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Apestados

Colombia, para mala fortuna de sus habitantes, carece de un sólido sistema de salud pública, con el agravante de que los renglones estratégicos del Estado fueron estúpidamente privatizados.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
11 de marzo de 2020

Las velas y las plegarias a San Roque, el santo pestífero, no han traído resultados. La peste se estira. Cobra víctimas en todo el planeta. La globalización facilita su tarea mortífera. Mata a ricos y pobres. Contamina a líderes de derecha e izquierda. El hombre y la mujer del siglo veintiuno tienen miedo. La infodemia multiplica los temores. El coronavirus, registrado con la patente covid-19, le ha recordado al individuo del smartphone que su fragilidad es la misma que la de su antepasado de hace mil años. 

Los reclusos se han amotinado en las prisiones de Italia. Una docena murieron durante los motines. La mayoría murieron de sobredosis. Asaltaron y saquearon las farmacias de los penales para drogarse. En algunos hospitales de España robaron cientos de mascarillas. Una mascarilla ha llegado a costar el salario semanal de un obrero. Hordas humanas se han lanzado a comprar frenéticamente en los supermercados. Compran decenas de rollos de papel higiénico sin saber el porqué. Para cagar hay que comer. Decenas, miles, millones de personas han sido confinadas en sus casas. ¿Estado de Sitio? Las míticas plazas de Italia espantan. Escasean las almas. ¿Vale la pena perder el tiempo en casa contemplando una película distópica, cuando afuera la realidad transcurre mejor que en una serie? Una serie postapocalíptica.

“La peste comenzaba a hacer estragos a nuestro alrededor, y yo me preguntaba con tristeza qué línea de conducta seguiría y cómo debía actuar”, se interrogaba Daniel Defoe en Diario del año de la peste, extraordinaria obra que documenta la epidemia que azotó a Londres en 1665. “La mañana del 16 de abril el doctor Bernard Rieux salió de su consulta y tropezó con una rata muerta”, escribió Albert Camus en La Peste, una de las obras que lo llevó a ganar el Nobel. “De esa masa estamos hechos, mitad indiferencia y mitad ruindad”, se lee en Ensayo sobre la ceguera del nobel José Saramago. La trilogía de Defoe, Camus y Saramago retrata muy bien las miserias de los seres humanos cuando se ven abocados a una pandemia. Como la que está ocurriendo ahora. 

Una pandemia no se trata con demagogia. Es una majadería volverla un asunto político. Lo único cierto es que hay países con sistemas sanitarios mejor preparados para minimizar los efectos. También es cierto que los países que cuentan con un híper Estado, como es el caso de China, son más eficaces en el control y reducción de una peste. Esto nos lleva a dos conclusiones. La primera: un Estado debe contar con un robusto sistema sanitario público, verbigracia España, que cubra a toda la población. La segunda: los Estados jibarizados no son competentes para proteger a sus ciudadanos ante catástrofes a gran escala. Colombia, para mala fortuna de sus habitantes, carece de un sólido sistema de salud pública, con el agravante de que los renglones estratégicos del Estado fueron estúpidamente privatizados. La única carta que tiene Colombia para contrarrestar el coronavirus es un milagro. Esperar que San Roque, el santo pestífero, se acuerde de ese país de pecadores. 

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