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Agüitas tibias

Si Bolívar, pongamos, no hubiera decretado la ‘guerra a muerte’ contra españoles y canarios, nunca se habría dado la independencia de las colonias de América del Sur

Antonio Caballero
4 de marzo de 2006

Eduardo Posada Carbó, que es el columnista más informado y serio que tiene El Tiempo, el más formal y reposado, criticaba hace quince días al columnista de la revista Cromos William Ospina diciendo que su "retórica maximalista" es "poco conducente al reformismo democrático".

No digo yo que no sea sí. No sé tampoco si a donde quiere llegar William Ospina, que aunque escribe columnas de prensa tiene en el fondo vocación (y a veces práctica) de poeta épico, es a un llanito tan prosaico como el "reformismo democrático". Yo mismo no suelo estar de acuerdo con él, por otra parte, ni en la épica ni en la, digamos, columnística: me parece que se la pasa diciendo cosas ya dichas, señalando propósitos ya señalados, descubriendo descubrimientos ya descubiertos, con un tono excesivamente solemne de... ya lo dije: de columnista que tiene vocación de poeta épico, y lírico, y a veces anacreóntico, y puede ser que también democrático y quizá reformístico. Me parece que William Ospina se la pasa descubriendo prosopopéyicamente el agua tibia. Pero creo también que su principal virtud de columnista épico-democrático es justamente esa "retórica maximalista" que le reprocha Posada Carbó con su serenidad apolínea. Creo que sin ese maximalismo, sobre todo referido a la retórica, no se avanzaría ni un paso. Ni hacia el reformismo democrático, sea eso lo que sea, ni hacia ninguna parte, ni en ningún terreno: ni en la política, ni en la poesía.

Para decirlo de otro modo: Ospina se la pasa, en sus columnas de prensa, descubriendo el agua tibia. Pero Posada, en las suyas, se la pasa predicando que las cosas se nutren de agüitas tibias. De alimentos tan sosos -tan minimalistas, así sean igualmente retóricos- como el "reformismo democrático". Se la pasa recetando el agua tibia. Parece no haberse dado cuenta, ni en sus estudios académicos ni en sus investigaciones de campo, de que sin una potente dosis de maximalismo (así sea retórico; o muy especialmente cuando es retórico, y precisamente por serlo) nada cambia ni avanza: todo se queda igual, o se vuelve peor, corroído por el peso de la entropía. Todo flota o se va al fondo de esa agüita tibia que no sé ahora bien cuál de los dioses monoteístas prometió vomitar de su boca. Si Moisés, digamos, por tibieza de corazón, por reformismo conformista, no hubiera arrojado sobre Egipto todas las plagas, jamás el Faraón le habría permitido emigrar con el pueblo de Israel. Si Bolívar, pongamos también por caso, no hubiera decretado la "guerra a muerte" contra españoles y canarios, nunca se habría dado la independencia de las colonias de América del Sur.

No entro a discutir aquí si el Éxodo era deseable o si la Independencia fue benéfica. Digo simplemente que sin una buena carga de retórica maximalista por parte de sus impulsores no habrían ocurrido. ¿Malos efectos de la violencia? Sí, sin duda los maximalismos suelen ser violentos. Pero también era maximalista la "no violencia" del Mahatma Ghandi, y nada hay más maximalista que el amor al prójimo predicado por Cristo. No sólo la violencia ha sido "partera de la Historia": también lo ha sido la mansedumbre. Pero decididas ambas. Resueltas. Maximalistas. Pretendiendo mucho más de lo que van a lograr.

Las agüitas tibias no son la solución.

O sí, pero exclusivamente en el sentido literal de la palabra: como aquello en lo cual acaban por solubilizarse las cosas. Pero no como punto de partida. Para llegar a la solución del agua tibia hay que echar calor y frío, pólvora y agua, babas y ají. La mezcla no es garantía de éxito, pero es su condición indispensable. Sólo así llegará Ospina a escribir un sesudo análisis político, y sólo así podrá Posada componer un soneto.

Y sólo así saldremos de este charco.

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