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Apuesta

El uribismo no gusta ni aun entre aquellos a quienes les gusta Uribe. Los uribistas no gustan ni siquiera los unos a los otros, como ha podido verse en sus trifulcas internas.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
8 de marzo de 2014

Hoy domingo es el día de las apuestas. Yo apuesto por lo que queda del Polo Democrático. Por lo que sobrevive del naufragio provocado por la corrupción de los hermanos Moreno y la secesión de los Progresistas de Gustavo Petro. Mi voto para el Senado es por el filósofo y político principiante Rodolfo Arango, que es uno de los tipos más serios que se han atrevido a vestirse de amarillo para buscar un cargo de elección popular en un cuerpo tan desprestigiado, pero tan necesario, como es el Senado colombiano. Se trata de limpiar los establos: una tarea, como es sabido, de Hércules. Y para la Cámara voto por Germán Navas Talero, que lleva muchos años ahí haciéndolo muy bien, lo cual no es fácil: la Cámara de Representantes, tanto como el Senado, es un foso de reptiles inmundos. Haber sobrevivido a varios periodos en ella sin romperse ni mancharse es una notable hazaña política.


Esta vez no voto por Jorge Enrique Robledo, como ha sido mi costumbre, porque creo que no lo necesita. La suya va a ser una votación arrolladora: la que merece el mejor parlamentario que en varias décadas ha tenido esta pobre república de Colombia. 

En cuanto a lo demás…Repito: hoy todo son apuestas. Apuesto, en contra de lo que pronostican las encuestas, a la derrota del uribismo, cuya victoria temen tantos. Los uribistas no aspiran a mucho para sus listas de la Cámara, que en Bogotá encabeza la esposa vallecaucana de un ganadero vallenato, flanqueada, eso sí, por el guiño oportunista de una dirigente de iglesia de garaje que pone votos cautivos. Pero creen que van a arrasar en el Senado, cuya lista cerrada preside el mismísimo expresidente Álvaro Uribe. Treinta, dicen, cuarenta senadores: esa hilera de cuasidesconocidos que van detrás de la colita levantada de Uribe como paticos detrás de la mamá pata, y van a ahogarse en cuanto se tiren al agua. Porque mi vaticinio –mi apuesta–  es que no van a pasar de nueve los que salgan elegidos por la fuerza de arrastre del expresidente, incluido el gran ideólogo del “estado de opinión” Jwosé Obdulio Gaviria. Uribe  ha mostrado una y otra vez que su atractivo electoral, suficiente sin duda para llevarlo de nuevo a la Presidencia si pudiera ser candidato, no juega a favor de terceros. Sus candidatos recomendados, incluidos los de su fortín antioqueño, han salido siempre derrotados. Y es que el uribismo no gusta, ni aun entre aquellos a quienes les gusta Uribe. Los uribistas no se gustan ni siquiera los unos a los otros, como ha podido verse en sus trifulcas internas. No gustan los de antes, que en su mayoría están hoy presos o sub júdice pero eran capaces de poner sus propios votos, comprados o amedrentados por las armas. Y no gustan tampoco estos desconocidos de ahora que van en las listas: nietas de presidentes difuntos –y para  eso  basta y sobra con Germán Vargas Lleras–; exministros de Uribe –y para eso también basta y sobra conJuan Manuel Santos–. El uribismo no tiene electores. Uribe se va a sentir muy solo en su curul del Senado, manoteando, gritando, regañando.

Eso creo, y por eso apuesto. Creo que el energúmeno de Uribe pertenece al pasado, y espero que sea así. (Es posible, como suele suceder, que mi creencia esté influenciada por mi esperanza: así le pasaba a Pascal con su famosa apuesta por la fe). Ojalá así sea. Aunque, como sabemos, Colombia entera se obstina tercamente en pertenecer al pasado. Aquí vivimos entre el ojalá y el aunque. En estas elecciones yo apuesto por el ojalá.

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