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Sobre sicarios, psicópatas y libros

Ninguna protesta social entra en el abanico de lo normal porque es el primer síntoma de que algo no está funcionando.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
2 de mayo de 2019

Al maestro español Miguel de Unamuno se le atribuye la frase "el fascismo se cura leyendo y el racismo viajando". Amén de que sea o no de él, esta sentencia encierra una verdad de a puño: la lectura es la manera más eficaz para acabar con los prejuicios, pues viajar es otra forma de leer e interactuar con otras culturas. Si Colombia fuera un país lector, lo más seguro es que tendríamos la lucidez para escoger mejores gobernantes y semianalfabetas como el presidente del Senado solo podrían llegar a ocupar un cargo tan importante si el de arriba les hiciera el “milagro”. Pero como los “milagros” son incompatibles con los distintos campos de la ciencia, los cuales son como las premisas que conforman los argumentos y que al final nos llevan a una conclusión, entonces podríamos estar seguro de que el “milagro” sería solo una ilusión.

La homofobia, esa enfermedad ancestral que nace con los postulados bíblicos, no tendría cabida en la mentalidad de un grupo social porque el conocimiento que encierran los libros es como la vacuna que cura el mal, y no hay peor mal para un pueblo que su ignorancia, ya que les imposibilita ver más allá de su nariz y termina creyendo todo lo que escucha, o lo dicen, y lo que los controladores sociales y los desinformadores de la comunicación les permiten. Entonces podríamos estar seguro de que un caso como el del chico que se suicida lanzándose desde el piso superior de un centro comercial porque era gay, sería solo una anécdota en ese enorme libro de la infamia universal. No habría habido posibilidad de que un psicópata (rodeado de criminales y narcotraficantes) llegara a ser presidente de la República, o que una protesta de un grupo de indígenas por el abandono en que lo tiene Estado desde hace doscientos años, pudiera ser interpretada como una actividad ilegal, infiltrada por guerrilleros.

Tampoco habría posibilidades de que un traqueto pudiera convertirse en modelo social, o que el sicariato (no el moral que practica el psicópata expresidente) sino el que termina con la vida de una persona, pudiera convertirse en escuela, y de los cerros que conforman el Valle de Aburrá extenderse como una peste por el resto de la geografía nacional. Si a nuestros gobernantes les interesara de verdad sacar a más de treinta millones de colombianos de la pobreza, no habría necesidad de que la universidad pública entrara en paro nacional para que le asignaran unos pesos más del presupuesto. No habría la necesidad de armarse (con piedras y otros artefactos) para exigir unos derechos que están consignados en la Constitución Política de Colombia. Ninguna protesta social entra en el abanico de lo normal porque es el primer síntoma de que algo no está funcionando, y, por lo tanto, deja la extraña sensación de que la Constitución se está quedando solo en el papel.

“Si quieres que un pueblo se vaya a la mierda, quítale los libros”, expresó el novelista argentino Osvaldo Soriano desde su exilio en Bélgica. Quizá porque estos no solo encierran el conocimiento vital para el mejoramiento del mundo, sino porque permiten también la reflexión, ese estado de conciencia que les da a los grupos sociales las herramientas para dudar, y la duda es el principio universal del desarrollo humano. Es a esto lo que le teme la fauna política colombiana, porque el día en que tengamos votantes informados y reflexivos, los Álvaro Uribe Vélez serán solo como dinosaurios en la espera de su extinción.

 

En Twitter: @joaquinroblesza

Email: robleszabala@gmail.com

(*) Magíster en comunicación y docente universitario.   

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