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Abuchaibe: demande la curul de...

Habla muy mal de este país que Mockus pierda su curul, y a la vez la conserven tantos hampones, vagos y corruptos, me dije.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
20 de abril de 2019

No voy a engañar a nadie: como elector de Antanas Mockus quedé devastado luego de que el Consejo de Estado le retiró su curul. Me resultaba paradójico que se hablara de un fallo inapelable, en contra, precisamente, de un personaje que se ha hecho famoso por pelarse.

Quedé rabón, si se le puede permitir esa expresión a un mockusiano. Me duele en el alma que una persona transparente, como Mockus, que ha dejado las mejores huellas en –me disculpo de nuevo- los anales del Congreso, haya perdido su curul por una insólita interpretación del Consejo de Estado que decidió en un mismo fallo: 1. Afectar la voluntad de 540.000 votantes; 2. Ir en contra de una interpretación absolutoria que una sala del mismo Consejo ya había elaborado; y 3. Acudir al diccionario panhispánico para encontrar una definición secundaria de la palabra “Delegar” que hundiera al profesor.

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Porque allí está el meollo del asunto: la ley dice que quien firme o gestione un contrato quedará inhabilitado, pero Mockus no hizo ninguna de las dos cosas. Como representante legal, las delegó. Y la principal definición de delegar consiste en traspasar la pelota a otra persona, no en convertirse uno mismo en la pelota, si se me permite la alegoría. Mockus delegó funciones en el director de su corporación, pero no se convirtió en él, del mismo modo en que Álvaro Uribe, por poner un ejemplo, le traspasó su poder y sus votos a su segundo de a bordo, Iván Duque, pero no se convirtió en él. Le delegó la Presidencia, sí; pero eso no significa que sea el propio Uribe quien duerma el balón de fútbol en la frente, le diga “hermano” a Maluma o se vista en Semana Santa con una chompa de la Policía tres tallas mayor que la suya.

Sin embargo, el dilecto José Manuel Abuchaibe, eximio jurisconsulto preocupado por los asuntos terrenales de nuestro humilde platanal, hombre probo y sabiondo y desinteresado como ninguno; personaje de amplio corazón, incapaz de discriminar él mismo al hermano ladrón, al congénere mafioso; y, como tal, amigo cercano de sus paisanos Oneida Pinto y de Kiko Gómez, logró hacer con la investidura de Mockus lo que el propio Mockus hizo en el pasado con su propia vestidura: dejarla por el piso.

Por los días en que apareció la noticia, reconozco que me entregué de lleno al resentimiento y a la rabia: habla muy mal de este país que Mockus pierda su curul, y a la vez la conserven tantos hampones, vagos y corruptos, me dije. He ahí un retrato de la política colombiana. No soportan los actos pedagógicos de Mockus, el hombre que alguna vez hizo con su posadera lo que los hijos de Uribe no han logrado hacer con su declaración de renta: exhibirla sin pudor alguno.

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Me encontraba ardido, y en eso me diferenciaba de las blancas curules que el mismo Profe exhibió en mejores días. Preferiría cualquier cosa a vivir en un país en que los abogados cercanos al antiguo PIN, ahora Opción Ciudadana, como el tal señor Abuchaibe, se salen con la suya. Y cuando digo cualquiera, es cualquiera: ser gay y caminar con mi pareja en el Centro Comercial Andino, por ejemplo; u hospedar en mi casa a Julian Assange, que, según informes de prensa, hacía cosas verdaderamente insoportables en la Embajada de Ecuador: montaba en patines sobre el piso de madera; caminaba por toda la casa en calzoncillos; tomaba leche de la caja; escribía en las paredes con heces, y, más grave aún, con mala ortografía: es decir, con eses. Como en Assange.

Pero en un segundo momento me ablandé, como sucedióle al rulé del propio Mockus entre su primer y segundo desnudo, y cambié de parecer. Y por eso le escribo esta columna al doctor Abuchaibe, a quien quiero contratar como abogado.

Doctor Abuchaibe: delego en usted poder amplio y suficiente para que, así las cosas, demande la curul de todo congresista que haya hurtado mecato a su vecino de curul; jugado Tétrix o Candy Crush en la plenaria; exigido gasolina para sus camionetas oficiales; acumulado más de 200 investigaciones en su contra sin que le suceda un rasguño; tenido relaciones con Rasguño, precisamente. Demande a todo congresista que se hurgue las narices ante las cámaras; crea que la Unión Soviética aún existe; duerma sin roncar; ronque sin dormir; hable de usted y de tú en una misma frase; se suba los pantalones a la altura de las tetillas; parezca gemelo del futbolista Javier Di Marías (y haya contraído nupcias con la hija galerista de un expresidente); firme reformas sin haberlas leído; proponga dividir el Cauca en un Cauca indio y un Cauca caucásico; falte a las plenarias o, peor, asista para promover leyes que procuren armar a la población.

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No digo que demande a quien tenga vínculos con paramilitares o al que, en nombre de su fe, discrimine a las minorías, tipo Oswaldo Ortiz, porque no pretendo ponerlo en situación incómoda con sus representados. En tal caso, además, sus intereses quedarían al desnudo. Exactamente igual al “ass” de Antanas: ass con doble ese. Como en Assange.

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