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ANATOMIA DEL PODER

Semana
15 de marzo de 1999

La clase dirigente colombiana está in. Bueno, siempre lo ha estado. Pero se puede decir que
ahora está más in. Los choques de trenes están in. Los palos de ciego del gobierno están super in. La
'prensa-kerosene' está mega in. Y la opinión de los altos ejecutivos sobre la guerra y la paz está requete in.
Lo que está out es hablar de los que están in. Por ejemplo, Malcom Deas, el respetado colombianólogo inglés,
está out. Hace varias semanas soltó la frase del año pero ninguno de los cazadores de citas que pululan en
los medios la reprodujo. Deas dijo lo que muchos colombianos piensan pero no se atreven a decir: "En
Colombia no hay clase dirigente". En otras palabras, que somos un país acéfalo. A primera vista, es difícil
creer que no tengamos una clase dirigente. Está ahí. Sale en los noticieros, da declaraciones y la vemos a
diario en las páginas sociales. Sin embargo, si hacemos una disección de nuestra convulsionada realidad
nos damos cuenta rápidamente de que nuestra clase dirigente sí existe pero no actúa como una cabeza
sino que cumple la función de otros órganos. Según la coyuntura _o la crisis de turno_ funciona como
intestino, como hígado o como corazón. Pero no como cabeza. Porque para funcionar como cabeza, como
bien advierte Deas, la clase dirigente debe tener claro "hacia dónde quiere llevar el país" y debe contar con
"un proyecto nacional". Y en Colombia lo único que no tenemos claro, y menos la clase dirigente, es para
dónde vamos. Y de proyecto nacional, ni hablar. Ser clase dirigente no significa sólo tener las riendas del
poder sino saberlas manejar. Y resulta que hoy estamos montados en un país indómito, desbocado y sin
dirección. Por eso, señala el intelectual inglés, "clase dirigente no puede ser un montón de ricos que van a los
clubes, que no saben dónde están parados ni para dónde van". Pero si no es cabeza, entonces, ¿qué es? En el
tema de la paz, por ejemplo, el gobierno de Pastrana es puro corazón. Bombea buenas intenciones a un
ritmo acelerado y ha cedido tanto a las presiones de la guerrilla, que cualquier violentólogo que le coja el pulso
a la Nación le diagnosticaría una taquicardia crónica. Durante la era Samper, en cambio, el gobierno cumplió
funciones estrictamente escatológicas. El banquete de puestos y el aroma embriagante de la corrupción que
utilizó el gobierno para mantenerse en el poder produjo toda suerte de gases y retorcijones en el sistema
democrático y un desangre presupuestal del que todavía no se repone. A pesar de las investigaciones
quirúrgicas de la Fiscalía, el gobierno de Samper contó con un Congreso que funciona, hace rato, como
intestino grueso, y cuya absolución en la Cámara le ayudó a digerir toda su fétida materia clientelista.
Luego del chequeo del 8.000, quedó demostrado, una vez más, que tenemos un régimen político de rápida
digestión burocrática e inmune al guayabo moral. Dentro de este proceso puramente fisiológico, los medios
de comunicación funcionan como hígado, órgano que regula la bilirrubina. De tal forma que ante los
estímulos de las 'chivas' o de imágenes sensacionalistas, así sea violando el derecho a la intimidad o
explotando el drama humano con fines comerciales, la prensa, súbitamente, comienza a coger un tono
amarillento en el cuerpo de la noticia. El diagnóstico está hace tiempo en el consultorio del defensor de los
lectores: una fuerte baja en las defensas de la ética y la responsabilidad, sobre todo ante la presencia de
emociones fuertes como los desastres naturales o los escándalos políticos.Quizás el único lugar donde están
funcionando bien las neuronas del país es en la academia. Pero es una inteligencia en la cabeza de un niño
autista. Porque a pesar de sus valiosos elementos de juicio, la academia tiene enormes dificultades para
comunicarse con el mundo exterior y participar en los grandes temas nacionales. Ante esta
disfuncionalidad de la clase dirigente, la Iglesia sigue jugando un papel trascendental en todos los
momentos de crisis como una institución que inspira confianza y que le da legitimidad a los procesos en los
que se embarca la clase dirigente. El clero se ha convertido así en la conciencia moral de un país con un
cráneo hueco. La anatomía, más que la historia, nos deja una lección: dejemos de echarle la culpa de todos
nuestros males a una seudoclase dirigente. Y la próxima vez que tengamos dolor de 'cabeza', lo mejor es
tomarse unas pastillas para la taquicardia, o una Milanta para la gastritis o un Lomotil para los retorcijones

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