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"¿ QUE HICISTE TU EN LA GUERRA PARA?"

Semana
28 de junio de 1982

A tiempo que abordaba el avión que me regresaria a Bogotá, tras permanecer en Buenos Aires durante 20 días, una inquietud me asaltó de pronto: ¿qué les diria a mis hijos si se les ocurriese hacerme la pregunta "¿Qué hiciste tú en la guerra, papá?".
Seguir la guerra que se desarrolla a 1.250 kilómetros del punto hasta donde permiten llegar, configura el someterse a la metralla de los comunicados, las baterias de los teletipos, los tableteos de la desinformación y las detonaciones de los rumores, sin contar con los misiles noticiosos que disparan los medios de países vecinos, facilmente captables desde la otra orilla.
La guerra para un "corresponsal de guerra" sin ácceso al "Teatro de Operaciones", se limita a profundizar y registrar causas y efectos lejos de la acción. Antes del primer ataque británico a las Islas Georgias, Buenos Aires presentaba un aspecto casi normal. La inquietud de los argentinos recorria sus mentes, casi tan lentamente como los buques de la flota amenazadora en el Atlántico proa al Sur.
La televisión mostraba en sus mensajes actividades cotidianas que siempre remataban con el airoso flamear de un pabellón y un seguro: "Defendamos lo nuestró".
Los teatros cines restaurantes concovocaban concurrentes con la única excepción del limitado poder adquisitivo. Había confianza, optimismo. Tal vez demasiado para las circunstancias.
El indice inflacionario se habia detenido, casi, en los meses anteriores. La recesión había obligado a ese freno por razones obvias: nadie aumenta lo que no vende. Muchos negocios preferian mantener sus puertas cerradas prolongando inexistentes "vacaciones". Los "pubs ingleses" --última onda antes del conflicto-- procuraban disimular su condición de tales con una bandera o un afiche patriótico.
Ese día --justamente ése-- jugaria Boca-River. El satélite traeria la imagen de la prueba de Fórmula 1, sin Reuteman que ahora conduce tractores en su hacienda de Santa Fé.
La Operación Rosario --rótulo clave para la toma de las islas-- estaba en marcha. Marzo marcaba agitaciones insólitas --al tiempo que se cumplian seis años del desalojo de María Estela de Perón de la Casa Rosada por parte de los militares. Cesar Luis Menotti, el director técnico de la selección Argentina --nadie menos-- lanzaba los más severos cargos sociales al grupo de gobernantes, que antes jamás hombre público alguno se hubiese atrevido en el país. Pocas semanas después Mercedes Sosa convocaba tras obligado mutismo de cuatro años, a la más entusista concurrencia que convirtió un recital en acto casi político. La Sosa no tenía público allí había pueblo. El último eslabón de esta cadena, no provocada, de acontecimientos fué el 30 de marzo. Las agremiaciones obreras convocan a una manifestación en la, desde hace años, casi inutilizada Plaza de Mayo. Millares de obreros desafían lo inevitable: bolillazos, detención de más de dos mil participantes. Sólo un hecho grandioso podrá poner freno a esa escalada social, impulsada por algo que los argentinos no conocían ni siquiera en sus menores niveles: el hambre.
Los periódicos se resistían cada vez menos a mostrar esa situación: 25.000 hogares en Buenos Aires carecen de servicio eléctrico: no pudieron cumplir la casi elemental obligación de pagarlos. Los maestros alarmados dan cuenta del mayor número de deserción escolar, la enseñanza gratuita y obligatoria ya no lo es tanto, al menos para los hijos de los millares de desocupados que buscan cualquier cosa para subsistir. Sólo un hecho grandioso podrá frenar ese espectro que surge de una industria quebrada y trabajos agotados. Si para el argentino de alguna generación atrás el trabajo podría significar una forma de castigo, para el de hoy tenerlo de cualquier naturaleza, es una bendición.
Y la fecha fue el dos de abril. El júbilo no se atrevía a salir del pecho contenido. Luego se fué soltando y sin saber cómo, todos estaban allí en la misma Plaza de Mavo y se miraban sorprendidos unos a otros, se extrañaban de estar allí, con los mismos cantos, con idénticos estribillos. Dirigentes y políticos, obreros y universitarios. Todo como antes, todos otra vez, pero ahora todos ARGENTINOS.
Un mes despues seguían las manifestaciones y las concentraciones. No hay para la radio y T.V. dirigente gremial o político sin entrevistar. Toca repetir. Lo único que se vende en Buenos Aires son períodicos y revistas con idénticos titulares y una palabra repetida hasta el cansancio en las primeras planas: GUERRA. Ya los mensajes de la T.V. muestran la "acción": cañones, ametralladoras, aviones y combates. La guerra está allí, en el Sur. La consigna ya no es tan sutil: "ARGENTINOS A VENCER". Las banderas y cintas para los carros son otros productos que aumentan su demanda en medio de una parálisis comercial. La guerra se sigue con la misma pasión con que antes se seguían los partidos del último mundial. Una sola obsesión: Ganar. La vuelta olímpica ahora será "patriótica".
De pronto se rompen los esquemas con los que se manejó por siempre la idiosincracia del pueblo y gobernantes argentinos. Lo que era modelo de elegancia y corrección -lo británico- se revierte en su concepto. Lo que ligaba a Buenos Aires con Europa se cortó, puente y cordón umbilical a la vez. Y quedó el propio territorio ligado --¡por fin!--a la geografía latinoamericana. Las emisoras ya no difunden "Bee-Gees" o "Rolling Stones". No. Ahora cantan Chabuca Granda y José Luis Rodríguez. Sones cubanos esparcen aires que argentinos sorprendidos reciben sin acordarse haberlos escuchado antes.
La guerra -la verdadera y la otra- ha llegado al Puerto de Santa María del Buen Aire, que en sus respectivas fundaciones estaba en Suramérica, aún cuando luego muchos lo olvidaron por conveniencia o arrogancia. Hoy los argentinos están estrenando su nuevo continente, se abrazan felices con los cholitos bolivianos o peruanos; cambian el "scotch" por la "cachaza" del Brasil; dicen hermano al venezolano, al cubano, al nicaraguense; beben, tal vez menos el café colombiano, mientras no encuentran ecos lo intentos de llamar a Colombia "Caín". De algo no hay dudas, cuando todo --guerra, miedo, sufrimiento-- pase, entonces sí: ALGO GRANDIOSO VA A OCURRIR.
Estoy de vuelta en Bogotá, mis hijos no me preguntan lo esperado, solo consultan: "¿Qué me trajiste?". Para la otra pregunta había encontrado respuesta: "Lo mismo que aquí: sufrirla de lejos".
Especializado en radio y televisión y colaborador de casi todos los medios periodisticos de Bogotá, Juan Carlos Gallardo, argentino, 44 años, residente hace 11 años en Colombia, viajó a su país para cubrir las primeras fases de la confrontación en Malvinas. He aquí sus impresiones sobre cómo vibra y vive Buenos Aires la guerra patriótica.