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Malas compañías

Peñalosa fue un buen alcalde gerencial hace 15 años. Pero ahora, si gana, tendrá que pagar favores a cocodrilos con muchos dientes.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
17 de octubre de 2015

Mi candidato a la Alcaldía de Bogotá era Carlos Vicente de Roux: el más decente. Pero lo abandonó su partido, la Alianza Verde, más interesado en el poder que en la decencia. Es natural, se dirá: la búsqueda del poder es el fin último de los partidos políticos. Pero suele ser contraproducente sacrificar la decencia en el altar del poder: los medios corrompen el fin, como se ha visto tantas veces en la historia.

No es que los demás candidatos no sean decentes en lo personal. En eso Bogotá ha tenido suerte. Pero todos ellos han andado, y siguen andando, en las peores compañías, por ansia desnuda de poder. Y así han ayudado a traernos a este “fangal repulsivo” que es hoy la política en Colombia según la definición, que comparto, de Cristina de la Torre en El Espectador.

A Pacho Santos no lo tomo en cuenta. Encarna como un zombi los odios y rencores de su atrabiliario jefe Álvaro Uribe. El cual lo traicionará otra vez dejándolo colgado de la brocha para trasladarle su apoyo a Enrique Peñalosa en estos días de cierre de campaña.

Peñalosa, por su parte, aceptará encantado el respaldo envenenado de Uribe, tal como a lo largo de su vida política que él llama antipolítica ha aceptado todos los respaldos, vengan de quien vengan. Así acaba de aceptar también el de su antiguo amigo y reciente adversario Antanas Mockus, conferido en la ciudad natal de Peñalosa en un escenario decorado con pieles de cebras muertas (sin duda para resaltar las convicciones ‘verdes’ de los dos). Y así ha recibido además el apoyo del conservatismo perpetuamente oficialista, el de los puestos, y del partido Cambio Radical, el de los contratos. Los más clientelistas y los más corruptos: los menos decentes. Pero es que a Peñalosa, que llama pragmatismo a su carencia de principios, no le importa cuál sea el paquete electoral que lo envuelve: es solo un vehículo para su ambición. Fue un buen alcalde gerencial y empresarial en su periodo de hace 15 años, cuando gobernó elegido en nombre de un movimiento cívico y acompañado por funcionarios independientes y sin resabios politiqueros. Pero ahora, si gana, tendrá que pagar favores a cocodrilos con muchos dientes. Tan importante como saber quién es el candidato que va a gobernar es saber con quién va a gobernar. Y la heteróclita cola de saurios con que llega esta vez Peñalosa no inspira confianza.

A Clara López le pasa algo parecido. Su decencia personal también está fuera de dudas. Pero el ansia de poder, no solo propia sino de los suyos, también la ha hecho apartarse de la decencia política poniendo por encima los intereses de partido. Tanto cuando era secretaria de gobierno del alcalde Samuel Moreno y no supo enterarse de su corrupción, que toda la ciudad conocía, como ahora mismo. Por eso recibe ahora el abrazo del progresismo de Petro, pese a que este rompió ruidosamente con el Polo de Clara por considerarlo cómplice de la corrupción de Moreno y de sus funcionarios. Que no eran todos del Polo, como conviene recordar; sino también liberales, neoliberales, uribistas, conservadores, etcétera: en Bogotá todos han mamado de la misma ubre.

Y Clara tampoco va a gobernar sola. Dice que sus únicos compromisos son “la ley, el pueblo y su conciencia”: nueva formulación de la vieja divisa de los monarcas absolutos, que se decían responsables solamente “ante Dios y ante la historia”. Pero ella sabe que no es así: un gobierno es una empresa necesariamente colectiva. Y ¿para quién gobernará? Si la contraprestación debida al apoyo de la maquinaria distrital petrista es el correlativo apoyo a la futura campaña presidencial de Gustavo Petro, como puede ser el apoyo de Peñalosa a la de Germán Vargas, muy malas serían las consecuencias para el país. Entre muchas, escojo solo una: que frente a Petro ganaría Vargas.

Ni va a gobernar solo Rafael Pardo. Hasta ahora ha sido liberal con Barco, neoliberal con Gaviria, pastranista con Samper, uribista con Uribe y santista con Santos. Es decir, ha sido gobiernista de todos los gobiernos. Y si miramos lo que han sido esos gobiernos, tampoco Pardo parece haber tenido en la vida otra cosa que malas compañías. Ahora su candidatura la impulsan el Partido Liberal y el Partido de la U, santistas ambos, y tiene firmado un “acuerdo programático” con el Mira, Movimiento Independiente de Renovación Absoluta, que no es tan independiente como se proclama: depende de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, una de las 5.000 (cinco mil) sectas cristianas que operan en Colombia. ¿Quién lo acompañará en su gobierno? Y si, como los demás, trabaja para alguna futura campaña presidencial ¿cuál escogerá? ¿La santo-varguista? ¿La uribista? ¿La neopentecostalista de su aliada la Suma Pontífiza María Luisa Piraquive viuda de Moreno?

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Nota sobre otro tema

En el debate televisado de los candidatos demócratas a la Presidencia de los Estados Unidos, el candidato Bernie Sanders exclamó con justa exasperación, interrumpiendo al interrogador y dirigiéndose a la candidata Hillary Clinton:

–¡El pueblo americano no quiere seguir oyendo sobre sus malditos correos electrónicos! ¡Hablemos de los verdaderos problemas!

Fue atronadoramente aplaudido. Pero al día siguiente la prensa no mencionó ninguno de los “verdaderos problemas” que se discutieron, sino que dedicó sus titulares y sus especulaciones a la frase de Sanders sobre los “malditos correos” de Clinton.

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