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El edificio Colombia

Los asesinos de la moto que mataron a Garzón fueron, a su vez, asesinados: para cegar las pistas.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
17 de septiembre de 2016

El Consejo de Estado acaba de condenar a la Nación por el asesinato de Jaime Garzón hace 17 años. Pero la nación es mucha gente. Somos todos. Y aunque se puede afirmar –como se ha hecho– que todos los colombianos vivos y muertos hemos sido culpables de nuestra historia de barbarie, no fuimos todos nosotros, todos a una como en la Fuenteovejuna de Lope, quienes matamos a Jaime Garzón:

el más talentoso humorista que ha tenido este país, el más veraz, el más feroz, el más sutil, el más irreverente, el más certero. El más divertido y el más molesto. Mucha gente quería matarlo, sin duda: pero no lo matamos entre todos.

Así que el Consejo de Estado afina su acusación: en el crimen, y en las posteriores tentativas de encubrimiento, quienes tuvieron “responsabilidad agravada” fueron el Ministerio de Defensa, el Ejército, la Policía y el DAS (hoy oficialmente extinto). Pero eso sigue siendo demasiada gente, y además se supone que las instituciones no son culpables de los delitos que cometen sus miembros. ¿Quiénes entonces, en esos organismos oficiales, mataron o mandaron matar a Jaime Garzón, cuyas burlas irritaban y enfurecían a tantas personas poderosas en Colombia? O en el Edificio Colombia del cual era portero y telefonista en su programa de televisión: esa caricatura de país de varios pisos por la que desfilaban políticos, militares, empresarios, mafiosos que iban siendo mostrados con el dedo por un impertinente celador de cachucha y teléfono que los veía pasar, entrar, salir, subir, bajar, solos y en buenas y malas compañías. Abajo los garajes, los carros blindados, los escoltas y los guardaespaldas. En la cima del edificio, el penthouse desde donde se dominaba el paisaje político: overlooking the city.

Entonces ¿quién mató al demasiado locuaz vigilante del Edificio Colombia? De abajo hacia arriba, piso por piso: los sicarios autores materiales del asesinato. Sus jefes criminales. Sus inspiradores políticos. Sus protectores institucionales. Sus beneficiarios finales.

Los asesinos de la moto que mataron a Jaime Garzón –unos al parecer genuinamente culpables, otros falsamente señalados para enredar las pistas– fueron todos, a su vez, asesinados: para cegar las pistas. Eran al parecer miembros de la pandilla de sicarios de Medellín llamada La Terraza, comandada por el llamado Don Berna, en ese entonces sucesor de una parte del poder del gran patrón narcotraficante Pablo Escobar pero subalterno todavía de sus antes aliados y después enemigos los hermanos narcoparamilitares Castaño Gil, que gobernaban las Autodefensas Unidas de Colombia. Más arriba de Don Berna (que fue luego extraditado y hoy está preso en los Estados Unidos, no condenado por los cientos o miles de homicidios de que fue causante sino solamente por el ese sí nefando delito de leso imperio que es la exportación ilegal de cocaína a los Estados Unidos), por encima de Don Berna, digo, el inspirador político del asesinato de Garzón fue, según se estableció en el juicio, el comandante en jefe de las AUC, Carlos Castaño. Hoy desaparecido, tal vez difunto. (Digo “tal vez” porque sus restos fueron identificados solo por el ADN de un presunto hijo suyo no reconocido, cuando hubieran podido serlo por las más confiables muestras de sus varios hermanos legítimos, o de su hija, o de su madre, que no fueron buscadas: con lo cual el presunto cadáver de Castaño pudo haber sido el de un pariente de su presunto hijo no reconocido, del cual, por otra parte, no se ha vuelto a saber nada).

Más arriba todavía en la cadena de responsabilidades, el consejero ideológico de Castaño fue el coronel Jorge Eliécer Plazas Acevedo, por entonces jefe de inteligencia de la Brigada XIII del Ejército. Un personaje investigado por muchos crímenes (el asesinato de Álvaro Gómez, el de los investigadores del Cinep, la masacre de Mapiripán en el Meta, la expansión del paramilitarismo en el Urabá antioqueño) y condenado por uno: el secuestro y asesinato de un industrial en l988. Retenido en la Escuela de Artillería en Bogotá, se fugó al poco tiempo y solo pudo ser recapturado 15 años más tarde, hace dos. Cuando fue asesinado Jaime Garzón, el coronel Plazas Acevedo dirigía en Bogotá la inteligencia de la brigada al mando del general Rito Alejo del Río, hoy condenado a 25 años de cárcel por las masacres cometidas en colaboración con los paramilitares en el Urabá antioqueño, pero en ese tiempo homenajeado en un banquete por el entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, quien lo presentó como “un ejemplo para los soldados y policías de Colombia”. Y también otro general, este de la Policía, figura en el caso de Garzón: Mauricio Santoyo, que fue jefe del Gaula de Medellín destituido por chuzadas ilegales por el procurador Edgardo Maya y a continuación restituido por el fiscal Luis Camilo Osorio y nombrado por el presidente Álvaro Uribe su jefe de seguridad y luego absuelto por el Consejo de Estado a instancias del entonces consejero Alejandro Ordóñez, y luego nombrado por Uribe en un cargo diplomático y finalmente convicto y confeso de colaboración con las AUC para el tráfico de drogas en tiempos de Carlos Castaño.

En cuanto a la participación del DAS en el asesinato de Garzón, el señalado es su exsubdirector José Miguel Narváez, ya investigado por otra media docena de delitos, entre ellos el asesinato del senador de la Unión Patriótica Manuel Cepeda; y condenado en firme por chuzadas ilegales a personas “no afines al gobierno de turno”, según reza la sentencia. Turno que correspondía, como tal vez hayan adivinado los lectores, al gobierno del presidente Álvaro Uribe.

La verdad es que sí: a Jaime Garzón lo mató mucha gente.