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Acuerdo nacional

El pacto político que no pudo lograrse la semana pasada podría prosperar un poco más adelante.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
30 de mayo de 2019

La reciente convocatoria formulada por el presidente Iván Duque a los integrantes de su coalición y a los partidos independientes no rindió los frutos que se buscaban. Podría decirse que ese resultado obedeció a la generosidad incomprendida de unos y a la mezquindad de otros; solo que establecer quiénes sean aquellos y estos da lugar a un debate de nunca acabar.  Explorar las causas de que el objetivo con tanto empeño buscado no haya prosperado puede ayudar a que, si de nuevo se intenta, en un futuro cercano y en otras condiciones, pueda culminar con éxito.

Cuando en circunstancias de honda confrontación el gobernante convoca en público a sus antagonistas, esa manera de actuar puede suscitar desconfianza en los así convocados. Quizás piensen que se trata de colocarlos contra la pared para que acepten las acciones que desde el bando gubernamental se les plantean. En el caso de hacerlo nuevamente convendría tener en cuenta un viejo aforismo: “vísteme despacio que estoy de afán”. Los grandes acuerdos se negocian en privado, se toman su tiempo y solo si fructifican se divulgan a los cuatro vientos. Un buen precedente lo constituyen los pactos de Sitges y Benidorn entre Laureano Gómez y Alberto Lleras, enemigos hasta entonces irreconciliables, que en 1956 sentaron las bases para poner fin a la guerra civil no declarada que padecíamos.

Los argumentos esgrimidos para la reciente convocatoria tal vez no tuvieron la gravedad suficiente. Por hondo que sea el rechazo que se tenga por el señor Santrich, y la importancia que, con razón, se le concede a la extradición en la lucha contra el narcotráfico, la decisión de la JEP fue, apenas, de primera instancia; podría ser revertida con fundamento en la apelación introducida por el Procurador. Ella no constituye suficiente motivo para la renuncia del fiscal general por el carácter revocable de ese fallo, y por otro aún de mayor entidad: la justicia penal está organizada sobre la base de una radical separación de funciones, la de investigación, que comporta la facultad de acusar, que corresponde a la Fiscalía; y la de juzgar atribuida al aparato judicial en sus diferentes estamentos. Grave sería el precedente de que los fiscales renuncian si los jueces no comparten sus visiones. Que sea la Corte Suprema quien investigue y juzgue a Santrich, como acaba de decidirse, no altera esta conclusión.

La política real, como nos lo enseñó Maquiavelo, se encubre en nobles consideraciones, pero se fundamenta en motivos pragmáticos: cuánto poder puedo ganar o debo ceder en pos de un eventual acuerdo con mis adversarios. (El presidente, que cuando “era feliz e indocumentado” escribió un excelente libro sobre el pensador florentino, lo tendrá presente). En este contexto debe advertirse que la coalición gubernamental es minoritaria en el Congreso y que tal condición se podría confirmar cuando finalice la legislatura el 20 de junio. No tiene prisa, pues, la oposición en lograr con él un entendimiento.

Para establecer el contenido de unos eventuales acuerdos, haría bien el Gobierno en no incluir, por alta que sea su popularidad, los proyectos de reforma constitucional sobre eliminación de tratamientos punitivos benévolos a los violadores de niños y adolescentes, y en pro de responsables de narcotráfico. Habiendo reconocido el presidente Duque, como ya lo había hecho el expresidente Uribe, que cualquier cambio normativo a ese respecto carecería de efectos retroactivos, no tiene sentido desgastarse en una pelea que vendría a ser relevante únicamente en el contexto de nuevas negociaciones de paz. Como nadie conjetura que Duque habrá de intentarlas, en este punto sus intereses como primer mandatario, que culminan en el 2022, no concuerdan con los de su partido que carecen de fecha de caducidad. La ideología debe estar matizada por la gobernabilidad.

Tampoco luce conveniente y factible intentar el nombramiento de unos magistrados adicionales para corregir los hipotéticos sesgos que tendrían los designados bajo las reglas pactadas con las Farc. Quien aquí escribe fue adversario de la creación de esa jurisdicción, aunque considera que intentar modificar unas reglas que el Congreso aprobó, y que fueron refrendadas por la Corte Constitucional, implicaría alterar un elemento esencial de un acuerdo que, a pesar de haber implicado concesiones elevadas, le sirve al país. De otro lado, no se encuentra que en este asunto pueda gestarse una mayoría parlamentaria suficiente en favor del cambio. Carece de sentido dar batallas que no se pueden ganar, Maquiavelo dixit.

No obstante, hay materia suficiente para una alianza multipartidista: (I) Una ley interpretativa sobre los alcances de la extradición que recoja las preocupaciones que tiene el Gobierno; (II) un firme apoyo a los esfuerzos que han venido desplegándose para avanzar en los proyectos de reincorporación de los antiguos alzados en armas; (III) un respaldo nítido a una estrategia renovada en la lucha contra las drogas ilícitas, que debería incluir la modulación de las restricciones existentes al uso de herbicidas; (IV) una sólida alianza para afrontar los retos que nos plantea la migración venezolana, la amenaza sobre la seguridad nacional que implica la dictadura de Maduro, y las acciones que deban adelantarse, tanto si ella nos agrede como si colapsa.

En este contexto darle más juego a Timochenko, en su condición de líder del partido Farc, sería muy conveniente. Quizás le resulte tan valioso a Colombia como lo ha sido Antonio Navarro Wolff, un antiguo guerrillero cuya condición de líder político, servidor público y ciudadano ejemplar todos reconocemos. Sus recientes actuaciones demuestran un compromiso decidido con los pactos de paz y las instituciones democráticas.

Briznas poéticas. Hacia el año mil escribe el poeta persa Omar Jayam: “Mi nacimiento no aportó el menor provecho al universo. Mi muerte no disminuirá ni su inmensidad ni su esplendor. Nadie ha podido explicarme jamás por qué he venido ni por qué partiré”.