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Luis Carlos Galán, 30 años

El próximo 18 de agosto se conmemoran los 30 años del asesinato de Luis Carlos Galán, sin duda alguna el líder político más destacado de su generación y muy seguro vencedor de las elecciones presidenciales de 1990.

Camilo Granada, Camilo Granada
13 de agosto de 2019

Su crimen significó la muerte de la esperanza de millones de colombianos que veíamos en él la oportunidad de recuperar el sentido profundo de la democracia, la rectitud y la honestidad. 

Fue Galán también el más emblemático de los miles de valientes que se opusieron frontalmente al ascenso del narcotráfico y del terrorismo que azotaba a Colombia en la década de los ochenta, con Pablo Escobar a la cabeza. Muchos de ellos también cayeron asesinados por esa violencia sin límites, alimentada por la sanguinaria alianza de los carteles con movimientos de extrema derecha y algunos terratenientes que crearon los grupos paramilitares. 

Galán fue mucho más que su combate contra el narcotráfico. Hombre de profundas convicciones democráticas, hizo de su vida una cruzada para cambiar las costumbres políticas clientelistas y anquilosadas por el Frente Nacional. Ese acuerdo que, si bien logró de acabar la violencia partidista de los años 40 y 50, castró el debate político ideológico y lo redujo a su más miserable expresión: la repartición del poder. Galán creía en las ideas, en las propuestas y en el debate honesto entre alternativas diferentes. 

Fue un líder de centro, que defendía con igual vehemencia la necesidad de tener una justicia efectiva y la impostergable prioridad que debía tener reducir las inmensas brechas sociales y la pobreza. Sabía que la educación era una de las llaves maestras para lograrlo. De hecho, fue como ministro de educación que saltó a la palestra de la política nacional, en el gobierno de Misael Pastrana.  

Tenía claro que sin la presencia efectiva del Estado en todo el territorio, sin una reforma agraria real y ambiciosa, no sería posible superar el conflicto armado en Colombia ni lograr la paz negociada con las guerrillas.  

Galán fue asesinado porque se enfrentó con decisión a los poderes mafiosos, tanto del narcotráfico, como de la política y la corrupción. Son muchas más las víctimas que cayeron fruto del contubernio entre intereses criminales y ambiciones políticas: Rodrigo Lara Bonilla en 1984, Guillermo Cano en 1986, José Antequera en 1989, Carlos Pizarro Leongomez en 1990, Enrique Low Murtra en 1991, Manuel Cepeda en 1994, Álvaro Gómez Hurtado en 1995, Jaime Garzón en 1999, son algunos nombres emblemáticos entre cientos de jueces, periodistas, líderes políticos y sociales y policías caídos. 

Desgraciadamente, como lo demuestra el asesinato de líderes sociales que luchan por hacer realidad la paz en los territorios, subsisten fuerzas poderosas que mantienen vigente esa lógica asesina que considera que cualquier medio es válido para conseguir sus fines. El problema es que si el fin justifica los medios, ¿donde quedan los principios? Para muchos colombianos jóvenes, que nacieron en la década del 90, su memoria puede ser una referencia confusa, vaga, similar a la de otros nombres que se leen en los libros de historia. Pero su ejemplo, sus combates, siguen siendo de actualidad. A pesar de avances reales, en Colombia todavía tenemos que cambiar radicalmente las costumbres políticas, desterrar la violencia y hacer las reformas de fondo que se requieren para tener una democracia digna de ese nombre y construir la paz que tanto anhelamos. El acuerdo de paz con las farc es un paso importante, pero es solo el principio. Hacerlo realidad necesita del compromiso de todos, sin distingos.