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La ideología conservadora

A la restitución de tierras, ese acto de elemental justicia para las víctimas del despojo, lo llaman los uribistas un atentado contra el sagrado derecho de propiedad, cuando es exactamente lo contrario.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
3 de mayo de 2014

Le estalla ahora en las narices al presidente Juan Manuel Santos un segundo o tercer paro agrario, y la verdad es que es injusto. El paro no es el resultado de sus cuatro años de gobierno, y ni siquiera el de los diez meses del torpedo de Indupalma, Rubén Darío Lizarralde, a la cabeza del Ministerio de Agricultura; sino el de decenios, o siglos, de inequidad y de abandono. Porque si bien se mira, y después de los años especialmente negros de Álvaro Uribe y su ministro Uribito con su modelo Carimagua de acumulación latifundista a plata o plomo, la política agraria de Santos ha sido la más progresista hacia la Colombia rural que ha habido aquí desde la frustrada tentativa de reforma agraria de Carlos Lleras, hace casi cincuenta años. Modesta reforma, pero aún así, reforma, frenada por Misael Pastrana con su pacto de Chicoral con los latifundistas. Santos empezó su gobierno con el proyecto de Ley de Restitución de Tierras, que él mismo presentó ante el Congreso y por el que, dijo, quería pasar a la historia. Y era una propuesta de estricta justicia. No era un reparto de tierras –una reforma agraria– sino una restitución: una devolución de las millones de hectáreas de tierra robadas a los campesinos por el paramilitarismo. Un desmonte de la inmensa contrarreforma agraria llevada a cabo por los paramilitares y los narcotraficantes con la complicidad y la ayuda de la fuerza pública en muchos casos, y, en todos, con la de numerosos jueces y notarios. Como dijo algún para en su confesión de parte para la desmovilización y la reducción de pena, “unos íbamos adelante matando, y detrás venían otros comprando, y detrás otros más legalizando”. La propuesta de Santos, que su ministro de Agricultura Juan Camilo Restrepo se esforzó por sacar adelante dentro de las trabas kafkianas que impiden toda acción del Estado en este país de leguleyos a sueldo, significaba nada menos que la inversión absoluta de la política de Uribe y de Uribito. Y por eso a ese acto de elemental justicia para con las víctimas del despojo lo llaman los uribistas un atentado contra el sagrado derecho de la propiedad, cuando es exactamente lo contrario.

Y si a los uribistas –Fedegán y demás– les pareció abusiva la propuesta de reparación de Santos y su ministro, también les pareció intolerable a los dirigentes del Partido Conservador, al que pertenece, o pertenecía, Juan Camilo Restrepo, que una vez llegó incluso a ser su precandidato presidencial. Fue derrotado por la estupidez: Andrés Pastrana. Esta vez le volvió a pasar lo mismo. Así se lo contó hace quince días a La W. Según él, los conservadores querían que les diera “todo el colectivo burocrático”, o sea, todos los puestos del ministerio: no solo el Banco Agrario, sino el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) y la Unidad de Restitución de Tierras. Y él “no iba a permitir que entidades tan delicadas como las del sector agropecuario se fueran a volver como se volvió la Dirección Nacional de Estupefacientes” en las manos del Partido Conservador, con sus peculados, sus premiaciones a los hampones y sus desfalcos multimillonarios. Por lo cual los jefes conservadores se fueron a la Casa de Nariño a decirle al presidente Santos que Restrepo “no los representaba políticamente”.

Así lo confirma, sin el menor rubor, el senador Efraín Cepeda, en ese momento presidente del Directorio Nacional Conservador. Según él, Restrepo “estaba haciendo un viraje a la izquierda que no representaba la ideología conservadora”, lo cual era intolerable “porque la cartera era conservadora”. Sagrada propiedad privada, como las haciendas de los paras y los narcos.

Esto sucedía en mayo del año pasado. Pero ya estaba Santos en trance de reelección presidencial, y por el simple prurito de “pasar a la historia” devolviéndoles la tierra a los campesinos expoliados no iba a arriesgarse a perder el apoyo electoral caramente comprado del Partido Conservador a su candidatura: ya estaba su ministro de Hacienda Juan Carlos Echeverry –también conservador– repartiendo mermelada a dos manos. Así que aceptó sin vacilar la renuncia de Restrepo, nombró en su lugar a Francisco Estupiñán que de inmediato metió la pata, y lo sustituyó por este señor de Indupalma a quien le hacen ahora el paro campesino por haber incumplido –eso dicen los campesinos– las promesas de Restrepo, que tampoco había cumplido el fugaz Estupiñán.

La ideología conservadora, tal como la define el desvergonzado senador Efraín Cepeda, y confirmando el ya bicentenario nombre que llevó en sus orígenes el Partido Conservador (el de “Partido Ministerial”) consiste únicamente en eso: en conservar los puestos.

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