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AL TABLERO

A pesar de lo espinoso del tema, es hora de que los candidatos digan como ven lo del narcotráfico.

Semana
14 de febrero de 1994

DESDE HACE ALGUN TIEMPO SE HA venido percibiendo una creciente actitud de recelo del gobierno de Estados Unidos acerca de lo que va a ser el comportamiento futuro de Colombia frente al tráfico de drogas. La actitud de los estadounidenses no es tan reciente, pero tras la muerte de Pablo Escobar esas señales se han empezado a recibir con mayor claridad, aunque aún les falta la suficiente nitidez.
Si se mira la cosa al revés -es decir, de allá para acá-, lo que se aprecia es que la lucha frontal que asumió el gobierno de César Gaviria contra el cartel de Medellín dio muestras de ser exitosa desde un comienzo, a pesar de que el símbolo de esa organización, Pablo Escobar, tenía una capacidad casi mágica para esconderse de las autoridades. Como los bandoleros de antes. Pero lo que a ojos de muchos colombianos era un fracaso en el mano a mano Escobar-Estado, para los gringos era una campaña exitosa. Ellos veían con claridad que, a pesar de que el capo no caía, la estructura del cartel de Medellín, la más poderosa organización de narcotráfico a la fecha de posesión de Gaviria, estaba siendo aniquilada por los organismos de seguridad colombianos.
Pero lo que también estaban registrando los estadounidenses era que el aniquilamiento de ese cartel no implicaba una reducción de los volúmenes de droga que llegaban de Colombia hacia Estados Unidos, y que lo que estaba sucediendo en esa materia era un reacomodamiento de viejas y nuevas bandas que asumían el control de los cargamentos, rutas y mercados que abandonaba el grupo de Pablo Escobar. Por esa razón la lucha contra el narcoterrorismo de Escobar se convirtió para las autoridades estadounidenses en un problema de orden público, ubicado en el resorte doméstico de Colombia, y por eso mismo su muerte fue reseñada con el atractivo periodístico del fin de una leyenda, pero sin mayores repercusiones en el campo del mercado de la droga.
A los gringos (autoridades y medios de comunicación) les faltó hacerle a Colombia el reconocimiento que se merecía por tanto tiempo de sacrificios, barbarie y sangre en la ejecución de esa campaña. Si Estados Unidos hubiera hecho la mitad de lo realizado por Colombia en los últimos 10 años en lucha contra el narcotráfico, ese fenómeno sería hoy un delito marginal. Pero en este caso fueron tan olímpicos como lo son en casi todos los temas que no les afectan directamente. Y como el cartel de Medellín ya no les afectaba, su final les pareció algo secundario.
El hecho es que. todavía a ojos de los estadounidenses, el escenario es el de unos grupos de narcotraficantes muy poderosos (no sólo el de Cali; hay muchos más) y el gobierno de Gaviria -su gran aliado en esa lucha- tocando a su fin. Allá llegan rumores de la participación creciente del narcotráfico en la financiación de campañas parlamentarias y de alcaldías, y aparte de esto reciben expresiones muy contradictorias sobre lo que será la posición colombiana frente al narcotráfico hacia el futuro, acompañadas de rumores acerca de la entrega en masa del cartel de Cali. Es más: pronunciamientos en favor de la legalización de la droga, como los del fiscal Gustavo de Greiff, encargado de combatir ese delito en Colombia, han sido recibidos en distintos círculos del poder en Estados Unidos como el preludio de algo cuya sola mención los paraliza: indulto.
Eso no significa que tengan razón, por supuesto. También decían que la soberanía nacional se le había entregado a Escobar cuando se eliminó la extradición en la Constituyente, y vean lo que pasó.
Pero el hecho de que la impresión que se tiene sobre lo que va a ser en ese campo el futuro de Colombia sea falsa, no significa que sea del todo clara. Los candidatos a la Presidencia, que son los únicos capaces de hacer claridad sobre ese punto (al fin y al cabo alguno de ellos es el que lo va a decidir), han estado explicable pero no justificablemente evasivos. Salvo el caso de Humberto de la Calle, nadie ha hablado en blanco y negro sobre ese tema. Y a pesar de lo espinoso del asunto, parece que llegó la hora de que los candidatos pasen al tablero y digan cómo ven lo del narcotráfico. No significa que la consigna sea la de hacer lo que los gringos digan, claro está. Puede ser, si se quiere, lo contrario; eso depende de lo que opine cada quien. Pero lo que más daño le puede hacer al país es la falta de definición en esa materia.
Aún es tiempo, antes de que la escuelita de Juanchaco se nos vuelva universidad.

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