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Teniasis

Salvo en lo que se refiere a la búsqueda de la paz a través de las conversaciones, Juan Manuel Santos sigue siendo uribista en sus tripas. Más que una culebra exterior, el uribismo es así una lombriz interior, como la tenia.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
28 de junio de 2014

No, no hemos salido de eso todavía. No está matada la culebra, para decirlo en el lenguaje de la propia culebra. El uribismo sigue ahí.

No porque siga Óscar Iván Zuluaga, desde luego: pobre fantasma que logró, sí, sacar en las elecciones 7 millones de votos, pero que no eran suyos. ¿Como no habían sido suyos tampoco los que obtuvo Juan Manuel Santos hace cuatro años? Sí, claro: también aquellos, como estos, eran de Álvaro Uribe. Y son también de Uribe, por ser contra él, buena parte de los que ahora sacó Santos. Pero la diferencia es que Santos ganó, y Zuluaga perdió. El uno fue –y sigue siendo- un presidente victorioso. El otro es solamente un candidato derrotado.

Así que Zuluaga no: pobre hombre a quien veremos, si es que nos damos cuenta, disolverse en el olvido. Pero el uribismo sí sigue ahí: la culebra. Está en el parlamento –aunque se duda de la comparecencia de su jefe, temeroso de perder su fuero ante la Justicia para la avalancha de demandas presentadas contra él–. Y estará muy pronto, mañana mismo, en las gobernaciones, en las alcaldías, y también, por fuera del ordenamiento formal, en el país real, desde las bacrim hasta los bancos y la prensa. Medio país es uribista.

(Y ahí sigue, no hay que olvidarlo, el procurador Alejandro Ordóñez. Ahora tiene los colmillos limados para inspirar menos desconfianza, pero sigue siendo el mismo de siempre. Y ahora que hablamos de culebras, busquen ustedes en YouTube el video de la anaconda que se traga a un cocodrilo vivo. Espeluznante y aleccionador. Ordóñez sale idéntico).

El uribismo está incluso en el propio seno del santismo –si es que el santismo existe, salvo como manifestación de mermelada y expresión de alivio comparativo. Porque, salvo en lo que se refiere a la búsqueda de la paz a través de las conversaciones, Juan Manuel Santos sigue siendo uribista en sus tripas. Más que una culebra exterior, el uribismo es así una lombriz interior, como la tenia o lombriz solitaria: un parásito intestinal hermafrodita que se fecunda a sí mismo. Como lo describió, sardónico, Federico Engels en El origen de la familia, la propiedad y el Estado, la tenia es un “modelo de virtud”: se pasa la vida copulando consigo misma.

Y tan aterrador como el del procurador Ordóñez comiéndose un cocodrilo debe ser el espectáculo de esa serpiente interior, que puede llegar a medir hasta diez metros de largo en sus cientos de anillos, copulando y poniendo huevos sin cesar, infatigable. Es cierto que la teniasis suele ser benigna, y no causarle al enfermo más que una cierta fatiga y dolores estomacales. Pero también, en ciertos casos, puede requerir extirpación quirúrgica.

En fin. No me quiero dejar arrastrar por la metáfora. Pero lo cierto es que Juan Manuel Santos ha pasado ya demasiadas veces por el quirófano.

Nota sobre el todo vale

En el partido del Mundial de Fútbol de Colombia contra el Japón les oí decir a los comentaristas de RCN que cometer faltas en la mitad del campo era recomendable, porque era útil. Pero en el área de candela no, porque se corría el peligro de un penalti.

Me pareció estar oyendo las recomendaciones de Álvaro Uribe a sus secuaces.

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