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La rendición de las FARC-EP

El Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto confirma que alzarse en armas en Colombia no paga.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
26 de agosto de 2016

De los 220.000 muertos y siete millones de víctimas del conflicto, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) fueron responsables de la mayoría directa o indirectamente (de sus abusos germinaron muchos de los grupos paramilitares y de autodefensa que masacraron a miles de colombianos). Las FARC volvieron a las personas en mercancía; al secuestro en una industria. Facilitaron la conversión del país en productor primario de la hoja de coca; desplazando a Bolivia y a Perú. En la primera década del siglo, priorizaron la destrucción de la infraestructura energética -siguiendo los pasos de sus "primos" los elenos- y la consecuente devastación ambiental. Miles de niños y niñas fueron reclutados a sus filas; muchos terminaron como carne de cañón.

¿Fue necesaria tanta sangre y barbarie para obtener lo descrito en el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera? No. En las 297 páginas no hay nada que no se pudiera haber logrado por las vías democráticas. El primer capítulo de desarrollo rural es la réplica del programa del Partido Liberal de los últimos 50 años. Y francamente es menos revolucionario que los fallos semanales de la Corte Constitucional. La segunda sección, acerca de participación política, es el desarrollo de la Constitución de 1991: más involucramiento y poder para las comunidades y los actores sociales, y la elaboración de un estatuto para la oposición.

De haber optado por ser ciudadanos de bien, sobraría el capítulo de justicia. No fue así y curiosamente les irá peor que el M-19, un grupo guerrillero que siempre miraron con desdén. El M-19 pudo co-escribir la Constitución y le entregaron el Ministerio de Salud y varios cargos diplomáticos. El castigo a las FARC se asemeja al de los paramilitares: no tendrán cárcel, pero habrá más control de sus hombres y fiscalización a la verdad que confiesen. Terminaron en el mismo costal que sus adversarios ilegales.

Tampoco es trascendental el punto tres: la incorporación de los ex combatientes en la vida social, económica y política. El sueldo mensual -90 por ciento del salario mínimo- es similar en ingresos al que recibían los ex paramilitares desmovilizados. Y es para la tropa, a quienes tanto simpatizantes como opositores del proceso coinciden en que se debe ayudar. La asistencia técnica que se les ofrecerá ya existe pero no se podía repartir e implementar, en parte por problemas de seguridad generados por las propias FARC.

Hay malestar en algunos sectores por la promesa de 10 curules a las FARC en el Congreso, a partir de 2018 y por dos períodos. No es gran cosa. Sería el cinco por ciento del Senado y tres por ciento de la Cámara. Con esa delegación parlamentaria, se hace bulla más no una república castrochavista.

No está garantizado el éxito electoral del partido que surja de la organización guerrillera. El M-19 pasó de tener una tercera parte de la Asamblea Constituyente a cero congresistas en pocos años. Hasta desapareció la marca.

Frente a ese desafío sería negligencia profesional y política que la guerrilla nominara como sus candidatos sólo a responsables de delitos de lesa humanidad. Con alias ‘Romaña‘ y ‘el Paisa‘ no se construye confianza entre los colombianos. El ejemplo de los paramilitares es diciente. Mientras sus candidatos eran caballos de Troya, en el Capitolio crecía y crecía su presencia. Ya desenmascaradas y desmovilizadas las autodefensas, su número de votos ha ido en picada. Es la diferencia entre la política con armas y la política de la persuasión.

Es irónico que las FARC ingresarán al Congreso con el mismo número de legisladores que el Polo Democrático, estos últimos logrados a pulso y en la legalidad. Tantas vidas sacrificadas para llegar a lo mismo. Esa es la lección de las FARC-EP, un grupo guerrillero que fracasó en su intento de incitar a una revolución.

Me anima que Timoleón Jiménez, Iván Márquez y sus compañeros del Secretariado hayan decidido dejar las armas, desmovilizarse e incorporarse a la sociedad. Y que consideren un triunfo el acuerdo, "la más hermosas de las batallas, la de la paz". Y que acepten ser cuidados por sus antiguos enemigos y vencedores: las Fuerzas Militares de Colombia.

Me alegra especialmente que en 2016 en el hospital militar sólo habían atendido a mayo, a dos soldados heridos en combate. En 2006, según me comentó el ex viceministro de Defensa del gobierno de Uribe, Jorge Mario Eastman, eran 1.119. Sí, mil ciento diecinueve militares y policías, casi todos jóvenes. Nunca olvidemos que para ellos la guerra y la paz no son conceptos abstractos para ser debatidos en las redes sociales. Es una cuestión de vida o muerte.

* En Twitter: Fonzi65

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