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Más Fiscalía, que Fiscal

Los fiscales generales han sucumbido a la fama, las cámaras, los micrófonos y las trampas del poder. Es el principal desafío del nuevo o la nueva fiscal.

Semana.Com
1 de abril de 2016

El pecado original fue de Gustavo de Greiff. El primer fiscal general de la Nación de la historia de Colombia fue también el primero en sucumbir a las tentaciones de un cargo tan poderoso.  En enero de 1993 inauguró la justicia espectáculo.  Ordenó capturar a concejales de Bogotá en sus oficinas en el cabildo distrital al finalizar la tarde, en  un operativo digno de película, grabado por las cámaras de televisión. La hora fue propicia para garantizar que fuera el titular de los dos noticieros de las siete de la noche. 

En la mañana siguiente, en una rueda de prensa De Greiff lanzó la era de la justicia por micrófono: “Que tiemblen todos aquellos que no han manejado correctamente los fondos públicos”. Desde entonces, se volvió usual escuchar las amenazas verbales de los subsiguientes fiscales de combatir el crimen con el mismo desenlace: mucha palabra, pocos resultados. El saliente fiscal Eduardo Montealegre prometió seguir “la lucha contra la corrupción y la impunidad” al asumir el cargo en 2012.

En noviembre de 1993 De Greiff estrenó dos comportamientos que sus sucesores luego imitaron: el de emitir opiniones personales desde un cargo oficial y en momentos inoportunos. En un seminario en Baltimore, Estados Unidos, sobre la lucha contra el narcotráfico, De Greiff propuso la legalización de la droga. En ese instante, las autoridades colombianas perseguían a Pablo Escobar y el cartel de Cali esparcía sus tentáculos por las instituciones. Independiente de los pros y contras de su iniciativa, debilitó la posición del Estado en la lucha contra el crimen organizado. La Fiscalía, por Constitución y razón de ser, debe ser siempre vista como la línea más dura para el cumplimiento de la ley.

Es el mismo error de Montealegre: nunca entendió que no era su papel ofrecerle a las FARC beneficios jurídicos sino todo lo contrario. Debería ser la última talanquera.

Durante la Fiscalía de Alfonso Valdivieso, quien reemplazó a De Greiff,  comenzó otra práctica nefasta: la violación sistemática de la reserva del sumario por fiscales y otros funcionarios. Se volvió común ver publicada en los medios no sólo las indagatorias de los acusados sino cualquier declaración de testigos. Como periodista es fascinante, pero sin duda es perjudicial para el derecho a la defensa y el buen nombre. Las filtraciones no han cesado desde entonces; con un caudal incluso superior al del río Magdalena. 

Con Valdivieso también surgió la figura del Fiscal popular; el que vive al vaivén de las encuestas. Valdivieso incluso renunció para ser candidato presidencial. La efectividad de una gestión no puede depender de la imagen del Fiscal del turno. Esta personalización de la entidad ha sido funesta para la institucionalidad de la Fiscalía.  Cuando todo depende de un Fiscal General omipotente, o más bien, ese es el mensaje que se transmite hacia fuera, se carcome la credibilidad de la justicia. Le pasó a la Fiscalía de Valdivieso con el Proceso 8000; y ahora ocurre lo mismo con la labor de la entidad bajo Montealegre.

La solución no es la típica colombiana de prohibir, prohibir y prohibir. Ese pensamiento de que todo se resolvería con impedirle a los ex fiscales ser candidatos. No necesitamos más leguleyadas ni normas; más bien, un comportamiento diferente de quién salga elegido de la terna que presentará el presidente Juan Manuel Santos a la Corte Suprema.

Anhelo un fiscal general que entienda que su rol no es de opinador nacional; que comprenda que la justicia debe ser ante todo ágil; que mida su gestión en resultados y no estudios; que utilice los medios no para ganar opinión sino como herramienta eficaz para combatir el delito. Un fiscal, que valore experiencias internacionales pragmáticas y no sólo los códigos y la jurisprudencia, que comprenda que debe ejecutar, ejecutar y ejecutar. Alguien como Loretta Lynch, la fiscal de Estados Unidos, que puso a temblar a la FIFA y pasa desapercibida.

Colombia requiere un fiscal que, antes de todo, sea un gerente, que organice la institución. Un Fiscal General que considere como uno de sus metas ser menos conocido en cuatro años que hoy. En fin, que se diga que hay más Fiscalía, que Fiscal. 

En Twitter @Fonzi65

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