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¿A qué viene el papa?

"Cardenales de las riveras opuestas del río Hudson reflejan las dos vertientes del catolicismo", así tituló el The New York Times una larga crónica la semana pasada en la que se confronta la "vertiente" católica del recientemente nombrado arzobispo de Newark, Joseph Tobin, versus la de Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York. Al primero lo consideran liberal, y al segundo, conservador; estas, supuestamente reflejan las tendencias doctrinales hoy en el Vaticano.

Ramsés Vargas Lamadrid, Ramsés Vargas Lamadrid
1 de agosto de 2017

Son frecuentes esta clase de descripciones por lo general de analistas y medios de comunicación liberales, que de manera audaz -por no decir cómica, se autogradúan  de "opinadores" o insighters no solo de la cotidianidad del Vaticano, sino incluso de temas propios de la doctrina cristiana. Paradójicamente, es extraño encontrar noticias similares o anécdotas de las jerarquías e intríngulis del judaísmo, la Iglesia anglicana, el islam, la ortodoxa o de las muy en boga Iglesias pentecostales. El papa habrá de ser siempre un referente de liderazgo mundial, y obvio, los liderazgos reales o nominales, traen consigo mayores responsabilidades, luego, no sorprende y es inclusive deseable, que haya escrutinio de los jerarcas religiosos.

La popularidad del papa Francisco entre creyentes y no creyentes en buena hora refrescó las relaciones públicas del Vaticano. La autoridad moral de su ejemplo, integridad y respeto por la dignidad del ser humano, le hicieron ganar en poco tiempo la admiración del mundo, incluso trascendiendo la feligresía católica.

Pero como hoy los medios masivos tienden a trivializar hasta la fe, la magnanimidad del papa Francisco ha llevado a más de un despistado a interpretar de forma equivocada su lenguage misericordioso y conciliador sobre temas en sí mismos complejos, de modo que la morbosidad de nuestra cultura pop de religión "À la carte", le adjudique posiciones inexistentes en temas como el aborto, el matrimonio y la adopción entre homosexuales, la eutanasia, el celibato, entre muchos otros, y sobre los cuales, Francisco no ha sugerido cambiar ni un ápice de la esencia de la doctrina católica.

La facilidad del papa Francisco para conectarse con las audiencias del siglo XXI sin renunciar a la esencia del catolicismo, lo colocan en una posición de privilegio para encontrar puntos de coincidencia por encima de los odios y nacionalismos en boga de estos tiempos, y ser un referente legítimo que lidere iniciativas en temas urgentes en nuestro disparatado planeta, tales como la convivencia pacífica, la sostenibilidad ambiental, la lucha contra la pobreza y la inequidad, la instrumentalizacion del ser humano, el desplazamiento forzado, el diálogo interreligioso, y por qué no, la reconciliacion entre los colombianos.

Cuando a nuestro país lo visitan desde U2, Justin Bieber, Cold Play y Bill Clinton, hasta las nobeles Rigoberta Menchu y Tawakoll Karma, es saludable que en la actual coyuntura de rabiosa polarización, venga la autoridad moral del papa Francisco a ayudarnos a los colombianos a cambiar nuestros modelos mentales y apaciguar nuestros espíritus para aprender a perdonar. No solo por el intrínseco valor moral del perdón (que va más allá de la justicia), sino como un medio de coexistencia civilizada.

¿Justo? No hay en la historia armisticios o acuerdos de paz que sean perfectos, siempre habrá que "tragarse sapos". No obstante, si de lo que se trata es de reconciliación, construcción de nación y de que las camillas del Hospital Militar continúen vacías, en buena hora viene el santo padre a compartirnos sus reflexiones, no sobre justicia transicional o tecnicismos jurídicos, sino sobre algo que es voluntario: el Perdón. Pero un perdón basado en la verdad, por parte de quien lo pide y de quien lo da.

En 1986, cuando nos visitó Juan Pablo II fue un periodo especialmente doloroso en nuestra historia como Nación; fue cuando ocurrió el desastre de Armero y la tragedia del Palacio de Justicia. Éramos un país triste, golpeado por la naturaleza y por las contradicciones humanas, y esa visita fue especialmente consoladora, confortadora, nos dio esperanza para seguir adelante como nación. Treinta y un años después nos visita Francisco, el Papa de la Misericordia, para decirnos lo que siempre nos dicen los pastores cuando visitan su rebaño: que la paz verdadera emana del interior del corazón humano porque procede de Dios.

Por supuesto, todos quisiéramos que tan trascendental acontecimiento sirviera para mejorar el tono del diálogo nacional. Pero esta consecuencia política deseable, solo ocurrirá si nuestra dirigencia se pone en sintonía espiritual y ética con el imperativo de parar la guerra; no solo la de los fusiles, sino también la de las palabras; la de los disparos desde el anonimato de las redes sociales; los resentimientos históricos, aquellos que envenenan el ambiente por el odio, el rencor y la envidia, las bajas pasiones que no nos han permitido consolidar un modelo de nación civilizada.

Por fe, raciocinio, o por lo que sea, ojalá después de la visita de Francisco, nos surja la inquietud de perdonar al amigo, pariente o cónyuge que nos falló, al exsocio que nos estafó, al profesor que nos rajó; o como ya lo han hecho miles de víctimas, perdonar a quien le secuestró o asesinó a un familiar. Esto debe animarnos a ambientar nuestra razón y emociones para perdonar a unos individuos que vivían y actuaban casi que como animales en el monte, en ausencia histórica de oportunidades y de Estado.

Eso de "perdono pero no olvido", dejémoselo a los memes insulsos o chistes flojos de siempre. Este es un tema mayor. Para perdonar hay que olvidar el pasado, por eso el mensaje de perdón del papa Francisco confiamos facilite un clima de convivencia civilizada que permita la construcción del capital social que tanto necesitamos para que en Colombia el origen de las personas no determine sus resultados en la vida.

Los papas no hacen milagros, al menos, los no canonizados, pero cómo ayudaría que el papa Francisco ablande nuestro corazones y espíritus, y sus oraciones nos inspiren a que seamos un instrumento de la paz de Dios. Lo demás vendrá por añadidura.

*Rector Universidad Autónoma del Caribe

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