significaría crear una clase media en el campo. Clase media cuyos hijos irían a la Universidad, que es lo que quieren, y no a la guerra, que es lo que le ha tocado hacer en el país de Uribe.

Pierde porque en las regiones donde su gobierno entregó títulos mineros a manos rotas, o incentivos increíbles para que grandes empresarios se quedaran con la tierra, podrían retornar las víctimas del conflicto, los desplazados. El modelo de Uribe, el gran Carimagua, el de unos territorios vacíos de guerrilla, pero también de colonos y campesinos, no será posible con un acuerdo en la mano, pues habrá que pensar en un modelo de desarrollo que sea incluyente con las víctimas de la violencia.

Si hay una apertura democrática Uribe pierde, porque su poder político reside en sembrar el miedo. Si las Farc entran a la vida civil, si abandonan las armas, Uribe se queda sin caballo de batalla. Si no hay Farc, no hay Uribe. Y eso es lo que más teme nuestro expresidente. Sin guerra, Uribe se desmorona.

Si se comienza a desmontar el narcotráfico, Uribe también pierde. Porque muchos de sus aliados políticos han tenido vínculos con sectores de redes mafiosas, como lo demostró el escándalo de la para-política durante su gobierno. O como lo demuestra la detención del que fuera su jefe de seguridad, y de su primo y etcétera, etcétera, etcétera.

Y si se hace una comisión de la verdad, Uribe vuelve y pierde. Porque sobre su vida pública hay demasiadas sombras. Desde su paso por la Aeronáutica, pasando por su período como gobernador de Antioquia, durante el cual el paramilitarismo se escaló frenéticamente, hasta sus dos períodos presidenciales, con sus falsos positivos incluidos, el desmadre del DAS y los nuevos ricos que se enriquecieron aún más durante su gobierno.

Aunque la paz es una ganancia para el país, Uribe en realidad, tiene mucho para perder con este acuerdo, y por eso su encarnizada oposición a que se culmine. Por eso quizá se ha empeñado en la guerra sucia contra el proceso, y de paso, contra Santos, que es su artífice.

Uribe ha demostrado que está dispuesto a todo para que Oscar Iván Zuluaga, su ventrílocuo llegue a la presidencia. Para ser el prestidigitador de un gobierno que nos lleve de nuevo a la guerra abierta, que es el medio ambiente en el que Uribe y sus aliados se encuentran más cómodos. Y por supuesto, obtienen más ganancias.