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La comunidad internacional no es como la pintan

Es un error depender tanto de la buena voluntad de otros países para legitimar el diálogo con las FARC.

Semana.Com
11 de julio de 2015

Dicen que en Oslo el apoyo es absoluto, que para La Habana es una prioridad estratégica, que en Caracas el respaldo es incondicional, que para Santiago sería una hazaña diplomática. En otras palabras, de votarse hoy un referendo sobre un acuerdo FARC-Gobierno colombiano, sería aprobado abrumadoramente en Noruega, Cuba, Venezuela y Chile. Dicen incluso que una gran cantidad de países europeos y latinoamericanos también se inclinarían por el sí. Hasta en el lejano oriente, se estima que no habría mayor oposición a la firma de la paz con la guerrilla más vieja del hemisferio occidental. Ni hablar de las decenas de agencias de las Naciones Unidas (todas con oficina en Colombia) que en coro profesan su compromiso por la solución negociada del conflicto. Pero ojo, ese consenso mundial es más tenue de lo que parece a primera vista. Y no tan importante.
 
El presidente Juan Manuel Santos repite frecuentemente la frase de que es más fácil hacer la guerra, que la paz. Y es cierto. Paradójicamente, la misma lógica, pero al revés, aplica en la política internacional. Es más fácil apoyar negociaciones de paz en otros países que abogar por soluciones militares. En el fondo ninguna nación quiere el rótulo de guerrerista. Si bien es positivo que tantos gobiernos y organizaciones emitan comunicados de apoyo, es un error sobrevalorar su significado. Para la inmensa mayoría, son los gajes del oficio de la diplomacia. Y para los restantes, su entusiasmo por la paz es directamente proporcional a sus intereses actuales, como ocurre con los países garantes y acompañantes.
 
Desde los acuerdos de Oslo entre Israel y la Autoridad Palestina en 1993 cuando Noruega se consagró como un jugador fundamental en la resolución de conflictos, mantener ese liderazgo se convirtió en un objetivo prioritario de la política exterior noruega. Un exitoso desenlace de las conversaciones en La Habana favorecería esa imagen, que se ha visto maltrecha por el recrudecimiento del conflicto israelí-palestino y el fracaso de sus gestiones entre el gobierno de Sri Lanka y los Tamiles. No hubo un acuerdo de paz sino una aniquilación de los rebeldes.
 
Para Cuba, el ser sede de las negociaciones ya le generó dos resultados tangibles: su remoción de la lista de países patrocinadores del terrorismo y el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos. Este es el mismo régimen que en los 70 y 80 entrenó y proveyó armas a guerrilleros del ELN y M-19, y que permitió que la isla sirviera como refugio de delincuentes colombianos de toda índole.
 
Desde que el entonces presidente Álvaro Uribe solicitó en 2007 los buenos oficios de Hugo Chávez con las FARC, el gobierno venezolano se convirtió en un actor clave en el proceso. Si bien la primera intervención fracasó en medio de recriminaciones de parte y parte, el segundo intento – esta vez por parte de Santos- sí cuajó. Para Venezuela, que ha permitido campamentos guerrilleros en su territorio, es un “Bocatto di Cardinale” tener un lugar en una mesa donde los representantes de su vecino discuten asuntos de seguridad nacional.
 
En las últimas décadas Chile ha recibido todos los reconocimientos y aplausos por su transformación económica y su pacífica transición de dictadura a democracia; mas no como líder regional. Para Santiago, es un indudable éxito diplomático su presencia como país acompañante.   
 
Si bien puede ser positivo que estos cuatro países se beneficien con la firma de un acuerdo de paz, es un error considerarlos como participantes desinteresados y neutrales. Igual ocurre con la llamada “comunidad internacional”.
 
Durante los últimos 30 años, se ha presentado una discrepancia significativa entre la percepción por fuera de Colombia y la opinión interna. Y casi siempre la visión externa del país ha sido más apocalíptica.

Hoy se está presentando nuevamente esa distorsión. Sustentados en cifras aterradoras – seis millones de desplazados, 200.000 muertos- gobiernos extranjeros y organizaciones internacionales urgen una resolución pacífica del conflicto. En el imaginario de algunos Colombia entera está incendiada. La realidad es otra. Son cifras del pasado. La violencia guerrillera está en la periferia. No es una preocupación cotidiana para decenas de millones de personas, cuyas prioridades son más universales: educación, salud, empleo. No debe sorprender, entonces, que día a día se corroe la confianza en el diálogo. Los colombianos aún no comparten la visión de “comunidad internacional” de que las conversaciones con las FARC sean el único camino para un futuro próspero de Colombia. Por algo será.

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