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Las malas costumbres

Qué mala maña esta de acostumbrarnos a la tragedia como ruido de fondo en la película de la vida.

Ana María Ruiz Perea
19 de febrero de 2018

Si la definición más corriente de noticia es la información acerca de un suceso reciente, novedoso y no muy común, hay noticias que no lo son porque a cuenta de repetirse impunemente, dejan de ser novedad para convertirse en paisaje. Hablo de titulares noticiosos que actúan como anestesia por su crudeza reiterada y la impotencia absoluta que tenemos para frenar su ocurrencia. La mente los deja pasar de lado supongo que como mecanismo de supervivencia, y nos acostumbramos a ver rodar las mismas escenas y a dejarlas que escurran sin que nos dejen huella, para que no nos duelan más de la cuenta.

El año pasado en los Estados Unidos murieron casi 12.000 personas en tiroteos, 3.000 de ellas menores de edad. Apenas estamos a mitad de febrero y ya este año más de 1.800 personas han perdido la vida de esta manera. En el último caso, el chico entró disparando al colegio de donde había sido expulsado en Parkland, Florida, y mató a 17 personas, la mayoría antiguos compañeros de salón. 

Lo de Estados Unidos y las armas es un serio problema de salud pública, en ningún otro país del mundo cae tanta gente acribillada en tiroteos indiscriminados. Nunca sabremos por qué un jubilado se encerró en un hotel para disparar como si se tratara de un juego de consola, contra una multitud en un concierto de música country en Las Vegas. Como ese, allá son miles los ‘lobos solitarios’. Entre tanto, se consolida la obediencia a los principios que dicta la todopoderosa Asociación Nacional del Rifle que financia elecciones y pone presidente y congresistas, porque le permite a la gente hacer lo que al parecer más disfruta: tener la posibilidad de matar a la mayor cantidad de personas el día en que se les pega la gana.

Otro gringo echando bala se vuelve paisaje en las escuálidas secciones internacionales de la prensa colombiana. Como se volvió paisaje, al dejar de ser novedad, el arribo a las costas mediterráneas de los ahogados más tristes del mundo, miles de sirios despojados de sus tierras y de cualquier derecho humano por los mismos que los condenan a morir de muerte en alta mar.

La expulsión y el desarraigo duelen adentro del alma. Póngase usted en los zapatos del que escapa al azote del hambre, como los más de 500.000 venezolanos que han entrado a Colombia en esta última ola de migración masiva, una crisis humanitaria para la que Colombia no estaba preparada. Se calcula que han entrado cerca de un millón y medio de venezolanos, una ola migratoria que jamás en nuestra larga historia de xenofobia y cultura de fronteras para adentro, habíamos tenido que afrontar. La imagen que se repite en cada noticiero muestra ríos de gente pasando por cualquier punto de la ardiente, enorme y porosa frontera colombo venezolana, ya no se sabe si los que están entrando son los mismos de ayer o los del noticiero de mañana. La misma imagen, la misma historia. Como si pasando todo lo que pasa, ahí no pasara nada. 

Igual siguen asesinando por ‘líos de faldas’ a los defensores de derechos humanos en los territorios, y seguimos sin saber cómo se llaman sus asesinos, si paras, bacrines o elenos; nadie lo dice pero saben que son narcos todos. Ah, y súmele a las posibilidades  las bandas de mexicanos que están traqueteando directamente la mercancía colombiana.

Tampoco pasa nada con las muchas familias que por estos días deambulan por el Chocó huyendo de la guerra del ELN con el Clan del Golfo. Vaya uno a saber de cuántas toneladas de coca estamos hablando en esa guerra por el territorio, ni la profundidad de las heridas que tienen abiertas atravesando el corazón de la selva del Pacífico colombiano, desde Panamá hasta Ecuador. Esta guerra no llama mucho la atención en Bogotá, desde donde más bien parece un ruido de fondo, la misma matadera que en este país nunca va a parar, los mismos desplazados porque ¿qué se le va a hacer? Mientras haya coca, detrás de unos hampones siempre vienen otros pisándoles los talones.

Ya en Colombia pasamos por la oscuridad del narcoterrorismo, sabemos de las masacres de los paramilitares con motosierras y crematorios incluidos, ocupamos por varios años (cortesía de las Farc) el primer lugar del mundo en cantidad de personas secuestradas. No me resigno a volver a escuchar en la radio de torres voladas, de kilos de anfo y mecha detonante; ni del asesinato de soldados como si estuviéramos a comienzos de la década, o del siglo. Como si aquí no hubiera pasado nada.

Qué mala maña esta de acostumbrarnos a la tragedia como ruido de fondo en la película de la vida.

@anaruizpe

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