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Toño for president

Quizá suene políticamente incorrecto, pero a Antonio Navarro podría vérsele como el Pepe Mujica colombiano, en cuyo caso habría que empezar a hablar de Toño Navarro.

Jorge Gómez Pinilla, Jorge Gómez Pinilla
9 de septiembre de 2013

En días pasados Semana.com publicó un artículo donde analizó las posibilidades que tiene Antonio Navarro (¿El gallo contra la reelección?) de disputar la Presidencia de Colombia. De ahí me quedó claro que sí las tiene, pero encontré unas opiniones de sesudos ‘analistas’ que me incitaron a retomar el tema de mi columna anterior.
 
Comencemos por el politólogo Fernando Giraldo, quien asegura que Navarro le apuesta al voto de opinión y no tiene maquinaria política, “lo cual le reduce posibilidades reales de aspirar a superar la primera vuelta”. Esta afirmación encierra un contrasentido, pues si se considera que los votos de maquinaria son amarrados a conveniencias o amiguismos, mientras que los de opinión son verdaderamente libres, se debería concluir que es imposible acceder al poder sin recurrir a las maquinarias o al clientelismo, en cuyo caso ‘apague y vámonos’. 
 
Es cierto que el voto de opinión solo opera en las grandes ciudades, pero son precisamente esas los que ponen las mayores votaciones. Así que con ese razonamiento sería imposible explicar triunfos como el de Antanas Mockus en Bogotá (dos por falta de uno) o el del mismo Navarro en la gobernación de Nariño, pues cada uno en su momento fue elegido a pesar de –o contra- las maquinarias de los otros candidatos.
 
Precisamente la fortaleza de Navarro Wolff está en el voto de opinión, con una favorabilidad del 50 % según la última encuesta Gallup, lo cual se traduce en que ya tiene opción matemática de ser elegido presidente de Colombia. Ese es su capital político, digamos, el ‘case’ del que dispone al empezar la partida.
 
En el artículo de Semana interviene también el analista Pedro Medellín, quien asegura que si compitiera en una consulta con Enrique Peñalosa, el líder de Progresistas no tendría “la fuerza electoral” para ganarle, debido a que “Navarro goza de opinión favorable, pero eso no se traduce en votos”. 
 
Medellín siempre ha sido un tipo inteligente y lúcido, pero esta vez pareciera que está pensando con el deseo (o sea, con su propia apuesta electoral) pues lo obvio en política es que quien goza de opinión favorable obtiene más votos. 

Este pensar con el deseo se hace evidente cuando a continuación reconoce que Navarro es “el dirigente de izquierda mejor preparado”, pero dentro de un espectro donde “es el tuerto en tierra de ciegos”. Como quien dice, palo porque bogas y palo porque no bogas. De nada le sirve ser el dirigente de izquierda mejor preparado, el político con mayor favorabilidad entre la opinión pública y el que menos resistencia genera en aras de unir fuerzas: Navarro no puede ser, y punto. Y además Medellín recurre a un símil si se quiere discriminatorio y ofensivo, no solo con Navarro sino con todo lo que él representa como opción política.
 
Lo que los respectivos análisis de Giraldo y Medellín no tienen en cuenta es que los colombianos reclaman un verdadero cambio, porque han ido tomando conciencia de quiénes son los verdaderos culpables de la crisis. Aquí el dedo acusador señala por igual a Juan Manuel Santos, Álvaro Uribe y las fuerzas políticas que rodean a uno u otro, llámense liberales, conservadores o de la U (para solo mencionar los tres partidos mayoritarios) porque todos ellos representan lo que la gente ya identifica con mayor claridad como el modelo neoliberal. Y, duélale a quien le duela, es Antonio Navarro quien mejor puede recoger y canalizar políticamente esa semilla germinada de la indignación.
 
Porque, si no es Navarro, ¿quién? Aquí no se puede pensar en figuras de centro, también ligadas al modelo neoliberal, sino en un proyecto consolidado de izquierda, porque es la que plantea la única solución posible: cambiar el modelo económico, renegociar los tratados de libre comercio, proteger la economía nacional de los atropellos de los poderosas multinacionales que vienen actuando en alianza global con los gobiernos de las grandes potencias. 
 
En este espectro ‘alternativo’ solo otros dos nombres brillan con luz propia, el de Jorge Robledo por el diezmado Polo Democrático y el de Iván Cepeda por la estigmatizada Marcha Patriótica, pero su mayor debilidad a la hora del té es que generan resistencia o polarizan dentro de la misma izquierda, mientras que Navarro tendría mayor asenso (antónimo de disenso) entre los sectores en disputa, en busca de fraguar una unidad lo más numerosa posible, que incluso pudiera brindar acogida a los grupos representados por Robledo y Cepeda. 
 
Y sin descartar a Enrique Peñalosa, a quien por su cercanía con Uribe –y por su tamaño- no deja de vérsele entre la izquierda como moscardón en leche. Pero bueno, una cualidad que este comparte con Gustavo Petro es que ambos son políticos bien intencionados, que creen que están obrando de buena fe, así un ego sobrevalorado los haga trastabillar con más frecuencia de la que ellos mismos quisieran.
 
Nadie lo ha dicho hasta ahora, y quizá suene políticamente incorrecto, pero a Antonio Navarro podría vérsele como el Pepe Mujica colombiano, en cuyo caso habría que empezar a hablar de Toño Navarro, si además se les quisiera emparentar por sus hipocorísticos. 

Sea como fuere, el triunfo del extupamaro Mujica en Uruguay y una eventual Presidencia del excomandante ‘Toño’ Navarro en Colombia serían la confirmación de que los planteamientos de la guerrilla eran los acertados, pero estaban equivocados en el método, hasta que rectificaron.
 
Así las cosas, si la izquierda colombiana logra un día liberarse de la propensión al suicidio que siempre la ha caracterizado; si la guerrilla que conversa en La Habana (y la que viene de Arauca) por fin se convence de dejar las armas y coger las urnas; si los campesinos y en general los inconformes de todas las regiones encuentran una opción política sólida en la cual depositar sus esperanzas de cambio, podremos conformar y concitar la mayoría electoral que se requiere para imponer una revolución democrática.