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2020, ¿el año de la Policía?

La Policía Nacional está a punto de cumplir 130 años. Que sea un motivo llegar al año 2021 realmente reformada, de cabo a… general.

Poly Martínez
26 de diciembre de 2019

El general William Ernesto Ruiz, hasta antier comandante en Cali y hasta hace un par de meses director del Inpec en tiempos de la fuga de Aida Merlano, es el nuevo comandante de la Policía Metropolitana de Bogotá, en reemplazo del general Hoover Penilla, quien este final de año estuvo en el ojo del huracán de las protestas por cuenta de los abusos y violentos excesos del Esmad, bajo su mando.

Tras el “choque de estrellas” entre los generales Atehortúa, director general de la Policía, y Salamanca, ya reintegrado como inspector general tras haber sido convenientemente enviado a más de un año de vacaciones en plena investigación contra el área de antinarcóticos de la Policía, el ministro de Defensa hizo una cumbre de generales de esa entidad y el 25 de diciembre les soltó el aguinaldo. 

Que se den cambios era esperado precisamente por la llegada de nuevos mandatarios a las principales ciudades del país, pero no es claro qué tan concertados fueron. Sorprende, a menos de que fuera uno de los nombres que la alcaldesa Claudia López le sugiriera al presidente Duque, que en la MeBog (feo, pero así le dicen) fuera nombrado el general Ruiz Duque, a quien la propia ministra de Justicia le pidió la renuncia al cargo. ¿No lo quieren en el Inpec pero lo nombran en Bogotá? Como raro.

Entre los muchos cuestionamientos a las instituciones que deja este 2019 a punto de terminar, uno central es la urgente reforma que requiere la Policía Nacional. La crisis y el permanente pulso de poder entre altos mandos no se resuelve con la rotación de nombres, sino con una intervención a fondo. 

Pero las reformas han sido aplazadas, desmontadas, reversadas, diagnosticadas y nuevamente diseñadas para ser ignoradas o amañadas de forma que no cambie casi nada al menos cuatro veces desde 1993 y la verdad es que ya sea por la dificultad de la entidad para reformarse o por los intereses coyunturales de los diferentes gobiernos y su falta de políticas modernas y diferencias para la PolNal, todo sigue igual. 

O al menos esa es la sensación que queda tras el enfrentamiento a la tapada entre los dos generales y los escándalos que han sacudido a la entidad en los últimos años. Según Hugo Acero, a punto de asumir como secretario de Seguridad de Bogotá y conocedor del tema, la percepción positiva de la Policía por parte de la ciudadanía ha caído por debajo del 50 %, cuando en 2010 era superior al 70 %. Cada año, de manera sostenida, menos confianza ciudadana en la institución.

Los expertos lo explican en buena medida por la poca cercanía de la Policía con la ciudadanía y la falta de una visión moderna de su labor; por los escándalos de corrupción que salen a flote con regularidad que confirman divisiones, mañas y bandos que se agreden a la tapada; por la falta de inteligencia, agentes y personal calificado, con una instrucción y misión ajustada a los tiempos y al ciudadano; inclusive por la falta de más mujeres entre sus filas. Sea como sea o por la combinación de males, la Policía carga con el estigma de corrupción e inoperancia y, lo que es peor, con el sello de desconfianza.

La Policía para el siglo XXI y para el posconflicto, para las zonas rurales, para las ciudades cruzadas por criminalidad de toda clase, y para apoyar las iniciativas de convivencia y cultura ciudadana, no se ve. Como poco se ven agentes en las calles y los que hay parecen dedicados a otras cosas, a chatear, a cortar camino por los andenes, a mirar sin hacer nada.

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