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A todo nos acostumbramos

En Colombia a pesar de las protestas y en medio de la falta de credibilidad ante hechos que vienen de mucho tiempo atrás, nos estamos acostumbrando a todo.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
12 de diciembre de 2019

Las frecuentes balaceras en los Estados Unidos en las que un desquiciado o un fanático religioso asesina a condiscípulos y profesores en una universidad, a feligreses en un templo, a clientes en un supermercado, a un grupo que departe en un café o a sus compañeros en una unidad militar, dan la vuelta al mundo y son objeto de todo tipo de análisis y diagnósticos. Qué decir de la reacción mundial, cuando un anónimo agresor hiere con un cuchillo a una persona en el centro de Londres.   

En Colombia casi cotidianamente en diferentes partes del país, grupos de personas son asesinadas masivamente mientras que los autores huyen en una motocicleta y las autoridades informan que adelantan una severa investigación “para hallar a los responsables”. Incluso se ofrecen recompensas a quien suministre información sobre su paradero, dinero que ni siquiera le servirá para pagar su propio entierro. 

Sin mencionar a los soldados y policías que siguen cayendo, sea en emboscadas o por minas antipersonal de los grupos armados de cualquier denominación. Al fin y al cabo “estamos en guerra”, no obstante que se han firmado con bombos y platillos, acuerdos no solamente con las FARC, sino con otros grupos armados desde hace mucho tiempo. 

Eso no trasciende. Sencillamente nos acostumbramos a los hechos, especialmente cuando por una razón o por otra, existe una gran posibilidad de que todo quede impune. La esperanza de una verdadera paz paulatinamente se ha ido diluyendo y el país tiende a acostumbrarse a ello.  

También se ha acostumbrado a otras cosas. Hasta el punto de que, la gente de a pie sabe que a los costos para construir un camino veredal o una autopista 4G hay que agregarle la correspondiente “comisión”. Los esfuerzos que se hacen para erradicar estas prácticas son insuficientes: no es necesario sino leer las noticias diarias para darse cuenta de ello. 

Parecería también que con las marchas y protestas, producto algunas de ellas de los abusos y de la decepción ante las promesas incumplidas, está pasando lo mismo. Se van volviendo una costumbre. La gente antes de salir de la casa, además de enterarse de los pronósticos de lluvia y del pico y placa, debe saber si hay bloqueos o protestas. 

Además, algunas de ellas no son de muchedumbres, como sucedió el pasado fin de semana en Bogotá, sino de dos o tres que resuelven bloquear una vía arteria en una hora pico para formular una estrambótica solicitud. Da la impresión de que, la modalidad de las protestas ha llegado para quedarse. Parecería que en nuestro medio, a diferencia de lo que sucedió en Ecuador en donde un paro fue levantado después de haber derogado el incremento a la gasolina, la situación será diferente. 

Con todos los problemas a la larga conllevara esa situación, no solamente para la gran mayoría del país, sino para los mismos que salen a las cotidianas protestas.