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AGRESIONES 'APAMBICHADAS'

La lucha contra el tráfico de drogas es una decisión autónoma de Colombia, y no una imposición de EE.UU.

Semana
15 de agosto de 1994

SI A ALGO HAN COMENZADO A PAREcerse los primeros días de la era Samper es a los últimos días de cualquier otro presidente colombiano. Por cuenta de los narcocasetes y la embestida del gobierno estadounidense no le han dejado tiempo para diseñar su próximo gobierno, como cualquier mandatario entrante, sino para defenderse como cualquier mandatario saliente, de acusaciones, rumores, chismes, editoriales, noticias de prensa y el riesgo de un prematuro desprestigio. Eso, desde luego, es malo para Samper, porque para empezar a gobernar a un país como éste se requiere llegar con una chequera de popularidad bien gorda, para girar cheques que cubran el costo de las decisiones necesarias e impopulares.
Pero independientemente de los problemas que esta situación ha traído para Samper, me impresiona la torpeza con la que el gobierno estadounidense ha manejado el caso del presidente electo de Colombia. Es obvio que la noticia de la decadente agencia de noticias UPI fue filtrada por algún funcionario del gobierno de EE.UU., y concretamente de la DEA. No es una política oficial, pero fué presentada como si lo fuera. Cualquier abogado medianamente capaz lograría ganar contra la UPI un pleito por difamación. Pero lo que importa, como muy bien lo dijo Samper en su indignado comunicado, es averiguar qué hay detrás de esta campaña de desprestigio contra él y contra el país.
La explicación es menos emocionante de lo que podría ser. Por tradición EE.UU. ha presionado a los gobiernos colombianos al estreno de su período para asegurarse de que ejercerán mano dura contra el narcotráfico, y desde que se acabó el comunismo, el tema se les ha convertido en una obsesión permanente.
Cuando Turbay iba a posesionarse, el famoso programa estadounidense 60 minutes lo acusó de ser un candidato del narcotráfico, con ayuda de declaraciones del entonces consejero de drogas de la Casa Blanca. Al presidente López, a quien también entrevistaron, lo editaron de tal manera que su defensa de Turbay no salió al aire.
Cuando Virgilio Barco iba a posesionarse, en una comida en la embajada de EE.UU. los funcionarios de la misma revelaron una desconfianza hacia el futuro gobierno, "porque no habían escuchado de Barco ninguna posición frente a la lucha contra las drogas". Los que oyeron lo anterior soltaron la carcajada. ¿Es que acaso el embajador de EE.UU. en Colombia no estaba enterado de que había sido Barco quien había firmado el tratado de extradición?
Cuando Gaviria iba a asumir, el entonces embajador MacNamara citó a su casa a algunos de los asesores del futuro presidente. La preocupación: absolver dudas sobre la que creían una tímida posición de Gaviria frente a la lucha contra el narcotráfico.
En el caso de Turbay el hostigamiento estadounidense, al igual que en el caso Samper, fue claro y expreso. En los casos de Barco y Gaviria fué silencioso pero real. Con una diferencia. La de que en la actualidad han logrado despertar un furioso sentimiento nacionalista entre los colombianos. Si se hubieran propuesto voltear a un país amigo en su contra, no lo habrían hecho mejor. Los colombianos estamos comenzando a sentir una antipatía feroz por los gringos, cuando este tipo de posiciones estaban totalmente pasadas de moda. Se estilaban entre la gente de izquierda preferiblemente en etapa universitaria. Pero ahora se han revivido, sin que el comunismo, como antes, tenga culpa en el asunto. Nos cae gordo lo que nos están hacienda. Nos produjo repugnancia el desplante hacia nuestro jefe de Policía. Nos resulta detestable la forma como utilizan a las agencias de prensa para censurar a nuestro presidente, como si fueran nuestros jueces para luego rectificar a través de un comunicado que más parecía una nota de censura que de rectificación. Y no admitimos que nos den instrucciones sobre cómo debe gobernar Samper al país, cómo debe combatir al narcotráfico y qué objetivos debe lograr.
Como si lo anterior fuera poco, el viernes el Senado estadounidense aprobó el mico de la ley de ayuda externa que condiciona 30 millones de dolarejos a que el presidente Clinton certifique por escrito que Colombia es formal, que se porta bien, y que no nos gusta el narcotráfico.
La lucha contra el tráfico de drogas es una decisión autónoma de Colombia, y no un dictamen o una orden o un condicionamiento de EE.UU. Pero con el tono y la forma como están manejando las cosas, lo que van a producir es que el nuevo presidente de Colombia, presionado por la antipatía de los colombianos hacia estas presiones foráneas, tenga que posesionarse ejerciendo actos de soberanía contra EE.UU., para acallar la furia de un país que no quiere que lo dominen desde afuera.
El comunicado de Samper ya comenzó a hacerlo. Le recordó al gobierno de EE.UU. que gobernará a Colombia con independencia nacionalista. Lo que venga después, quién sabe. Pero nunca antes la política estadounidense frente a un aliado natural como Colombia se había parecido más a la caricatura de un gringo ingenuo en bermudas, camisa "apambichada", con máquina de retratar al hombro, mirándonos a través de sus anteojos oscuros y pretendiendo pasar inadvertido. -

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