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El cuarto huevito

Su fuerza aumentará cuando pueda empezar a despacharse contra el proceso de paz, con la ayuda de su hombre, el saboteador fiscal Néstor Humberto Martínez.

Antonio Caballero, Revista Semana, Antonio Caballero
11 de febrero de 2017

Como un aperitivo de lo que será nuestro pan cotidiano en los meses que vienen la empresa encuestadora Datexco publica un sondeo de opinión sobre candidatos presidenciales. Los escogidos son 14, entre las varias docenas que se presentan por su propia cuenta: ministros, gobernadores, embajadores, senadores, pastores de Iglesia, locutores de radio. Once hombres y tres mujeres: y no entiendo por qué no fueron incluidas en el elenco otras dos. Clara López, que hace tres años logró cerca de 2 millones de votos, y Viviane Morales, que sin duda arrastraría muchos de los dóciles y disciplinados feligreses de las Iglesias cristianas.

En el orden de las preferencias hay sorpresas. Encabeza la lista, con casi 13 puntos, el exalcalde de Bogotá Gustavo Petro, que salió de su gobierno tan con el rabo entre las patas que hace un año apenas logró en la ciudad votos bastantes para raspar un puesto en el Concejo. Humberto de la Calle, el negociador del acuerdo de paz con las Farc, el “si no es De la Calle ¿quién?” del presidente Santos y su Unidad Nacional mayoritaria en el Congreso, va en un lejano séptimo lugar, con menos de cinco puntos. De últimos en la cola, con solo medio punto o aún menos, dos de los huevitos uribistas, el favorito Iván Duque y el traqueado Carlos Holmes Trujillo. Y el otro, el excandidato Óscar Iván Zuluaga, queda de cuarto, con un puntaje inferior a ocho, insignificante para alguien que hace cuatro años casi gana las elecciones.

Ese orden va a cambiar muchas veces en los meses que vienen, por supuesto. Pero el resultado más curioso de la encuesta es el del vicepresidente Germán Vargas Lleras, que se descuelga hasta el tercer lugar, dos puntos y medio por debajo del exalcalde de Medellín Sergio Fajardo y casi tres detrás de Petro. Y eso a pesar de que de todos los concurrentes es el que más ventajas ha tenido: la de llevar en abierta aunque extraoficial campaña ocho años, si no 12; la de haber tenido en los últimos cuatro el privilegio de disponer el gasto del vasto presupuesto de la vivienda regalada y las obras públicas; y la de poderse presentar, pese a haber sido su vicepresidente, como lo contrario de Juan Manuel Santos: tal vez el gobernante con menos respaldo popular de nuestra historia.

Y, de pasada, es increíble que así sea. Porque Santos ha sido un presidente elegido primero y reelegido después por las dos mitades opuestas del electorado colombiano. Primero por la derecha y luego por la izquierda, y en los dos casos a regañadientes de ambas. Por la derecha, con los votos que le dio Álvaro Uribe al ungirlo como su sucesor al haber perdido la opción de Andrés Felipe Arias, el llamado “Uribito”, su discípulo amado: el mismo que lo había puesto en guardia contra los traicioneros Judas de la oligarquía bogotana. Y por la izquierda, con los votos contra el regreso de Uribe por interpuesta persona, la de Zuluaga, que implicaba la frustración del proceso de paz con las Farc; y a pesar de que ya Santos había decepcionado a esos votantes con su pachorra en la aplicación de sus iniciativas “revolucionarias”: la restitución de tierras y la reparación de víctimas. Pero lo sostenía el hilo frágil de la paz.

Justamente por las razones por las que Santos no gusta, sí gusta Vargas. A la gente, o, más exactamente, a la mitad de la gente, le gusta la mano dura. Vean, como caso extremo, al feroz y popular presidente filipino, Rodrigo Duterte, que personalmente mata a los delincuentes y a los drogadictos. Vean a Vladimir Putin, que manda sin contemplaciones en Rusia. Vean la elección de Donald Trump, a quien la mitad de los votantes norteamericanos le premiaron sus anuncios casi caricaturescos de uso de la fuerza: la tortura para los enemigos, las bombas para “volver mierda” el califato islámico, el muro para mantener a raya a los mexicanos, las manos libres para la Policía. A la gente –por lo menos a la mitad de la gente– le gustan los “hombres fuertes”, sean de derecha o de izquierda: Uribe o Hugo Chávez. Por eso en Colombia gusta Germán Vargas: sus gritos y sus coscorrones, su violencia verbal, su mala educación, su grosería. No son pruebas fehacientes de que sea lo que en política se llama un “hombre fuerte”, pero hacen que lo parezca: que parezca ser lo contrario de Santos.

Esa es su fuerza. Que aumentará en unas semanas cuando, habiendo renunciado a su cargo de vicepresidente, pueda empezar a despacharse en serio contra el proceso de paz, con la invaluable ayuda de su hombre en la Fiscalía, el saboteador fiscal Néstor Humberto Martínez. Contra el “castro-chavismo”, ampliando sus apenas iniciadas pullas al gobierno venezolano. Y, naturalmente, contra Juan Manuel Santos. Todavía tiene Vargas mucho espacio para crecer en las encuestas, en el vacío que están dejando abierto los tres huevitos del uribismo. Él es el cuarto.

Y Santos no tendrá ni siquiera la autoridad moral para quejarse de su traición.

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