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Que vivan los toros

La muerte de Víctor Barrio se pudo haber evitado, al igual que la de los toros.

Andrea Padilla Villarraga, Andrea Padilla Villarraga
14 de julio de 2016

La muerte del torero español Víctor Barrio, a causa de una cornada el pasado fin de semana en Teruel, ha desatado una faena entre morales que enarbolan, cada una, su particular idea de justicia. La diferencia es que en ella no habrá muertos. A lo sumo sindicados, puesto que la Fundación del Toro de Lidia, organismo que abandera la defensa jurídica de la tauromaquia en España, ha anunciado acciones legales contra quienes “se burlen” de la muerte del torero por el “delito de odio”.

Entre los taurinos, las reacciones han oscilado entre la pena de los prudentes y la soberbia reaccionaria de quienes llaman a abrazar la “fiesta brava” con más fervor que nunca e insisten en que esta muerte es un caso aislado. Aquellos que se valen de Goya, Picasso y Hemingway, infaltables en el manido argumento del “arte taurino”, ya empiezan a mitificar, delirantes, la muerte del joven que seguramente jamás pensó en convertirse en mártir. Finalmente están los que anuncian la batalla jurídica, tomados por el sentimiento del delito que invocan, y por supuesto los empresarios, quienes se alimentan de la confrontación.

Los defensores de animales no nos hemos quedado atrás en el debate sobre lo justo y lo injusto. Unos, a quienes con respeto llamo a la cordura, han celebrado la muerte del torero por considerarla justa y merecida, olvidando que festejar la muerte en espectáculo es patrimonio de taurinos y galleros. Otros, en cambio, la han comentado con la frialdad de quienes ven la vida como un influjo incesante de acciones y consecuencias. 

Yo hago parte de los que lamentan esta muerte y toda muerte absurda. No me duele como me duelen las de los toros torturados y asesinados, por crueles e injustas, pero si me irrita por su causa que no es otra que la estupidez, vanidad y ceguera moral de quienes insisten en conservar y exaltar su indefendible parcela de violencia. Es verdad que el torero murió en su “oficio”, pero su muerte habría sido tan prevenible, y es tan vergonzosa, como las de los miles de toros que cobra cada año el negocio taurino. 

Hoy sus empresarios, practicantes y aficionados se amparan en el mezquino pretexto de los “gajes del oficio” o en el hecho de que desde 1992 no moría un torero en corrida. Al son de 600 millones de euros anuales en subvenciones, solo en España, la sensatez recula. 

Pero además, los empresarios de la “fracasada” corrida vengarán la muerte del torero en una versión exacerbada de la ley del talión. No sólo matarán a Lorenzo, el toro que se defendió de su agresor, sino a toda su familia, tal como lo ordena la tradición. Sí, otra de esas que se inventan los taurinos en su mundo de colonos y subalternos sin tregua. 

Mi lucha no es la de los toreros muertos, sino la de los toros vivos. Por eso no me regocijo en la muerte del joven que, en cambio, debería sacudir a más de uno empezando por los dolidos. Sin embargo, las palabras de la viuda de Barrios no producen sino desesperanza. Dice que se quedará soñando con “la Puerta Grande de Las Ventas”, pero la alienta creer que “existe una gloria para todo aquel que pierde la vida en las astas de los toros”. 

Qué tozudez la de esta gente que vive y muere en su vanidad y está a dispuesta a pagar por ella el precio que sea. 

Que vivan los toros, los seres humanos, y la gloria sea para quienes viven y mueren respetando la vida de los demás.

*Candidata PhD Derecho Universidad de los Andes. Vocera en Colombia AnimaNaturalis Internacional. @andreanimalidad

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