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Publicidad y propaganda

La estrategia de comunicación del uribismo, basada en la mentira, en el rumor y en la presunción de culpa, transmuta en verdad las sospechas.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
5 de diciembre de 2015

De los tres aparatos de comunicación y propaganda que funcionan en torno al proceso de paz, que son el del gobierno, el de las Farc y el del uribismo, el más costoso es sin duda el del gobierno. Cientos de funcionarios de nómina y de contratistas externos trabajan para él. Y a los costos de personal hay que agregar el de los anuncios pagados en todos los medios de comunicación por todos los ministerios y agencias del Estado, más lo que cobran las agencias de publicidad que diseñan esos anuncios, más lo que va a las fundaciones o las empresas de asesoría que hacen las investigaciones o calculan los algoritmos en que se basan esos anuncios, como la de Antanas Mockus o la de Natalia Springer. Y encima lo que se gasta en camisetas, chalecos abullonados con muchos bolsillos y chompas de colores con letreros alusivos a la paz, en pins de solapa en forma de palomita, etcétera. El aparato publicitario y de comunicaciones del gobierno es el más costoso de los tres, pero también el más ineficaz. De acuerdo con los sondeos –los suyos propios, y los encargados a buen precio a las firmas encuestadoras–, la propaganda del gobierno sigue sin convencer a las mayorías nacionales de la necesidad de la paz que el gobierno negocia.

Más eficaz y menos cara es la maquinaria propagandística de las Farc. La financia su propio presupuesto –que a los gastos específicamente militares suma los de agit-prop por sus propios medios de prensa en Colombia y en el extranjero–, y además recibe gratis para ellas y a cargo del gobierno los micrófonos de la Mesa de La Habana. No para exponer lo que en esa mesa se discute, que es confidencial; sino justamente lo que no se discute ahí: los programas de gobierno de las Farc. Los micrófonos de la mesa, que casi de nada le sirven a la mesa, son usados por las Farc para ‘socializar’ su precampaña electoral.

El más barato de los tres aparatos es el del uribismo que se opone a la paz que se negocia en La Habana. Le basta con tomar prestada una fotocopiadora del Congreso para imprimir los carteles de protesta que ponen en sus pupitres los parlamentarios uribistas para que salgan en los noticieros del Senado y la Cámara: NO a tal cosa, NO a tal otra, No, NO, y no.

Y ese NO redondo tiene un arrasador poder de convicción. Lo hemos visto. Porque es el resultado, el destilado, de dos usurpaciones y tergiversaciones del andamiaje puesto en pie por el gobierno y financiado por él para lograr la paz en Colombia (o, más exactamente, el fin del conflicto interno). Para eso, el gobierno instaló en Cuba una mesa de diálogo que imaginaba discreta y casi clandestina. Pero esa ilusión, por la fuerza de las cosas, reventó desde el primer día: desde el desafiante discurso del jefe guerrillero Iván Márquez en Oslo, en el anuncio de las conversaciones. De ahí a hoy las Farc han usado los altavoces que les da la existencia de la mesa para hacer propuestas y anunciar proyectos que poco tienen que ver con lo que se discute en la mesa misma (lo cual, ya se dijo, no se puede divulgar sino de común acuerdo). Pero este secretismo sobre lo que se negocia, aunado a la publicación por los micrófonos de lo que no se discute sino simplemente se propone, ha permitido que los saboteadores de la paz presenten lo que las Farc lanzan al aire como si hubiera sido debatido en la mesa y aprobado por los delegados del gobierno.

El ejemplo más reciente de estas tergiversaciones de mala fe es el de los “territorios especiales de paz” sugeridos por el enviado de las Farc Rodrigo Granda. Territorios para la concentración de la guerrilla que serían, especuló Granda, desmilitarizados y gobernados por las Farc “en un régimen de autorregulación no armada y de naturaleza comunitaria”. Por parte de la delegación del gobierno el general Jorge Enrique Mora aclaró de inmediato que se trataba de “simples aspiraciones de las Farc que no tienen futuro”, y subrayó: “Los famosos ‘terrepaz’ hacen parte únicamente del imaginario de las Farc”. Pero ya el uribismo había saltado a presentarlos como un acuerdo cierto y confirmado, aceptado sin rechistar por el gobierno. En El Tiempo el columnista Gustavo Duncan levó su suspicacia al punto de exigir que Humberto de la Calle, como jefe de la delegación, y Juan Manuel Santos, como presidente de la República, reiteraran solemnemente lo dicho por Mora. Sembrando así la sospecha de que el general es un mentiroso y los “terrepaz” un hecho.

Así la estrategia de comunicación del uribismo, basada en la mentira, en el rumor y en la presunción de culpa, transmuta en verdades las sospechas. Y así ha podido imponer el infundio de que Santos, vendido al castrochavismo, les está entregando el país a las Farc a cambio de nada. Cuando es más bien al revés. En las negociaciones, el gobierno no ha cedido ni en la estructura burguesa del Estado, ni en el modelo económico neoliberal, ni en la reforma rural, ni en la reestructuración de las Fuerzas Armadas. En tanto que las Farc no solo han renunciado a la lucha armada sino que han abandonado el principio de la lucha de clases.

Pero esto requiere otro artículo.