Bueno, supongo que algunos de los que están aquí vieron el
curso en banner y se dijeron que aprender de este tema les podría ayudar a
parecer interesantes; otros tendrán su diagnóstico -o algún familiar que lo tenga- y después de una mala experiencia con medicamentos vienen
averiguar qué es esto del farmaguedon. Espero que los de esta última categoría
sean pocos en comparación con todos aquellos que inscribieron este curso
convencidos de que no hay un marketing más elegante que el de los más fármacos
(por favor en esta clase no les llamen drogas, es un anglicismo desafortunado)
Señores, no me canso nunca de motivarlos; una voluntad de
hierro, de la mano de una formación adecuada, los puede llevar más allá del
puesto de sus sueños. No duden de sus miras, crean en ustedes; gracias por
inscribirse, gracias por elegir La Universidad a la Derecha.
Pensarán que no los conozco y que no debo asegurar de buenas a primeras que muchos de ustedes tienen cara de venir preparados. Pero llevo años en esto y sé lo que lo digo, casi puedo verlos alzar la mano y preguntar: “<<¿Cuál es la rentabilidad del negocio?>> <<¿Es cierto que la enfermedad bipolar fue el resultado de uno de los posicionamientos de marca (branding) más exitosos de los que se tenga noticia?>> <<¿Cómo nos relacionamos nosotros los del departamento de ventas con los ensayos clínicos aleatorizados?>> <<¿Cómo incidir desde una farmacéutica en una guía de manejo, en una política de salud?>> <<¿Cómo es eso de que el verdadero consumidor del negocio no son los pacientes sino los médicos>>
Les diré que todas esas preguntas y quizás muchas otras
están muy bien, me encanta que pregunten, habla bien de la clase, de su interés;
pero no van a entender mayor cosa mientras no hayan aprendido algunos aspectos
claves de la estructura; y cuando hablo de la estructura hablo especialmente de
ciertas condiciones legales que hacen del negocio lo que es. Y cuando digo esto
me refiero a muchas cosas, por supuesto; pero para empezar debo referirme a
una: la legislación de propiedad intelectual, y con propiedad intelectual no
hablo de nada distinto a esta cuestión de las patentes, señores, las patentes.
-¿Siempre es así de esquemático y deductivo?
-Casi siempre, Caty. Se aprende de las tragedias y los
triunfos, siempre es así; por eso creo que toda clase marketing debe ser
también una clase de historia; donde algunos ven el dato curioso el más avezado
ve la oportunidad. Y siendo así les cuento que esto de las patentes es viejo,
demasiado viejo, son hasta anteriores a las marcas… con decirles que la primera
patente data de 1470 y fue hecha en Venecia.
Poco después se hicieron populares en Inglaterra, tan
populares que funcionaron con holgura por mucho tiempo hasta que las autoridades
del siglo XIX se vieron en la necesidad de regularlas, pues algunos patentaron
procesos y productos que no eran novedosos; la ley lo admitía, y, en más de
alguna manera (eso lo veremos en este curso), lo sigue admitiendo. Perdón, creo
que no les he definido la palabra en cuestión. Una patente es el derecho
exclusivo a producir un bien o un servicio. Es un privilegio comercial que se
le otorga a todo aquel que genera algo novedoso y, muy probablemente, benéfico
para la humanidad.

Como en esto de las patentes la ley varía de acuerdo al tipo
de bien o servicio, valga decir que en el caso de los medicamentos estamos
hablando de veinte años de exclusividad, estamos hablando de que una
farmacéutica consigue llevar a buen término las investigaciones y las pruebas
de un nuevo fármaco y obtiene su patente: el monopolio de su producto por
veinte años. Y bueno, de las regulaciones que los gobiernos hacen a los precios
no se puede decir que no sean generosas: una medicina puede alcanzar una rentabilidad
del 2000 o el 2500%. Una pastilla fabricada en 10 centavos se puede llegar a
vender en 2 o 3 dolares; averigüen acerca del Nexium, del Lipitor o del Prozac y
aprendan de rentabilidad. Estos medicamentos que les mencioné tienen en común
el ser “blockbusters”, es decir haber logrado ventas superiores a mil millones
de dólares en el plazo de un año. Por eso insisto tanto en que aprendan la
dinámica de las patentes; de no ser por ellas, de no ser por esa área libre de
competencia que confieren las patentes en el mismísimo núcleo del libre
mercado, no habría blockbusters, no habría tanto dinero, no se podrían comprar
estudios clínicos ni organismos de control ni el resto de cosas que les
mencionaré paso por paso en estas clases.
Para patentar un medicamento se necesita que su componente
activo sea una molécula novedosa que haya demostrado ser significativamente
útil en el tratamiento de alguna enfermedad. Aunque, claro está, también se
puede dar el caso de una molécula ya conocida a la que se le descubre una nueva
aplicación patentable.
Paradigmas de esta subcategoría los hay, claro que sí; ahí
tienen nomás al DEPAKOTE (ácido valproico) con la subsiguiente aparición de una
enfermedad con la que miles de miles de personas resultaron repentinamente
rotuladas: el Trastorno Afectivo Bibolar (TAB). Y no se miren así, que esto no
es una clase de conspiraciones ni de teorías del complot. Es más, iba a seguir
con lo de las patentes… les iba a explicar cómo es que se ensamblan con los
ensayos clínicos y la figura de “venta bajo prescripción” para configurar un
negocio que es como una obra de arte; pero no, no crean que no sé tomar el
pulso de la clase lo suficiente como para dejar pasar este momento sin
explicarles cómo se sembró el trastorno bipolar.
Dice así: por allá en los sesentas había un medicamento
conocido como valproato de sodio que se usaba para tratar pacientes con
trastornos convulsivos. Se sabía-era
apenas predecible para una medicina con efectos sedantes, inhibitorios- de su utilidad en el control de estados
maniacos; no obstante, esta utilidad nunca había sido documentada según las
exigencias de los organismos de control. Había pues, una franja para patentar.
Para la década de los noventas ninguna patente regía sobre el
valproato de sodio, cualquier laboratorio podía venderlo. Entonces la casa
Abbott, la distinguida casa farmacéutica Abbott, inmejorablemente asesorada, gestionó
un estudio clínico aleatorizado para documentar la ya conocida utilidad del
valproato de sodio en los estados maniacos. Pero, eso sí, previamente adecuó la
molécula: le sustrajo un poco de sodio (irrelevante en el mecanismo de acción)
y la rebautizó con el nombre de Divalproato de sodio. Así pues, comprobó lo ya
sabido; obtuvo su patente no sin antes hacerle un cambio aparente, pero suficiente para presentarla como un compuesto nuevo, no
susceptible de ser comparado, al menos en esos primeros días, con su hermano económico y disponible "el Valproato de Sodio".
La Food And Drug Administration (FDA)-lo que en Colombia llamaríamos el INVIMA- de la que ya hablaremos en las clases venideras, les dio entonces la patente para el tratamiento de manía. Había en el mercado otros medicamentos hasta más eficaces para esa enfermedad… pero no crean, el departamento de marketing de la Abbot había tenido todo eso en cuenta.
Era una cuestión, como tantas otras veces, de decir sin decir. De lograr inadvertidamente que algo pase de la insinuación a la indicación. Los de marketing lanzaron el Divalproato de sodio con un anuncio que no se había oído hasta entonces: “estabilizador del afecto”. La magia de esta especie de nombre es que no tiene un significado concreto.
De haber afirmado la Abbot que su molécula podía ser usada para prevenir estados maniacos habría violado la ley. Así que no lo
hicieron, se limitaron a llamarla: “estabilizador del afecto”. No habían hecho
estudios para probar su eficacia en prevención; y sin embargo… ¿qué podía ser
un medicamento anunciado como “estabilizador del afecto” sino preventivo?
Faltaba entonces abrir y demarcar un espacio patológico, más amplio que el de la manía, donde el Divalproato de sodio entraría a funcionar como un profiláctico. Se necesitaba patologizar otra franja de algo que hasta entonces había pasado por normalidad.
Ya saben, hoy por hoy a este mercado no lo mueve tanto la
enfermedad como el miedo a la enfermedad, el marketing se enfoca sobre el riesgo o la
potencialidad de sufrir alguna clase de evento indeseado. En clases más
adelante aprenderemos a manipular ese riesgo, que no son pocas las veces que se puede.
-Pro, ya deje
de publicitar la clase, nos distrae.
-¿Me podrías
decir en qué carrera estamos, Caty?
-En la primera
con… marketing, negocios… lo sé, pero es su estilo, no sé, tiene un algo de...
-O.K., decía
que los de la Abbot, por allá en el 94, tenían bien clara la poca significancia
de la manía como nicho de mercado. No existía la bipolaridad; y ustedes no
tienen por qué saberlo, pero la enfermedad precursora solía ser algo que sus
padres y sus abuelos conocieron como trastorno Maniaco-Depresivo. Un trastorno
con una prevalencia de apenas 10 personas en un millón. El mercado para la
manía era menos que pequeño. Entonces, dirán ustedes, ¿en qué andarían pensando
los de Abbot cuando les dio por repatentar el ácido valproico?
Antes de avanzar los contextualizo en esta clase de
maniobras: años atrás, otros laboratorios persuadieron a la psiquiatría de algo
que se consolidó como un atajo de preferencia en el recetario, y fue eso de
rotular como “depresión” a un buen cúmulo de alteraciones anímicas y ansiosas
menores que bien podían serlo como no serlo. Pero las mejores épocas de esos
antidepresivos (inhibidores de la recaptación de la serotonina) al estilo del
Prozac, dieron paso a una maniobra de marketing digna de ser enmarcada.
Deberían poner una opción aquí de risas pregrabadas.

Les decía, “estabilizador del afecto” sugiere de entrada la posibilidad de tratar y prevenir fluctuaciones anímicas. Desde las grandes y drásticas, como el trastorno maniaco-depresivo; hasta las más pequeñas y no especificadas, esa tierra de nadie disputada hasta el cansancio entre los fabricantes de fármacos para enfermedades vecinas y no tan vecinas.
Imagínense el rubro de esas alteraciones menores si les digo
que la prevalencia de la enfermedad bipolar es en algunas partes de 50000 en un millón. Ahí
estaba el nicho de mercado anticipado por la Abbot. Y el regalo de la
farmacéutica para esa gente nebulosamente indispuesta -que a estas alturas y con semejantes ritmos modernos,
sube a 50000 en un millón- fue darles un nombre, algo con que identificarse, una
explicación sin explicación para su vaga discapacidad para vivir. Así que bien
visto, todos ganaron: las farmacéuticas, los psiquiatras, los pacientes;hasta
las familias de los pacientes, pues la bipolaridad podía ser concebida mucha más como la consecuencia de una alteración genética que como la secuela de una cierta crianza.
Y como a nadie le gusta tener una enfermedad biológica, las farmacéuticas se fueron directo al espíritu. Sus librillos publicitarios empezaron a venir con una serie de anuncios que ligaban la enfermedad a la creatividad, a una serie de reconocidos políticos y artistas.
Las autoridades públicas ya no
tenían que hacer demasiadas justificaciones para soportar programas de
prevención y tamizaje, yendo por las escuelas y demás cargados de pruebas hechas
para diagnosticar a tiempo una enfermedad potencialmente devastadora.
Una vez llegados a este punto, con revistas médicas
consagradas exclusivamente a la bipolaridad, con asociaciones de personas
bipolares que se reúnen para compartir su rotulada humanidad, la enfermedad se
ha vuelto prácticamente incontrovertible y los accionistas…
-Pro, ¿Pero no fue ese Depakote el que le causó a la Abbot
el año pasado una multa por 1500 millones de dólares?
No te adelantes, Caty, que de eso hablaremos en su momento.
Versos de reflexión:
…un insecto que sería avispa si no fuera tan azul
taladra su nido en un alerce. Y también mariposas.
No hay pájaros, tal vez el indicio de una posible tormenta
(José Watanabe)
Artista Invitado: Julian Assange (bajo el pseudónimo de Robyn Hitchcock)
Ordinary Millionaire:
I just try to do whatever I can
And if I should cry, well you know
I’m only a man
To say you’re only human
To say you’re just a man
What does that mean?
‘Cause I checked out, and it’s easy to be a half
A half of nothing
But another man in a scarf
Avoiding confrontations, don’t look me in the eye
When I’m looking at you
Are you doing the Caesar?
I always find a reckoning
Always find you beckoning towards me in the air
You embrace me in your memory
You were young and NME and I was in my hair
I’m not an ordinary millionaire
I, said the skull, I was bound to end up this way
I’ve got no love
‘Cause it’s not in my DNA
You say you’re only human
My, what big eyes you have!
When you’re looking at me
Are you doing the Caesar?
I don’t know what you’ve done to me
I don’t know what you want from me
I only know you’re there
I don’t know where you’ve gone from me
I know you don’t belong to me
I only know you’re there
I’m not an ordinary million
I’m not an ordinary million
I’m not an ordinary millionaire