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20 Años ¿Y…?

Esa ha sido parte de la historia de Colombia en estos primeros 20 años del siglo XXI, historia que las marchas iniciadas el año anterior y que continuarán este 2020 quieren cambiar.

Javier Gómez, Javier Gómez
7 de enero de 2020

Se fueron los primeros 20 años del siglo XXI y con ellos, para destacar, dos períodos presidenciales con ocho años en el poder cada uno, una letanía de promesas incumplidas y un país que osciló entre la guerra y la paz. Los dos primeros años (2000-2002) no los menciono porque me parecieron inanes y frívolos como el presidente que comenzó estas dos décadas. 

Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) se instaló en el poder ocho años luego de modificar irregularmente la Constitución para gobernar sin un programa creíble y un proyecto que abarcase los verdaderos problemas del país; para eliminar a las Farc lo eligió y a eso dedicó los primeros cuatro años. Tras el Plan Colombia que le impusieron los gringos a Pastrana, Uribe sacó el mejor provecho: la fuerza pública se fortaleció y, por ende, logró desgastar la capacidad militar de la insurgencia hasta llevarla a su repliegue completamente debilitada.

La seguridad democrática fue el trofeo de mostrar: le garantizó el regreso a las fincas a los ricos, recuperó la confianza e impuso seguridad. Lo hizo en las grandes ciudades, pero no en el  campo en donde los paramilitares hacían su fiesta, pues se ufanaban de tener una fuerza parlamentaria significativa: controlaban el 35 por ciento del Congreso. Su tal cohesión social, la de Uribe, administrada desde el programa Familias en Acción no dejó de ser una carta clientelista que le garantizó la reelección presidencial en 2006. 

Tras el notable arrinconamiento de las Farc, más no su derrota, el segundo periodo de la Seguridad Democrática se consolidó a través de un presidente autoritario y hábilmente populista que le sacó réditos a la lucha antisubversiva (logró sacar un millón de colombianos a las calles), lucha que a la postre le salió cara: el país se enteró de los llamados falsos positivos; perversa estrategia que dejó más de cinco mil jóvenes asesinados por el Ejército que, presionado desde el ejecutivo por resultados contrainsurgentes, los presentaban ante los medios de comunicación como integrantes de grupos guerrilleros muertos en combate. 

Llegó Juan Manuel Santos, el exministro elegido de Uribe, quien montado en la cresta de la popularidad del exmandatario logró la presidencia otros ocho años (2010-2018); salvo el proceso de paz con las Farc no tuvo nada más que mostrar. Santos abrió la caja de pandora de la negociación para no volver a taparla. Ahí nació la férrea oposición del expresidente quien lo graduó de “traidor”. Santos logró lo impensable, sentar a la mesa a la guerrilla más antigua y no los dejó parar hasta tanto no firmó la paz.  

Estos gobiernos, que marcaron las dos primeras décadas del siglo XXI, se administraron en la guerra y la paz olvidando con ello los verdaderos problemas de la gente. Hicieron todo lo contrario: los privilegios de los privilegiados se mantuvieron, generando una enorme desigualdad social; esa es, sin duda, la verdadera polarización. 

El sistema de salud colapsó en estos 20 años, los compromisos económicos y los negocios que prevalecieron alrededor del sector evitaron una reforma necesaria e inaplazable. Y qué decir de la educación al límite de cierres de universidades, estancada por su mala calidad e inmersa en la injusta imposición de que solo estudia quien puede pagar una deuda con el Estado (Icetex). “Pero crece la economía”, lo repiten a diario los tecnócratas, sin explicar que lo hace, entre otras cosas, por la “respiración artificial” del narcotráfico y los más de seis mil millones de dólares de las remesas que ingresan anualmente al país.

Y cómo no referir los fastuosos proyectos estratégicos de infraestructura que terminaron engullidos por la galopante corrupción; y cómo no hablar de la magnitud del nepotismo y la corrupción de la élites en el poder: nada de esto cambió. Y qué decir de las fallidas reformas política, electoral y a la justicia, no fueron realidad porque eso sería perder el control del poder y no garantizaría la impunidad; son inamovibles.  

Esa ha sido parte de la historia de Colombia en estos primeros 20 años del siglo XXI, historia que las marchas iniciadas el año anterior y que continuarán este 2020 quieren cambiar; son generaciones con principios reformistas no ideológicos que buscan que no les hagan lo que hicieron con sus abuelos y sus padres las dos décadas anteriores. 

Duque se propuso rematar estos primeros 20 años del siglo XXI haciendo trizas el acuerdo de paz (eliminar la JEP) y fracasó. Ahora tiene la oportunidad de hacer historia en el decenio que comienza, que lo recuerden como el presidente de las verdaderas reformas que el país necesita, pero su obcecado continuismo y su perturbadora derecha, no obstante ser un hombre joven, lo condenarán a lo mismo de antes. Ojalá lo piense, porque la calle le hará la vida imposible.   

@jairotevi



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