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Dos golondrinas

Corbyn y Sanders han descubierto que la salida del agujero negro se encuentra en el regazo materno de la socialdemocracia inspirada en el sentido común de los economistas keynesianos.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
19 de septiembre de 2015

Sorpresivamente, y sorprendentemente, un socialista radical fue elegido hace ocho días líder del Partido Laborista británico. Más sorpresiva y sorprendentemente todavía, en los Estados Unidos un candidato que se define como socialdemócrata está comiéndole el terreno en las encuestas a Hillary Clinton en la carrera por la nominación del Partido Demócrata: en el último mes ha subido diez puntos en la intención de voto para las elecciones de 2016. Son dos rebeldes. Tanto el inglés Jeremy Corbyn como el norteamericano Bernie Sanders centran sus respectivas campañas en el rechazo frontal de los mandamientos del neoliberalismo imperante en los dos países desde los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, hace 30 años.

Por lo visto por fin los electores –59,5 por ciento en el caso de los laboristas británicos, y 27 por ciento en el de los demócratas norteamericanos (aunque Hillary sigue en cabeza, ha perdido en el último mes los mismos diez puntos que ha ganado Sanders)– han descubierto un secreto bien guardado por sus dirigentes, pero que saltaba a la vista. El mismo descubrimiento que en la pequeña Grecia llevó al poder (aunque frustráneamente; y ya veremos qué pasó en las elecciones de hoy, domingo 20 de septiembre) al nuevo partido Syriza, y a un crecimiento asombrosamente rápido al recién fundado partido Podemos en la mediana España. Han descubierto que la gran crisis de hace ocho años fue desatada por las fórmulas de supresión de controles del mercado y privatización a ultranza aplicadas por los políticos neoliberales y que la perpetuación de esa crisis es alimentada por sus draconianas recetas de austeridad sin contemplaciones. Y que la salida de ese agujero negro se encuentra en un retorno al regazo materno de la socialdemocracia inspirada por el sentido común de los economistas keynesianos. Bien sea en su modalidad europea del welfare state instaurado por el viejo Laborismo, desmantelado por el conservatismo de Margaret Thatcher y apuntillado por el Nuevo Laborismo de Tony Blair y sus sucesores; bien sea en su modalidad norteamericana del New Deal rooseveltiano.

Por eso al cabo de 30 años de egoísta ceguera neoliberal resultan tan atractivos los programas de Corbyn y de Sanders. En vez de la aplastante austeridad, con sus drásticos recortes en los servicios sociales, gasto público que arrastra la economía (como recomendaba Keynes e hicieron con gran éxito personajes tan diferentes como Hitler en Alemania y Roosevelt en los Estados Unidos). Renacionalización (es decir, desprivatización) de los servicios públicos (Corbyn incluye los ferrocarriles y el sector eléctrico). Control a la evasión de impuestos, y supresión de las gabelas otorgadas graciosamente a los ricos por Thatcher y por Blair, y aumentadas por Cameron; y en los Estados Unidos concedidas por Reagan y reforzadas por los dos Bush, y solo parcialmente desmontadas por Obama.

A diferencia de Tsipras, el líder griego de Syriza, y de Iglesias, el español de Podemos, ni el inglés Corbyn ni el norteamericano Sanders son jóvenes alocados. El uno tiene 66 años y el otro 74. Y en sus largas carreras políticas –la mitad de su vida la ha pasado el uno en la Cámara de los Comunes, y el otro en el Senado– han sido desde un principio antineoliberales convencidos en el terreno económico. En otros temas también coinciden los dos: en su oposición a las guerras “contra el terror” de Bush y de Blair (Afganistán e Irak) y a las de Obama y de Cameron (Libia y Siria). En su preocupación por el cambio climático, en el que republicanos y tories se niegan a creer, llevados de la correa por sus respectivas industrias petroleras. En su condena de la vigilancia orwellesca de los ciudadanos por un Estado cada día más policiaco (que contrasta con la falta de vigilancia sobre el capital). En su defensa de los derechos y libertades civiles.

Se dirá, sin embargo, que dos golondrinas no hacen verano (ni con la compañía entusiasta de un griego y un español). Se dirá sobre todo que las elecciones están todavía lejos: falta un año para las norteamericanas, y por lo menos cinco para las del Reino Unido. Y, por añadidura, los dos empiezan con mal pie: con pie de hombres de bien, y de malos políticos. A Corbyn, que es republicano y agnóstico, se le acusa de un delito de lesa majestad: acaba de negarse a cantar en público el himno religioso y monárquico de su país: “God save the Queen” (Dios salve a la reina). Y a Sanders, que es judío, se le acusa de tener doble nacionalidad, norteamericana e israelí: un delito de lesa patria. A los dos se les vinieron encima las respectivas prensas populacheras y las hordas sensibleras de los ‘facebookeros’ y los tuiteros. Sus virtudes los hacen sospechosos.