Blog: Comiendo prójimo

La tragedia del fútbol

Esta semana, en Mil maneras de morir, un capítulo con una de las formas más irracionales de perder la vida: acudir al estadio.

Semana
20 de marzo de 2014

¿Qué pasó del 2000 en adelante que cambió tanto el comportamiento de las personas en el ámbito deportivo? Hace diez años, incluso menos, uno podía ir a disfrutar, en familia, de la fiesta del fútbol a cualquier estadio del país, los hoy Centros de refugio para chimpancés con problemas de rabia, porque hace tiempo ya que eso dejó de ser una reunión deportiva, y de la fiesta del fútbol, pasó a ser la tragedia del fútbol. 

Todo ha cambiado gracias a los constantes problemas de comportamiento, donde resultan múltiples personas heridas o muertas. Y así cada vez peor y con mayor rapidez. Pareciera que nuestro proceso estuviera siendo regresivo, de involución, debe faltar poco para que estemos andando por ahí de taparrabos y limpiándonos la nalga con hojas de limoncillo o cualquier arbusto cercano a la mano. 

Si bien mi familia no ha sido muy tradicional en la cultura del fútbol, no hay nada como la emoción de una ola, el grito de celebración, a unísono, por un gol, qué digo un gol: ¡Un golazo! Y las sensaciones le hacen creer a uno que hizo parte de ese gol, que también gracias a la presencia de los hinchas el equipo se vitaliza. Sí, ir al Estadio era soltar la pasión y poder gritar hasta perder la voz

Pero ahora, cuando es día de partido, uno como hincha debe plantearse ciertas consideraciones para determinar qué es lo mejor: si ir al Estadio o quedarse en la casa sin necesidad de comprar un seguro de vida. 

Es irracional el comportamiento de algunos hinchas afiebrados, tanto en el estadio como fuera de él, lo que era una festiva fiebre de fútbol se les convirtió en un brote de rabia lobezna que no soporta la derrota con firmeza y la frente en alto, tal y como la cultura deportiva nos ha tratado de enseñar. ¿Por qué tengo que matar a otra persona por el simple hecho de que su equipo de fútbol haya ganado? 

La situación es tal, que hay personas que prefieren no salir de sus casas en días de fútbol: malo si ganan porque se enloquecen celebrando, y malo si no ganan porque alguien debe morir, es obvio que la culpa de que no hayan logrado la victoria es del muchacho de la camiseta rival, seguro sus energías no nos dejaron ganar, Janín había dicho que el color del día era el verde, no el rojo, y si uno se va en contra de Janín debe atenerse a las consecuencias. 

Conversando con algunas personas, he dado con que muchos han dejado de ir al estadio por miedo a resultar herido o peor, y más aún cuando se trata de padres de familia que no quieren apostar su vida y la de los suyos a la posibilidad, tantas veces certera, de encontrarse con la muerte rodeados de María (que no es que tenga nada en contra de esa señora) en unas gradas. 

Los altercados han dejando damnificados por todas partes: primero que todo, por el temor infundido y difundido entre las personas, los índices de asistencia a este escenario deportivo han ido a la baja, en la mayoría de los estadios del país. Después, los equipos, al no tener una asistencia fija y constante a sus encuentros, no cuentan con una liquidez suficiente para financiarse de sus partidos. Y por último, pero no menos importante, desde la cancha tampoco se vive igual el juego sin el apoyo de la hinchada, sin las camisetas y banderas vibrando en las gradas. 

El estadio también es un medidor internacional de la educación y los valores de los ciudadanos; es donde se refleja el respeto por la otredad y por las diferentes disciplinas deportivas. Y si comparamos, como hacemos siempre, vamos a notar que en algunos estadios de acá, las tribunas están cubiertas por mallas de alambre que permiten mantener, casi siempre, a los asistentes frenados de hacer una avalancha de gritos y patadas que arrasan con lo que se encuentran. A chimpancés más peligrosos, mallas más altas y resistentes. 

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Caricatura: Stiven Acuña.