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Trump apaga el faro de la libertad

Un Estados Unidos sin ideales no puede liderar el mundo libre

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
30 de enero de 2017

En sus primeros 10 días como presidente, Donald Trump inició el desmonte de los pilares de la política exterior de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. El lunes le entregó a China la bandera de defensora de libre comercio y adalid de la globalización, al retirarse del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP). Con una ñapa: dejó colgados de la brocha a sus aliados del sureste asiático.

El miércoles ordenó la construcción del muro en la frontera con México, amenazó con la imposición de aranceles e insultó por Twitter a los mexicanos. Las acciones de Trump ponen fin a décadas de acercamiento entre los dos países vecinos y dificultan sus relaciones con el resto de América Latina.

El viernes defendió la utilización de la tortura, algo que ni los regímenes totalitarios reconocerían. Ese mismo día emitió una directiva presidencial en la cual prohibió la entrada por 90 días a territorio estadounidense a ciudadanos de Irak, Irán, Somalia, Yemen, Libia, Sudán y Siria. La medida afectó incluso a residentes legales y a individuos con doble nacionalidad. Y también limitó el número de refugiados sirios.

Sustentó la prohibición por razones de seguridad nacional y el riesgo del terrorismo. Según el instituto Cato, las probabilidades de que un estadounidense muera en un ataque terrorista perpetrado por un refugiado es de 1 en 3,64 mil millones por año. Esa decisión, unida a su aparatosa implementación, antagonizó a prácticamente todo el Oriente Medio y a varios aliados europeos.

Trump parece convencido de que el poder de Estados Unidos se limita a lo militar -prometió "reconstruir" las Fuerzas Armadas- y a lo económico -juró castigar a países con políticas comerciales adversas a los intereses estadounidenses-. Está equivocado. La verdadera fuerza de Estados Unidos proviene de un intangible que nació en los primeros años de la colonización de América del Norte.

En 1630 John Winthrop proclamó que la comunidad que él gobernaría en el Nuevo Mundo sería como "una ciudad en una colina, los ojos de todas las personas sobre nosotros". Su visión de un pueblo excepcional y ejemplar perduró por siglos.

Lo reiteraría George Washington en 1783 al declarar que "el seno de América estaba abierto a recibir no sólo al opulento y respetable forastero sino a los oprimidos y perseguidos de todas las naciones y religiones".

Abraham Lincoln soñaba con "un lugar y tiempo en los cuales América sería nuevamente vista como la última esperanza de la Tierra".

En el siglo XX, Woodrow Wilson hablaría de que "América no fue creada para hacer riqueza sino para hacer realidad un ideal, para descubrir y mantener la libertad entre los hombres".

Franklin Delano Roosevelt expandió esa visión al justificar la guerra contra la Alemania nazi y el Japón imperial en un discurso el 6 de enero de 1941 al poner como objetivo estratégico un mundo fundado en "cuatro libertades esenciales", entre ellas las de expresión y de religión.

En su discurso de despedida en enero de 1989, el presidente Ronald Reagan, ícono de los republicanos, describió lo que significaba para él la utopía de Winthrop así: "Una ciudad habitada por personas de todo tipo viviendo en paz y armonía, una ciudad de puertos libres. Y si la ciudad tenía muros, los muros tendrían puertas que estarían abiertas a quienes tuvieran la voluntad y el corazón para llegar... un faro para todos aquellos que necesitan la libertad".

En esas palabras de Washington, Lincoln, Wilson, Roosevelt y Reagan está la esencia del pueblo estadounidense: un convencimiento de su carácter excepcional y su misión evangélica de ser promotores de la libertad. Es lo que diferencia a Estados Unidos de otras potencias. Es la fuente de su influencia.

Trump y sus asesores en la Casa Blanca han subestimado ese legado y dejado a un lado ese sueño americano de la búsqueda de la felicidad, como reza en la Declaración de la Independencia del 4 de julio de 1776. No es posible liderar el mundo libre sin optimismo e ideales.

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