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Voto en blanco y negro

Por la magia de los micos de la ley pasa que si uno vota en blanco ese blanco se descompone en todos los colores del espectro. Vota uno por nadie y salen elegidos Roberto Gerlein y Roy Barreras y algún pastor.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
1 de marzo de 2014

En una caricatura publicada aquí hace ocho días decía yo –o no yo: mi personaje– que votar en blanco servía tan poco como votar en colores: en el rojo liberal, en el azul conservador, en el verde de los oportunistamente llamados “verdes”, en el amarillo del Polo. Hace cuatro años, brevemente, la campaña electoral del hoy presidente Santos se vistió de anaranjado; y una vez victoriosa se vio que bajo la piel naranja encerraba todos los demás colores. Y acabo de leer, en la explicación de Jorge Robledo en su blog del Moir (“sobre las consecuencias prácticas del voto en blanco”), que votar en blanco equivale a votar en anaranjado: es regalar el voto para que se lo repartan entre todos los partidos clientelares. Porque, por definición, solo los votantes de opinión votan en blanco, en tanto que los votantes amarrados, por definición, votan por su amarrador.

Al revés de lo que sucede en el bonito experimento de ciencias del bachillerato en el que haciendo girar una hélice multicolor se ve un disco solo blanco, por la magia de los micos de la ley que regula las elecciones pasa que si uno vota en blanco ese blanco se descompone en todos los colores del espectro. Vota uno por nadie, y salen elegidos Roberto Gerlein y Roy Barreras, y algún pastor cristiano.

Pero en estos días preelectorales está tomando fuerza el embeleco del voto en blanco, montado en la indignación que existe contra los “políticos”. Aquí y en todas partes: “Queremos liberarnos de los políticos que solo trabajaban para sí mismos”, decía en las protestas ciudadanas de la remota Kiev una joven ucraniana. Sí, queremos escapar de las garras de los profesionales de la política: esos políticos que viven de la política y no para la política, por decirlo con Max Weber. Aunque entendiendo también que es natural que los políticos vivan de la política, así como los carpinteros viven de practicar la carpintería o los futbolistas de jugar al fútbol. La política no puede ser un negocio para enriquecerse, como está siendo en Colombia; pero tampoco debe ser, como en la antigua Roma o en la Inglaterra del siglo XIX, un juego reservado a los ricos.

Queremos escapar a los políticos, por venales, por inservibles, por dañinos, pero es una vana ilusión. No solo por las razones mecánicas expuestas por Robledo en internet y referidas a la reglamentación electoral colombiana, sino porque es imposible. Es la vieja y siempre frustrada ilusión de la anarquía, que traería con ella la felicidad general. Siempre frustrada porque no puede existir la sociedad humana sin políticos que la manejen, que la organicen o la desorganicen, así esos políticos escojan llamarse anarquistas si les conviene el mote, o así prefieran llamarse “antipolíticos”. Aquí hemos tenido muchos, pero no existe ninguno. Político es todo aquel que ejerce una función política, cualquiera que haya sido o siga siendo su oficio: poeta o militar, o las dos cosas. Solo desde el cinismo sardónico pueden los políticos negar que son políticos, como en el consejo que le dio el dictador político de España Francisco Franco a un político primerizo:

–Haga como yo: no se meta en política.

Los políticos son inevitables.

Ahora: la virtud que tienen las democracias electorales, con todas sus limitaciones, es que les permiten a los ciudadanos escoger a los políticos que van a organizar o desorganizar la sociedad. Hay que escoger a los buenos: a los que viven para la política y no de la política (aunque teniendo en mente, claro está, que los que viven para la política pueden a veces ser más dañinos que los que simplemente se contentan con vivir de la política). Hay que escoger a los buenos, y sin duda los hay buenos entre los millares de candidatos que se presentan a las elecciones del domingo que viene. No es fácil, porque en esta democracia venal que tenemos aquí hay que invertir varios miles de millones de pesos en cualquier campaña electoral ( y ahí está justamente la tara que la convierte en una falsa democracia). Pero a pesar de todo, los hay. Hay que buscarlos en la maraña de las listas, y encontrarlos. Y hay que votar por ellos.

Porque si no, ganan los otros.

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