Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN ON-LINE

Algoritmos

Los recomendados de Netflix o Spotify nos hacen aburridos y predecibles, como con la campaña del plebiscito: no nos dejan conocer otras formas de pensar.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
24 de octubre de 2016

Desde hace un par de meses soy usuario de Instagram y me ha llamado la atención que cuando clickeo el icono de búsqueda de otros usuarios, el algoritmo siempre me ofrece personas de igual característica a la primera búsqueda que hice. Facebook o Twitter usualmente adelantan esta búsqueda a partir del concepto “los amigos de mis amigos son mis amigos”, pero en Instagram los algoritmos están diseñados para analizar el movimiento de cada usuario no a partir de amigos mutuos sino del gusto o el interés personal.

Algo similar ocurre con Netflix, que suele enviarme un correo cada vez que dispone de una nueva película o serie que, según mis hábitos de consumo, podría ser de mi interés. Spotify también se mueve así: diseña un listado de canciones personalizado. Pero sucede que soy muy amplio en mi gusto musical y, mientras trabajo –siempre hay música de fondo mientras escribo- escojo la música de acuerdo al momento y a lo que escribo. Puedo pasar con facilidad de Verdi a Nicky Jam; de Agustín Lara al Loco Goyeneche; de Leandro Díaz a Pacho Galán, de Armin van Buuren a Ennio Morricone. Entonces los algoritmos de Spotify se enloquecen porque creen que, un ejemplo, si me ha gustado un regetonero X entonces me gustan también todos los demás.

Se trata de un juego que puede ser interesante si uno está dispuesto a descubrir cantantes que hasta ese momento nos son desconocidos. Hace unos meses, otro ejemplo, y quizás por mi gusto frecuente de escuchar a Nina Simone, Spotify me sugirió la música de un negro inglés que escribe y canta con el mismo sentimiento de Simone: Benjamin Clementine, un cantante con una historia de superación más bella que su propia música, lo cual ya es mucho decir pues sus canciones son tan desgarradoras como pegajosas.

A veces, en muy contadas –contadísimas- oportunidades, sucede algo así: los algoritmos de las plataformas digitales descubren para cada uno de nosotros algo que nos deslumbra. Pero lo usual es lo contrario: como si se tratara de un piano que alguien nos obliga a cargar, nos condenan a seguir siendo lo que hemos sido. Nos hacen aburridos y predecibles, como el que teme a la aventura, como el que se encierra en sí mismo: un autista y nada más tal cual acabamos de comprobar durante la campaña por el plebiscito: sólo aceptamos en nuestros muros a quienes piensan exactamente igual que nosotros; solo leemos a los columnistas que nos den argumentos para seguir razonando tal cual lo hacemos, nunca para conocer otras maneras de pensar.

Los algoritmos parecen conocernos más de lo que nos conocemos nosotros mismos. Y no son más que prejuicios: un juicio, un gusto anclado que nos ata a lo que hemos sido. Y son, al tiempo, nuestro nuevo destino: si alguien intenta reinventarse, le “corrigen” el camino. Y lo hacen a partir de un único filtro etiquetado en su máquina en el pasado. Así como en la vida. ¡Qué miedos los algoritmos! Hay que estar atento y descubrir cuál es ese dato en nuestra mente que nos ancla y nos genera temor y nos impide entender que hay otras formas de pensar y que se puede vivir sin la sospecha; ese algoritmo que nos impide salir de nuestra zona de confort. Y mirar a través de otras ventanas, como los gatos. Y curiosear. Y abandonar el odio.

* En Twitter: @sanchezbaute

Noticias Destacadas